
Marvin Marvelous Hagler… siempre en nuestro recuerdo
Por Gustavo Vidal
El pasado 13 de marzo se cumplieron cuatro años de la partida de Marvin MarvelousHagler.
La noticia causó tristeza sentida y no menos sorpresa debido a la excelente salud del gladiador, leyenda del noble arte del boxeo. . “Curiosamente” el día anterior le había sido suministrada la vacuna del llamado Covid en la también llamada “pandemia”.
Aunque nacido en Newark, Nueva Jersey, su vida y carrera se vinculó con fuerza a Filadelfia. Y, desde luego, esto no puede extrañarnos…
Filadelfia es patria de quienes cubrieron sus manos de callosidades y su frente de sudor en la persecución de sueños esquivos. Sin otro capital que la fuerza invencible del tesón y el sacrificio, en la huida de tierras viciadas donde el futuro se reducía a un puchero medio vacío, una famélica familia y chamizos lóbregos.
Filadelfia fue oasis de promisión y oportunidades para quienes habían atravesado el desierto de las persecuciones y las penurias.
Filadelfia es, por tanto, tierra de boxeadores.
Por ello, Filadelfia es la ciudad que también vio nacer y, ¡ay! morir, a Smoking Joe Frazier, uno de los corazones más trepidantes que jamás haya saltado a la guerra de la lona, las cuerdas y los focos.
Una tarde, el gimnasio se llenó con el aura mítica de Frazier. Las referencias sobre un boxeador precedente de Brockton (Massachussets), ágil, preciso y monolítico, habían atraído su atención. Tras observarle un buen rato, se dirigió al él y colocando sus manos en los hombros del joven gladiador dijo: “Chico tienes tres cosas en tu contra: eres negro, eres zurdo y eres muy bueno”.
La leyenda se llamaba Joe Frazier, Smokin Joe Frazier; el joven y prometedor púgil, Marvin Nathaniel Hagler.Con el tiempo, Filadelfia se convertiría en el escenario principal de grandes noches estelares de Marvin Hagler.
¡Menos lloros, … la recompensa está en el esfuerzo!
Si alguna vez alguien abre mi cráneo negro y calvo, solo encontrará una cosa: un guante de boxeo. Con esta frase definió Hagler el lugar del pugilato en su vida y así la transcribió Joyce Carol Oates en su breve, pero excelente, libro Del boxeo.
A diferencia de otros gladiadores, jamás Hagler saltaría a las páginas de los periódicos, y menos aún al papel couché, por otra razón que la meramente deportiva. No drugs, no alcohol, no party… only training and fight, como un mandamiento del Éxodo y el Levítico grabado en el pedernal de su conciencia insobornable.
Nada me da miedo, salgo al cuadrilátero para demoler y derribar a mi rival… Y nadie podría dudarlo. Como la serpiente que abandona su vieja piel, Hagler debió dejar el miedo en alguna callejuela intestinada del barrio negro de Newark en New Jersey o, a más tardar, en Brockton, la ciudadela del guerrero Rocky Marciano.
Transmutado en una piel nueva, el Maravilloso jamás reflejaría ni el más simple tic de temor sobre un ring. Imbuido en la estirpe de los viejos púgiles de Filadelfia, con el halo fantasmal de tantos gladiadores que un día galoparon sobre los cuadriláteros de aquellas tierras, hizo bueno el sentir de Smokin Joe: “Nada le gusta tanto a Joe como poner su corazón delante de otro púgil y enfrentar su corazón al del rival (El más grande, biografía de Muhammad Alí).Pero quizá la frase más definitoria de Marvin MaravillosoHagler sea: La recompensa está en el esfuerzo. El arrojo, el ardor, la voluntad, el sacrificio… ¡ahí radica la verdadera recompensa! El triunfo, los títulos, la gloria no son más que el resultado de la verdadera recompensa, esto es, la sensación del esfuerzo redentor en cada poro de la piel.
Ciertamente, nadie podría encontrarle en la noche de la ciudad, entre la ventisca de neones, alcohol, tabaco, drogas y chicas de sonrisa casquivana y apliques de silicona. De sistemática espartana, incluso sin un combate a la vista salía a correr de madrugada, algo que no le pesaba, pues raro era un día que a las diez de la noche no estuviera acostado.
Aunque sorprenda, Marvelous jamás perdió la forma durante su carrera. Nunca. Y con vistas a un combate se recluía y daba otra vuelta de tuerca a su milimétrica y disciplinada preparación… estoico, monje, ermitaño, cualquier apelativo que gire sobre la virtud del sacrificio y la fe en sí mismo encontrará en Hagler un justo destinatario. El escritor Sergio Guadalupe lo describe perfectamente:
“Inmerso en la preparación, focalizaba su mente en un solo objetivo, acudir al compromiso con un estado físico deslumbrante. Él mismo denominaba este proceso con el draconiano apelativo jail (prisión), encerrándose en lugares rurales y
solitarios, lejos de su familia, aislado de sus amigos, llegando a correr con botas militares reglamentarias” (Historias del cuadrilátero, p. 103, T&B Editores, 2011).
