Moncloa, la casa nostra
Por Antonio Sánchez Sánchez
Siempre se nos ha mostrado a través del cine una versión del crimen organizado donde las familias mafiosas llegaban a adquirir el carácter de antihéroes durante el desarrollo de la filmación e incluso lograban encandilarnos con el poder del que hacían gala y que en muchas ocasiones nos hacían identificarnos con los propios personajes. Todo ello se hacía factible a través de la transmisión de una ilusión de poder, riqueza, elegancia y belleza donde se ponían en valor aspectos personales atractivos a través de los llamados Códigos de Honor.
Para la mafia, estos códigos son inviolables, unos ejemplos de ello son la famosa omertà – la ley del silencio, la lealtad incondicional, la obediencia ciega y la plena disposición por y para la organización, todo lo cual les avalaba para desenvolverse en una realidad paralela y de manera supremacista en aquellos devenires cinematográficos que han sido profusamente representados.
Películas como “El padrino” de Francis Ford Coppola, “Scarface” de Brian de Palma, “American Gangster” de Ridley Scott o la más actual serie de super éxito “Peaky Blinders” con el aclamado Cillian Murphy como protagonista, son sólo unos pocos ejemplos de cómo la gran pantalla ha mostrado el retrato de la actividad criminal llevada al más alto nivel. Todas estas representaciones, unas veces más ajustadas a la realidad que en otras, han mostrado la versión romántica de una realidad aterradora y sangrienta que las sociedades humanas llevamos sufriendo desde hace muchos siglos atrás y que, aunque cada vez con métodos más sofisticados, continúan sus actividades hoy día incluso con más éxito que en épocas anteriores.
La mafia siempre ha tenido un objetivo más allá de enriquecerse a través de la actividad criminal, donde sus nichos principales han sido el tráfico de drogas y armas, la extorsión, la trata de personas, la prostitución, el fraude y la estafa por medio de la violencia. Ese objetivo siempre fue el de conseguir dominar el poder político infiltrando a miembros de “la familia” en puestos influyentes con el fin de alcanzar la impunidad de sus actividades delictivas y el acceso a suculentos contratos de servicios públicos que serían objeto de corrupción, pasto del crimen ya institucionalizado y mucho más complicados de perseguir por las fuerzas del orden.
Históricamente podemos ver multiplicidad de ejemplos en los cuales se sembraron las simientes de lo que ya en tiempos modernos ha venido a denominarse crimen organizado o mafia. En tiempos de la antigua Roma se crearon estructuras de poder paralelas donde la ley del más fuerte imperaba asfixiando al más pobre o más débil y donde éstos sólo podían subsistir integrándose fielmente en redes clientelares poniéndose a las órdenes de la estructura. Posteriormente el derecho romano trató de corregir los abusos que de la anterior Ley de las XII Tablas se derivaron. A lo largo de la historia hay innumerables ejemplos más, pero por las limitaciones de extensión del artículo no es viable enumerarlos.
Sírvase de ejemplo lo anterior para observar la antigüedad de estas organizaciones y para establecer un nexo con la más rabiosa actualidad en relación a los casos de corrupción que azotan al actual Gobierno de España, encabezado por su presidente, Pedro Sánchez.
Todo se entiende mucho mejor si observamos el ingente organigrama de las diferentes tramas de corrupción que se ciernen alrededor de la Moncloa y orbitando en torno a la figura del presidente del Gobierno. Tanto el caso Begoña Gómez, el caso de David Sánchez, el caso Koldo-Ábalos, la trama de hidrocarburos, el caso Mediador con el ‘tito’ Berni, el caso fiscal general del Estado, tienen en común todas las actividades delictivas a las que principalmente se dedica la mafia y que no es necesario reiterar.
No olvidemos tampoco a la estrella invitada, Víctor de Aldama, que ameniza toda una fiesta de corrupción presuntamente pagada con dinero público y que ya cuenta, sumando todas las tramas, con decenas y decenas de imputados por la presunta comisión de delitos como tráfico de influencias, extorsión, sobornos, corrupción en los negocios, apropiación indebida, delitos contra la administración pública y hacienda, organización criminal, cohecho, blanqueo de capitales, malversación, etc.
En todas estas tramas, que están directamente conectadas con el PSOE y vinculadas a su cúpula, se podrían establecer analogías con el modus operandi de las organizaciones criminales o mafias y sus llamados códigos de honor.
La más importante es la omertà. Queda patente el forzado olvido y desconocimiento de personas y de todo lo relacionado con lo que se imputa, nadie conoce a nadie ni sabe nada; esta es la ley del silencio.
Lealtad incondicional y obediencia ciega. Esto lo apreciamos en las ya oficializadas disciplinas de voto. El que infringe este mandato es expulsado de la organización.
La plena disposición a la causa por la que los miembros de la organización tienen el deber de sacrificarse por el bien del partido. Podemos ver reflejado este punto en la “sugerida” dimisión de Juan Lobato producida recientemente.
Mientras, la organización tiene la obligación suprema de proteger al padrino. Rodarán cabezas antes de que el gran capo caiga. Entretanto una mano negra se cierne sobre los españoles a la par que resuena lejana desde la Moncloa una voz en off, masculina, grave, lenta, con tono condescendiente; entonces todo se funde en negro, y cita: “No es personal, son sólo negocios”.
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