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OPINIÓN

Sánchez y la OTAN: huida hacia adelante, mentiras hacia fuera

Como un náufrago que busca aferrarse a cualquier tablón, ahora convierte la OTAN en su último salvavidas

Pedro Sánchez vuelve a recurrir a su manual de supervivencia política: la huida hacia delante, la mentira como método y el camuflaje internacional para tapar su hundimiento doméstico. Como un náufrago que busca aferrarse a cualquier tablón, ahora convierte la OTAN en su último salvavidas. La utiliza como coartada para evadir el debate interno, para esconder la corrupción que le asfixia y como escenario para vender una falsa imagen de estadista que ya no engaña ni a los suyos. Pero la realidad es tozuda: ni es creíble fuera, ni tiene autoridad dentro. Y lo que es peor, vuelve a mentir.

Sánchez aseguró no haber firmado un compromiso que sí firmó. No es la primera vez que lo hace, pero esta vez su falsedad traspasa fronteras. Si no piensa cumplir con lo que acuerda en el seno de la Alianza Atlántica, lo honesto sería salirse. Aunque honestidad y Sánchez son conceptos incompatibles. Lo que no se puede seguir tolerando es que use a la OTAN como decorado internacional para esconder un país en ruinas, un Gobierno acorralado por la corrupción y un PSOE convertido en organización criminal, según la propia UCO.

Pero vayamos más allá. ¿Qué ha traído la OTAN a España? Absolutamente nada. O peor aún: nos ha quitado mucho más de lo que nos ha dado. La pertenencia a esta organización, ajena a nuestra tradición y cultura geoestratégica, no ha servido ni para garantizar nuestra integridad territorial ni para fortalecer nuestras capacidades defensivas. Es más, la OTAN no protege ni Ceuta ni Melilla. Lo dicen los propios documentos fundacionales y lo reconocen incluso sus portavoces. Entonces, ¿para qué estamos dentro?

Nuestra entrada en la OTAN fue una cesión vergonzosa, un acto de vasallaje sin contrapartidas. Entramos sin que se exigiera, al menos, la recuperación de la soberanía sobre Gibraltar. Un enclave robado por los británicos, convertido en paraíso fiscal y centro de operaciones del narcotráfico. La OTAN nunca ha levantado una ceja por la presencia colonial británica en nuestro territorio, pero sí nos exige compromisos bélicos que poco tienen que ver con nuestros intereses nacionales. Es un intercambio suicida: obediencia a cambio de desprecio.

La historia de nuestra incorporación es una larga lista de traiciones. Fue Leopoldo Calvo Sotelo quien formalizó el ingreso en 1982, entre protestas ciudadanas y una sociedad mayoritariamente contraria. Pero lo más escandaloso vino después. El PSOE de Felipe González había prometido aquello de “OTAN, de entrada no”, convirtiendo ese lema en una de sus grandes estafas electorales. Llegó al poder con el voto del descontento y, una vez instalado en La Moncloa, pidió el “sí” en el referéndum de 1986, traicionando a su propio electorado. Una pantomima que sirvió para legitimar lo que ya estaba hecho.

El referéndum fue otro engaño. Se nos dijo que España permanecería en la Alianza, pero no en la estructura militar integrada. Otra mentira. Años más tarde, en 1999, José María Aznar completaría el proceso de sometimiento total, integrando a España por completo en la estructura militar de la OTAN. Es decir: nos convertimos en brazo armado de una estrategia que nunca ha sido la nuestra, asumiendo misiones, compromisos y riesgos que no nos corresponden, mientras seguimos sin poder decidir sobre nuestra defensa real y cotidiana.

Y, por si fuera poco, el PSOE también tuvo a uno de los suyos al frente de la propia OTAN. El socialista Javier Solana, ministro de Cultura con González, fue secretario general de la Alianza. El colmo de la hipocresía: quienes habían dicho que jamás entrarían, terminaron dirigiéndola. Todo sea por un buen sueldo, un cargo internacional y la correspondiente alfombra roja. Esa es la verdadera ideología del PSOE: poder y traición.

La pertenencia a la OTAN ha supuesto, además, el abandono definitivo de nuestra política tradicional de neutralidad. España, país que durante décadas —especialmente bajo el mandato de Francisco Franco— mantuvo una prudente y eficaz equidistancia de los bloques, terminó convirtiéndose en peón de la geoestrategia anglosajona. Rompimos nuestra coherencia histórica, renunciamos a tener una voz propia en política internacional y aceptamos obedecer sin rechistar. Y lo hicimos con la excusa de que así dejaríamos de ser "paletos" y pasaríamos a ser "modernos". Nos convencieron de que entrar en la OTAN nos haría europeos, cuando lo único que consiguió fue convertirnos en comparsas.

Hoy, Pedro Sánchez perpetúa esa sumisión. Usa la OTAN como escaparate de una España irreal, como trampolín para su ego y como refugio de un poder que se derrumba a pasos acelerados. Mientras en España se multiplican los casos de corrupción, las comparecencias ridículas, los informes de la UCO y las imputaciones judiciales, Sánchez sonríe entre tanques, cazas y banderas, creyendo que la escenografía militar le blindará frente a la justicia. Pero no. La OTAN no le salvará del hundimiento. Ni a él, ni al PSOE.

Si de verdad no quiere cumplir con los compromisos que implica estar en la Alianza, lo que debe hacer es salir de ella. Aunque, en realidad, nunca debimos entrar. La OTAN no es nuestra organización. Sus guerras no son nuestras guerras. Sus intereses no son nuestros intereses. Lo fueron de los EE.UU., del Reino Unido, de Alemania, incluso de Francia. Pero nunca de España. Cada día que permanecemos dentro, renunciamos a un pedazo más de soberanía, de independencia, de dignidad.

Pedro Sánchez no cree en la OTAN, pero la utiliza. Como todo en su vida política, lo instrumentaliza. Miente dentro y fuera. Simula firmeza mientras firma sumisión. Habla de paz mientras oculta la guerra interna de su Gobierno. La OTAN es su nueva cortina de humo. Pero tras el humo, solo queda el naufragio.

Y ese naufragio, ya no hay estructura militar que lo salve.

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