Por ello, cuando los promotores firmaron la pelea entre Thomas Hearns y Marvin Hagler no dudaron en promocionarla como “TheFight”.
El gladiador de Filadelfia parecía invencible, pero Hearns se perfilaba como el boxeador de la década. Había pulverizado a los rivales de las categorías inferiores y ahora encaraba la división reina con la aureola de aspirar a convertirse en el mejor púgil de todos los tiempos. Algo que habría logrado si, ¡ay! su barbilla hubiera sido resistente pero, como bien señaló una vez el inolvidable Jack Dempsey: “En el boxeo nadie lo tiene todo”.
Aquella pelea, concentrada en la esencia de tres asaltos, ha entrado sin atenuantes en el museo histórico del noble arte o, en palabras del escritor Sergio Guadalupe, “Los tres asaltos de la pelea son considerados patrimonio universal del boxeo” (Op. Cit, p. 104).
A lo anterior debemos añadir que el primer asalto de aquella corta pelea (más bien deberíamos denominarla guerra) está considerado el más excitante de toda la historia del boxeo, división a división, libra a libra. Ningún amante del noble arte debe perdérsela, desde luego.
Tras aquellos tres minutos trepidantes, Hagler regresó a su esquina con un corte en la frente. La sangre manaba pródiga e irrefrenable por lo que el árbitro advirtió: “Si la herida no se cierra, tendré que detener la pelea”.
Los siguientes compases, sin duda, engrosarán la mitología del pugilato. Durante tres minutos, ambos luchadores continuaron enzarzados en un ciclón aniquilador, en un huracán de golpes salvajes a la par que armónicos y precisos…Y pocas imágenes de K.O. espeluznarán tanto como la de Hitman Hearns aplastado en lona.
Sí, porque Hearns no yacía simplemente tumbado, sino engullido, como si aquella tela áspera se hubiera convertido en un cuadrado de arenas movedizas y quisiera succionarle, devorarle en ofrenda a los dioses taumatúrgicos que parecen aletear ávidos sobre los rings las noches de grandes veladas.
Sí, Hitman, laminado por lo más parecido a una furia bíblica, se entregaba impotente al deglutir de la lona resinada. Pocas veces en la vida pueden disfrutarse batallas como aquella pero, ¡demonios!, cuando estallan uno siente que ha contemplado historia viva y palpitante del boxeo.
Durante años, Hagler anheló encerrarse en el ring con Ray Sugar Leonard. Sí, Ray, el chispeante Ray, niño mimado de
los medios y los promotores, había recibido suculentas bolsas y atenciones por combates menos fragorosos y meritorios que los de Hagler. A éste le escocía el trato desigual. Vaya, podría espetarse que Marvelous “tenía muchas ganas a ese niñato”.
Por su parte, Leonard dejó transcurrir el momento de esplendor de Hagler y entonces, solo entonces, urdió la pelea. Varios millones de dólares subyugaron cualquier renuencia y hasta permitieron imponer unas condiciones perjudiciales para el de Filadelfia: el cuadrilátero será más amplio de lo habitual y el combate se pactará a doce asaltos y no a quince. Huelga explicar que aquellas estipulaciones perjudicaban notablemente a Marvin Hagler
Han transcurrido treinta años y aún queman los rescoldos de la polémica victoria de Leonard… ¿victoria? Aunque probablemente, aquella no fue la mejor noche de Hagler quien se desgañitó gritando a su contendiente: Show down, littlebich, fightlike a man (Para de una vez, putita, y pelea como los hombres).
Aquel veredicto agrió la existencia de Hagler hasta el punto de inferir en su vida privada y detonar su divorcio. Rabioso, trastornado por un fallo que calificaba de latrocinio, exigió el desquite. Pero Leonard se cuidó mucho de volver a encerrarse con Marvelous, púgil que, a similitud de Joe Louis, machacaba a sus rivales en el segundo enfrentamiento. Las evasivas y perífrasis del púgil de Carolina del Norte, empujaron a Hagler al abandono definitivo del boxeo.
Muy hábilmente, Leonard esperaría tres largos años para ofrecer, ¡ahora sí!, la revancha a un Hagler retirado, avejentado y fuera de forma. Aunque las ganancias eran deslumbrantes, el guiño sabio y subliminal de los Jack Dempsey, Joe Louis o Muhammad Alí, sin duda previnieron al Maravilloso sobre un ominoso retorno. “Nunca se vuelve”, suspiraba Archie Moore. ”Me ha alcanzado el tiempo”, musitaba un encanecido Alí en el abismo de su ocaso frente a Trevor Berbick.
Paradójicamente, años después, Leonard embarraría su aureola de gloria en retornos imposibles y aciagos… pero esa es otra historia. Hoy, nos quedamos con la grandeza de Marvin Hagler, para muchos el mejor peso medio de todos los tiempos y, por supuesto, con la nostalgia y el recuerdo grabado de sus combates de oro siempre coronados con el cosquilleante clamor de las multitudes en aquellas noches noches estelares… ¡Hasta siempre, Marvelous!
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