
Sánchez, entre el esperpento y el pánico: la comparecencia de un presidente acorralado
Mientras tanto, España sigue gobernada por un presidente que cada vez se parece más a una caricatura de sí mismo
Lo de la rueda de prensa de Sánchez, del pasado lunes, no fue una comparecencia institucional. Fue un acto de desesperación. Un nuevo ejercicio de propaganda victimista al que Pedro Sánchez ya nos tiene tristemente acostumbrados. Comparecía, supuestamente, para dar explicaciones por el alud de escándalos de corrupción que asfixian a su Gobierno y a su partido, pero no explicó absolutamente nada. Ni una sola palabra sobre las investigaciones, los informes de la UCO, las conversaciones reveladas, ni las responsabilidades políticas de quienes él mismo nombró y protegió. Lo que sí vimos fue a un hombre superado, encerrado en un búnker de fantasías, acusando al mundo entero menos a sí mismo.
Una vez más, Sánchez se puso la toga de mártir y acusó a “la derecha y la ultraderecha”, es decir, al PP y a VOX, de haber urdido una supuesta conspiración judicial y mediática para derrocarle. Un discurso calcado al de cualquier caudillo bolivariano: todo es culpa de las cloacas, de la oposición, de los jueces que se atreven a investigar, de los periodistas que no se pliegan, de Europa, de la derecha, de los bulos, de todos, menos de él.
Lo que debería haber sido una dimisión inmediata y una puesta a disposición de la justicia, fue una huida hacia adelante con tintes de tragicomedia. Como siempre, ni una palabra de autocrítica. Ni una mínima asunción de culpa. Lo que sí hizo fue señalar al adversario, calumniar a los jueces, agitar el espantajo de la ultraderecha y —en una de las escenas más bochornosas que se recuerdan en la política española reciente— acabar la comparecencia afirmando, con tono melodramático, que “son las cinco de la tarde y no he comido”.
¿Este es el estadista que iba a dignificar la vida pública? ¿Este es el regenerador? ¿El defensor del Estado de derecho? No. Este es el máximo responsable de una organización que empieza a ser calificada como criminal por la Guardia Civil. El responsable del partido que ha expulsado a José Luis Ábalos y que ha visto cómo Santos Cerdán, su sustituto y mano derecha, entregaba su acta de diputado entre la sospecha de financiación ilegal y sobornos. Si, como afirma Sánchez, todo es mentira y nada es cierto, ¿por qué ha tenido que expulsar al primero y sacrificar al segundo?
La realidad es que la credibilidad de Sánchez está agotada. Ya ni siquiera sus bases lo sostienen con el entusiasmo de antaño. Cada día son más los militantes del PSOE que reconocen en voz baja que su líder ha convertido al partido en una estructura de poder clientelar, rodeado de familiares, comisionistas, fontaneras, chiringuitos, jetas y porteros de prostíbulos. No queda ni rastro de aquel PSOE que prometía ética, regeneración y justicia social. Por cierto, promesas que en toda su larga historia no cumplió. Lo que queda es un solar político devastado por la mentira, el sectarismo y la corrupción más obscena.
La estrategia de Sánchez es clara: aguantar. Como sea. Resguardarse tras cortinas de humo, alimentar el relato del asedio, del ataque de las “fuerzas ultra”, y convertir cualquier crítica legítima en una amenaza a la democracia. Lo que pretende no es otra cosa que blindarse frente a la justicia a través del poder. No dimite porque sabe que fuera de Moncloa no hay blindaje posible. Ya no se trata de política, sino de supervivencia.
Pero el tiempo juega en su contra. Los informes de la UCO son cada vez más demoledores. Las revelaciones de testigos y las conversaciones intervenidas evidencian que lo que hay no es un caso aislado, ni un garbanzo negro. Lo que hay es un sistema perfectamente organizado para lucrarse desde lo público. Una red en la que aparece implicado todo el aparato del PSOE, desde ministros hasta asesores, desde diputados hasta directores generales. Y todo ello con el conocimiento —y probablemente con el beneplácito— del mismísimo presidente del Gobierno.
La rueda de prensa fue la confirmación de que Pedro Sánchez no tiene nada que ofrecer. Ni una explicación, ni una propuesta, ni un gesto de decencia. Solo victimismo, amenazas veladas a los jueces y una delirante sensación de estar siendo víctima de una conspiración internacional liderada por Vox y los editoriales de la prensa libre.
Y mientras tanto, España sigue gobernada por un presidente que cada vez se parece más a una caricatura de sí mismo. Un presidente que comparece, no para dar cuentas, sino para llorar. Que acusa sin pruebas y se refugia en la retórica del antifascismo de manual. Que se victimiza como un adolescente acorralado, incapaz de asumir la responsabilidad que exige su cargo. Que termina su comparecencia apelando al reloj y al hambre, como si eso justificara su miseria política y moral.
No, señor Sánchez. Lo que el país necesita no es que usted coma a las cinco de la tarde. Lo que España necesita es que usted se marche cuanto antes. Que asuma sus responsabilidades. Que rinda cuentas ante los jueces. Que deje de degradar cada día más la vida pública.
Porque ya no es solo una cuestión política. Es una cuestión de higiene democrática.
Y si no lo entiende, si de verdad cree que todo esto es una persecución ideológica, entonces el problema es aún más grave de lo que imaginábamos.
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