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Un boxeador musculoso levanta los brazos en una ceremonia de pesaje rodeado de varias personas y un cartel de fondo.
OPINIÓN

George Foreman, el gigante que honró al boxeo y a Dios

Recordar a George Foreman es viajar inevitablemente al México de 1968, donde, siendo todavía un jovencísimo púgil amateur consiguió la medalla de oro olímpica

Nos dejó el pasado 21 de marzo George Foreman, un coloso del boxeo que reinó por partida doble en la categoría más prestigiosa, la de los pesos pesados. Foreman, nacido en Marshall, Texas, no fue solamente uno de los puños más demoledores que han pisado el cuadrilátero, fue también un hombre profundamente espiritual, cuya fe en Dios impregnaba cada acción, cada gesto, cada victoria y también cada derrota.

Recordar a George Foreman es viajar inevitablemente al México de 1968, donde, siendo todavía un jovencísimo púgil amateur, consiguió la medalla de oro olímpica, esa que siempre llevó con orgullo y que, además, dedicó a su país en un momento complicado, convulso, marcado por fuertes tensiones políticas y sociales. Foreman se destacó entonces por una valentía y una determinación que lo acompañaron toda su vida, dentro y fuera del ring.

Pero si algo definió la trayectoria pugilística del bueno de George fueron sus combates épicos. ¿Cómo olvidar aquel histórico enfrentamiento en Zaire contra Muhammad Ali en 1974, conocido como "Rumble in the Jungle"? Foreman llegaba como campeón mundial invicto, devastador e imponente, pero la astucia de Ali hizo que el gigante cayera derrotado en una pelea que quedó grabada para siempre en la memoria colectiva. Desde entonces siempre quedó la sombra de la sospecha sobre aquella noche en Zaire, donde se llegó a rumorear que algo extraño había sucedido con la bebida que le proporcionó el médico antes del combate. Fue entonces cuando George Foreman demostró que la grandeza de un hombre no solo se mide por sus victorias, sino por cómo enfrenta y asume la derrota.

Tras retirarse y encontrar en Dios un renovado propósito vital, sorprendió al mundo, regresando al boxeo con 45 años para recuperar nuevamente el cinturón de campeón del mundo, convirtiéndose así en el campeón más longevo de la historia de los pesos pesados al derrotar en 1994 a Michael Moorer. Una proeza solo al alcance de hombres excepcionales, de seres que creen firmemente en que con esfuerzo, fe y dedicación se puede doblegar al tiempo y romper los límites impuestos por el destino.

Foreman fue un ejemplo de humanidad y de humildad. El púgil texano nunca ocultó su profundo amor por Dios, al que atribuía cada uno de sus logros y al que se encomendaba constantemente. Su testimonio público y su estilo de vida fueron un faro de esperanza para muchos jóvenes deportistas y aficionados que vieron en él no solo a un deportista ejemplar, sino también a una persona íntegra y buena, a un hombre que supo dar sentido a su vida más allá del éxito y la fama.

George Foreman será recordado por sus legendarios combates, por sus títulos mundiales, por su medalla olímpica, pero, sobre todo, será recordado como un hombre de fe, que supo levantarse una y otra vez, dentro y fuera del cuadrilátero, dando siempre testimonio de una vida ejemplar y honorable.

Descanse en paz, campeón. El boxeo y el mundo nunca te olvidarán.

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