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OPINIÓN

Rafael Simancas: la miseria hecha política

La última “tropelía” la ha protagonizado en el Congreso de los Diputados

Hay personajes que, por mucho que la sociedad quisiera olvidar, la política se empeña en mantener vivos. Esos zombis del sistema, esos desechos de tienta que, pese a fracasar una y otra vez, siguen agarrados al presupuesto público con la tenacidad de una sanguijuela. Uno de esos ejemplares es Rafael Simancas, un político mediocre, sin brillo, sin carisma, pero con la cualidad indispensable para sobrevivir en el lodazal del socialismo: ser servil hasta la humillación y estar dispuesto a lo que sea con tal de seguir cobrando del erario.

Simancas es el perfecto paradigma del sanchismo de segunda fila. Un escudero de saldo, un hombre sin peso ni autoridad que ha hecho carrera en la sombra, dispuesto a aplaudir y a ejecutar órdenes con el entusiasmo de quien se sabe incapaz de sobrevivir en la vida civil. Hoy se ha convertido en uno de esos sapos que saltan cuando Pedro Sánchez necesita ruido.

La última “tropelía” la ha protagonizado en el Congreso de los Diputados, atacando a Pepa Millán, la brillante portavoz de VOX, con un tuit indecente que pasará a la galería de la ignominia política. “La ultraderecha ha llamado hoy en el @Congreso_Es a ‘liberar a los españoles del yugo de su gobierno’, citando explícitamente el caso Calvo Sotelo que utilizaron los fascistas en el año 1936 para desencadenar un golpe de Estado y una guerra civil”, escribió sin pestañear.

¡Qué vileza! ¡Qué manipulación tan burda! Rafael Simancas sabe perfectamente lo que ocurrió. Sabe que José Calvo Sotelo fue asesinado vil y cobardemente en julio de 1936 por pistoleros socialistas al servicio del Gobierno de entonces. Sabe que aquel crimen de Estado fue el detonante inmediato de una guerra civil que el PSOE  que ellos ya habían comenzado con su intentona golpista del 1934. Después vinieron sus checas, sus persecuciones religiosas, sus quema de iglesias y conventos, sus matanzas en la retaguardia, aunque mucho de esto, incluso antes de comenzada la contienda. Simancas no es ignorante, es malo, y es simplemente un mentiroso compulsivo al servicio de una mentira mayor: la del PSOE como supuesto garante de la democracia, cuando en realidad ha sido su mayor enemigo a lo largo de la historia.

El PSOE no solo asesinó a Calvo Sotelo. Ahora, 90 años después, pretende también asesinar su memoria, negándonos el derecho a recordarlo y a reivindicarlo. Lo acusan de ser “utilizado” cuando lo que desearíamos es no tener que nombrarlo, porque eso significaría que no lo hubieran matado. Pero lo hicieron, y ahí está la mancha imborrable en la historia del socialismo español.

Simancas, como buen lacayo del régimen sanchista, cumple a la perfección su cometido: deformar la historia, atacar a la oposición y seguir medrando en la ciénaga política. Su carrera, plagada de fracasos, tuvo su momento más bochornoso en el célebre “Tamayazo”. Corría el año 2003 cuando, tras unas elecciones autonómicas en Madrid, Simancas estaba a punto de convertirse en presidente de la Comunidad. Pero dos diputados socialistas, Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, se negaron a investirle. ¿Por qué? Porque el PSOE, como es habitual, no cumplió con lo pactado, porque la corrupción y el engaño estaban detrás de los acuerdos, porque en la trastienda ya se repartían sillones y prebendas. El escándalo fue tal que hubo que repetir las elecciones. El resultado: Esperanza Aguirre ganó con mayoría absoluta y Simancas pasó a la irrelevancia.

Ese episodio, que en cualquier país serio habría terminado con su carrera política, en España se convirtió en un salvoconducto para seguir viviendo del cuento. Simancas no desapareció: fue recolocado, como hacen siempre con los inútiles útiles, Congreso, Senado, y cuando parecía que su pésima carrera política estaba terminada, se agarró al Sanchismo con la fuerza de un náufrago a punto de ahogarse. Así funciona el PSOE: los fracasados se reciclan, los enchufados nunca mueren.

Hoy, desde su atalaya de segundón, Simancas se atreve a dar lecciones de democracia, a manipular la memoria de Calvo Sotelo y a criminalizar a VOX, el único partido que de forma sería, da la batalla cultural y defiende la libertad de los españoles frente al yugo de este Gobierno. La ironía es insultante: quien firma acuerdos con BILDU, herederos de ETA, para liquidar la reforma laboral junto a Adriana Lastra, se permite señalar a los demás como peligrosos.

Lo de Simancas no es casualidad: es el retrato de un PSOE que, ayer como hoy, está dispuesto a lo que sea con tal de mantenerse en el poder. Ayer fue la checa y la pistola; hoy son la mentira, la censura y la corrupción. Pero la esencia es la misma: el odio a España, el desprecio por la verdad, la voluntad de dominar a toda costa.

No nos engañemos: el PSOE de Sánchez, el de Simancas, es el mismo de siempre. El mismo que provocó una guerra civil, el mismo que asesinó a Calvo Sotelo, el mismo que se cree con una superioridad moral y política de la que carece. La diferencia es que ahora, además, están dispuestos a entregar la nación a los separatistas, a los comunistas bolivarianos y a los proetarras.

Por eso tenemos la obligación moral de no callar, de no ceder, de no pasarles ni una. Porque no se trata solo de combatir la mentira de un Simancas cualquiera, sino de desenmascarar al monstruo del que forma parte: un PSOE criminal, corrupto y decadente que, de no ser combatido, arrastrará a España entera hacia la ruina y el sometimiento.

Javier García Isac

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