
El 8M: un circo de violencia, hipocresía y manipulación política
Los partidos que organizan y promueven estas marchas, los mismos que nos han dado escándalos como el de Ábalos, Errejón, Monedero
Cada año, el 8 de marzo, se convierte en una parodia grotesca de lo que debería ser una legítima lucha por la igualdad. Lo que en teoría debería ser una reivindicación de los derechos de la mujer ha degenerado en un espectáculo vulgar, casposo y desfasado, protagonizado por hordas de cochinotas y cochinotes que desfilan más por odio ideológico que por una verdadera preocupación por los derechos de nadie.
Los partidos que organizan y promueven estas marchas—los mismos que nos han dado escándalos como el de Ábalos, Errejón, Monedero o el macho alfa de Pablo Iglesias—no buscan la igualdad, sino la destrucción de la familia, la unidad de España y la libertad de todos. Bajo su disfraz de progresismo, lo único que hacen es politizar y pervertir una causa que debería unirnos a todos en lugar de dividirnos.
Violencia y censura: la hipocresía feminista
Las manifestaciones del 8M ya no son simples concentraciones reivindicativas, sino escenarios de violencia e intolerancia. Cualquiera que no comulgue con el dogma feminista de extrema izquierda es señalado, insultado y hasta agredido. Lo vimos este año con los ataques a periodistas como Vito Quiles y Cake Minuesa, expulsados de la manifestación por atreverse a informar. Curiosamente, las feministas que presumen de luchar contra la violencia no tienen reparos en ejercerla contra aquellos que no piensan como ellas.
Si de verdad les importara la seguridad de las mujeres, ¿por qué no muestran la misma agresividad contra los violadores y agresores sexuales que han proliferado bajo sus propias filas? El feminismo de izquierdas ha callado de manera vergonzosa ante los escándalos de abuso y acoso dentro de sus propias formaciones. Desde los abusos de menores en Baleares, amparados por gobiernos de izquierdas, hasta los escándalos en Podemos y Sumar, donde se ha protegido a depredadores sexuales mientras se señalaba con el dedo a quienes exigían justicia.
El silencio ante los verdaderos depredadores
Las feministas del 8M son selectivas en su indignación. No alzan la voz contra los violadores que han salido a la calle gracias a la nefasta Ley del Solo Sí es Sí, una ley impulsada precisamente por las mismas que ahora gritan en las calles contra el machismo. No han pedido cuentas a Irene Montero ni a sus secuaces por haber rebajado condenas a más de 1.200 delincuentes sexuales. Tampoco han organizado grandes manifestaciones para exigir justicia en los casos de agresiones cometidas por miembros de su propio entorno político.
Sin embargo, cuando Santiago Abascal propone endurecer las penas contra violadores, es atacado con insultos y descalificaciones. ¿Por qué? Porque el 8M no es una manifestación en defensa de las mujeres, sino un acto político al servicio de la izquierda más radical. Si de verdad les importara la seguridad femenina, aplaudirían cualquier iniciativa que busque castigar con mayor dureza a los agresores. Pero no, su prioridad es que todo encaje en su relato ideológico, aunque eso signifique soltar a violadores a la calle mientras atacan a quienes quieren evitarlo.
El colmo del esperpento: la cabalgata acaba en la que fuera casa de la ex de Ábalos
La manifestación de este año ha terminado de confirmar lo que ya sabíamos: el 8M es un circo manipulado por la izquierda. El colofón de la jornada fue la marcha que acabó frente a la casa de Jessica, la que fuera pareja de Ábalos. Una escena ridícula, digna de una película de Berlanga. Los asistentes eran una turba de gente fanatizada, a los que la verdad no les puede arruinar un buen relato.
Los gritos e insultos no fueron para Monedero, ni para Iglesias, ni para los políticos que han hecho de la política española un nido de corrupción y favores personales. No, el blanco de la furia feminista fueron una vez más los mismos de siempre: la derecha, los que piden penas más duras para los violadores, los que defienden a las mujeres de verdad y no las usan como carne de cañón para sus batallas políticas.
Conclusión: la farsa del 8M debe terminar
El 8M ya no representa a la mujer española. No representa a la madre trabajadora, a la emprendedora, a la estudiante que se esfuerza ni a la mujer que lucha sin necesidad de victimismo. Representa a una élite política y mediática que ha convertido la lucha feminista en su herramienta de manipulación y odio. Mientras sigamos permitiendo que estas marchas sean dominadas por la izquierda más radical, el feminismo seguirá siendo una excusa para imponer una agenda política que nada tiene que ver con la igualdad.
La verdadera defensa de las mujeres no está en las pancartas moradas ni en los eslóganes vacíos, sino en medidas concretas que protejan a las víctimas de verdad y castiguen a los agresores sin distinción de ideologías.
Hasta que eso ocurra, el 8M seguirá siendo lo que es: un circo vulgar, casposo y desfasado.
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