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OPINIÓN

Salvador Illa: Filósofo de la muerte que el PSOE presenta como salvador del régimen

La opinión de Javier García Isac de hoy, miércoles 25 de junio de 2025

En plena descomposición del sanchismo, con la corrupción gangrenando las estructuras del PSOE y con Pedro Sánchez más cercado que nunca por las investigaciones judiciales, los tentáculos de la UCO y los escándalos familiares que afectan a su entorno más íntimo, empiezan a sonar nombres como posibles recambios. Y uno de los que cobra más fuerza, según algunas fuentes bien informadas, es el de Salvador Illa. Sí, han leído bien: Salvador Illa, el mismo que fue ministro de Sanidad durante la pandemia, el “filósofo de la muerte” que pasó a la historia no por salvar vidas, sino por ocultar cadáveres.

¿Quién es realmente Salvador Illa?

Un personaje anodino, mediocre, elevado a los altares del poder por la cuota catalana del PSOE. Nombrado ministro de Sanidad en enero de 2020, apenas semanas antes del estallido de la mayor crisis sanitaria que ha vivido España en un siglo. Su mérito: haber sido alcalde de un pequeño municipio catalán y ser un obediente peón del socialismo catalán. Un filósofo al frente de la sanidad nacional. La broma, de no haber costado decenas de miles de vidas, tendría un tinte surrealista. Pero no. El resultado fue trágico. Illa fue el rostro visible de la peor gestión sanitaria de Europa.

No tenía conocimientos técnicos, ni experiencia médica, ni criterio. Solo obediencia ciega a Sánchez. Mientras las morgues rebosaban, Illa comparecía sin datos, ocultando cifras, mintiendo sobre los muertos, improvisando restricciones arbitrarias que vulneraban derechos fundamentales. Fue el artífice político del primer estado de alarma declarado inconstitucional. Encerró a los ciudadanos en sus casas, persiguió a quien se atreviera a pasear solo por el campo, y permitió que los suyos celebraran fiestas privadas y reuniones del partido. Fue la cara de la sumisión, de la manipulación, del miedo institucionalizado.

Negocios turbios con olor a muerte

La Fiscalía Europea ya ha puesto el foco en su gestión. Existen indicios de que fondos europeos destinados a la emergencia sanitaria pudieron desviarse a fines irregulares. El nombre de Illa no está limpio. Al contrario, empieza a aparecer con demasiada frecuencia en las investigaciones. ¿Qué sabía Illa de los contratos adjudicados durante la pandemia? ¿Cuál fue su implicación en las mascarillas defectuosas, los respiradores inservibles y las comisiones de oro que enriquecieron a comisionistas como Koldo García, Víctor de Aldama o personajes del entorno de Ábalos?

Illa no era ajeno a todo aquello. Estaba en el centro de la gestión. Firmaba, decidía y callaba. No puede presentarse como víctima ni como ignorante. Fue corresponsable. Si Pedro Sánchez era el director de orquesta del horror, Illa era uno de los primeros violines. Su silencio le hizo cómplice. Y su inacción, responsable.

Premiado por fracasar

Pero en España, y más aún en el PSOE, el fracaso no se castiga: se premia. Illa pasó de ministro incompetente a candidato a la presidencia de la Generalitat. Y ganó. Un premio que no le correspondía, pero que se le otorgó como parte del blindaje del aparato. Desde la Generalitat, no ha hecho más que seguir la senda del separatismo: persecución del español, ataque a la Guardia Civil, sumisión a ERC y pacto con Junts. En definitiva, más de lo mismo. Un PSOE entregado a los enemigos de España, y que ahora puede ser pilotado por un exministro cuya gestión debería haberle inhabilitado para cargo público alguno.

Illa es la continuidad del desastre. No es una renovación, es la confirmación de que el PSOE no piensa rectificar nada. El mismo que impuso mascarillas al aire libre, que recomendó confinar a los niños en sus casas, que permitió el 8-M cuando ya se sabía que el virus estaba descontrolado. El mismo que cambió muertos por titulares, y cadáveres por propaganda. El mismo que no pidió perdón jamás.

¿El heredero de Sánchez? No, el cómplice

El intento de algunos sectores del PSOE de presentar a Illa como una alternativa moderada, solvente y limpia, solo puede calificarse de insulto a la inteligencia. Salvador Illa no puede desvincularse del sanchismo porque es sanchismo. Formó parte de su núcleo duro, participó en sus decisiones más infames y aceptó todos los silencios, todas las órdenes y todas las mentiras.

La historia no puede reescribirse. Y si algo representa Illa es precisamente la política de la mentira institucionalizada. Ahora, cuando el barco hace aguas y Pedro Sánchez comienza a ser una figura tóxica incluso para los suyos, intentan construir una figura amable, casi tecnocrática, con traje de gestor serio y responsable. Pero detrás de ese traje sigue estando el filósofo sin escrúpulos, el rostro amable del encierro, la sonrisa gélida del que nunca lloró por los muertos.

Cataluña: más de lo mismo

Y como presidente de la Generalitat, Illa no ha traído concordia ni paz, solo persecución a los miles de catalanes que defienden la españolidad de Cataluña. Ha continuado la agenda nacionalista, la marginación del castellano y la persecución ideológica a quien se atreva a disentir. Ha mantenido la política lingüística de ERC, ha atacado a la Guardia Civil, y ha convertido la Generalitat en una máquina de propaganda catalanista, aliada de los mismos que intentaron romper España en 2017.

Illa no es solución, es problema. No es alternativa, es continuidad. No es regeneración, es degeneración. Representa exactamente el mismo modelo que ahora se tambalea por la corrupción, por la mentira y por el desgaste. El PSOE no puede sustituir a un jefe de clan por otro miembro de la misma familia mafiosa. Y el hecho de que Salvador Illa sea el nombre que suena solo demuestra la desesperación y la falta de autocrítica de una organización que ha perdido el rumbo, la decencia y el respeto por los españoles, si es que alguna vez lo tuvo.

De Sánchez a Illa, del caos a la claudicación

Si el PSOE cree que puede salvar los muebles presentando como salvador a uno de los principales arquitectos del desastre, es que no ha entendido nada. Salvador Illa no está legitimado para asumir nada. No puede erigirse en referente moral quien fue incapaz de asumir su responsabilidad en la muerte de decenas de miles de personas. No puede liderar la regeneración quien fue pieza clave de la degeneración. No puede ser alternativa quien es exactamente lo mismo.

El PSOE no necesita un cambio de caras. Necesita desaparecer, refundarse o asumir que ha cruzado demasiadas líneas. E Illa, por mucho que sonrían los columnistas de cámara o los tertulianos ensobrados, no será jamás la solución. Porque mientras no se juzgue su papel durante la pandemia, mientras no se auditen sus contratos y mientras no se diga toda la verdad, Salvador Illa seguirá siendo lo que fue y lo que es: el filósofo de la muerte.

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