
El periodista y la mafia de la cúspide
Por José Rivela Rivela, un cronista apartado
¡Maldita sea la corte y bendito sea el bufón que la desnuda! España y sus satélites no se pudren por abajo: lo que apesta es la corona de arriba, esa cofradía de tragaldabas que se reparten el botín mientras llaman insostenible al viejo que cobra mil euros de pensión.
Vedlos: eurodiputados que firman asistencia y cobran 350 ducados por mover la muñeca, que amasan diez mil al mes de salario y otros cinco mil de “oficina” para pagar cortinas de terciopelo. Vedlos volar en avión a Bruselas con chófer, cenar con caviar en nombre del pueblo, beber champán que no pagan. Y luego, con sonrisa de verdugo, señalar al pensionista de 3.000 euros tras 40 años de trabajo y llamarlo “privilegiado”. ¡Miserables!

En España, los presidentes autonómicos repiten la danza: 136.000 al año, coche oficial, escolta, asesores que paren humo, oficinas que son palacios. El coste real: 200.000, 250.000. Y al cesar, la puerta giratoria los convierte en mercaderes de consejos de administración. Bono, González, Zapatero, Pons, Pepiño… la misma procesión de felones disfrazados de patriotas, todos con la nariz metida en contratos de China, Panamá o Bruselas. Ninguno defiende a España; todos defienden su bolsillo.
Y en medio de este festín de ratas aparece un hombre incómodo: Javier Negre. Lo acusan de exagerar, de inventar, de ser bronco. ¡Hipócritas! El pecado de Negre no es mentir, sino molestar. Porque todos los periódicos mienten, pero lo hacen a favor de la casta. Negre, en cambio, levanta la voz contra los mismos que firman las nóminas de otros periodistas domesticados. Y por eso lo persiguen con multas, denuncias y demandas, como perros de presa del poder.
Dicen que molesta en España, en Argentina, en Bruselas. Pues bien, molesta ya en nueve países. Ha abierto sedes en México, Argentina, República Dominicana, Ecuador, Estados Unidos y otros rincones que tiemblan al oír su nombre. Allí donde planta bandera, los poderosos sudan. Es la expansión de un testigo incómodo que no necesita bendición de partido ni subvención de ministerio. Un periodista libre es un arma de destrucción masiva contra la mafia de la cúspide.
La casta internacional funciona como logia: se colocan unos a otros, cambian de color como camaleones, firman contratos con dictadores y se forran a costa de los que madrugan. El pueblo paga las dietas, los coches, los guardaespaldas, las oficinas, las cenas, las óperas y hasta las risas. Y el pueblo, además, debe callar. Pero Negre no calla, y por eso lo odian más que al hambre.
Su pecado es simple: recordar que el emperador va desnudo. Que el eurodiputado cobra 300.000 al año mientras acusa al pensionista de arruinar las cuentas. Que el presidente autonómico se sube el sueldo mientras congela nóminas. Que los expresidentes viajan al extranjero como mercaderes de su propia patria. Negre lo dice en voz alta, sin pedir permiso, y eso basta para que el sistema lo quiera enterrar.
Mas no entienden los señores del poder que cuanto más lo atacan, más crece. Donde cierran una puerta, abre otra redacción. Donde lo silencian, levanta otra sede. Donde lo multan, consigue más altavoces. Hoy son nueve países; mañana serán veinte. La plaga no es él, sino su insistencia en mostrar lo que la mafia esconde.
Defender a Negre no es defender un estilo, ni siquiera un hombre. Es defender el derecho a que alguien nos incomode. Porque cuando sólo hablen los que aplauden, la democracia será un circo sin público y una patria sin voz.
Así que repito, con crueldad Quevediana: no son los jubilados, ni los funcionarios, ni los trabajadores quienes arruinan al reino. Son los sátrapas de arriba, esos vampiros que maman del erario y se hacen llamar servidores públicos. Y contra esa cuadrilla de tahúres, Negre es la voz que incomoda, el espejo que no miente, el martillo que golpea donde más duele.
Que lo persigan, pues: más pruebas darán de que su pluma es necesaria.
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