
El PSOE y su cloaca judicial: sobornos, presiones y millones en plena pandemia
Por Javier García Isac
En cualquier democracia digna de tal nombre, lo que hemos conocido estos días provocaría la inmediata dimisión del Gobierno y la apertura de una investigación parlamentaria. Pero en el régimen sanchista, todo vale. España vive secuestrada por una mafia política que ha colonizado la justicia, corrompido las instituciones y convertido el Estado en una gigantesca agencia de colocación y chantaje.
Los fiscales Stampa y José Grinda —nombres conocidos y respetados dentro de la Fiscalía— han denunciado algo de una gravedad extrema: fueron objeto de intentos de soborno y manipulación por parte de la “fontanera de Ferraz”, Leire Díaz, una persona muy próxima al núcleo duro de Pedro Sánchez. Según relatan, Leire Díaz recibía y filtraba información sensible con el objetivo de hundir al fiscal jefe Alejandro Luzón y desactivar a la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil (UCO), el cuerpo que ha destapado algunos de los mayores escándalos de corrupción del socialismo.

¿Y para qué todo esto? Muy sencillo: para entorpecer las investigaciones que afectaban directamente al PSOE, sobre todo las relativas a Pedro Sánchez y su entorno y archivar casos relativos al separatismo catalán. Una auténtica operación de Estado, pero no al servicio del bien común, sino al servicio del partido. Lo que antes se llamaban cloacas, ahora se llaman Ferraz.
Mientras estos fiscales se enfrentaban a las presiones y maniobras de las cloacas sanchistas, hemos sabido también que Mariano Moreno Pavón, antiguo tesorero o gestor del PSOE en tiempos de la pandemia, había ingresado a las cuentas del partido más de 85 millones de euros. ¿De dónde procedía ese dinero? ¿Cómo es posible que, en pleno confinamiento, cuando media España estaba encerrada en casa y el país se hundía, el PSOE incrementara su tesorería con decenas de millones procedentes —presuntamente— de los mismos contratos públicos hoy bajo investigación por la trama Koldo?
Todo encaja: Ábalos, Koldo, Víctor de Aldama, Santos Cerdán y Begoña Gómez formaban un entramado perfectamente engrasado donde los favores, los contratos y los sobres se movían al ritmo que marcaba Ferraz. Ahora sabemos que incluso existía una estructura paralela de control judicial, diseñada para silenciar, presionar o desacreditar a fiscales y agentes de la Guardia Civil que osaran seguir el rastro del dinero.
El sanchismo no sólo ha asaltado el poder político; ha contaminado el sistema judicial, ha comprado la prensa, y ha neutralizado los contrapesos del Estado. En esta España de Sánchez, quien investiga la corrupción acaba señalado, expedientado o apartado, mientras los corruptos son premiados con ministerios, embajadas o cátedras universitarias.
La fontanera de Ferraz, Leire Díaz, se ha convertido en símbolo de este modo de operar: filtraciones interesadas, chantajes, y utilización de información reservada para torcer la voluntad de los fiscales y proteger al poder. No hablamos de una simple trama administrativa: hablamos de un Golpe de Estado silencioso, de un uso mafioso del Estado para proteger al Partido Socialista.
Y a todo esto, el presidente Sánchez guarda silencio. Silencio cómplice. Silencio culpable. Como lo guardó cuando la justicia estrechaba el cerco sobre su esposa, Begoña Gómez, y como lo guarda ahora mientras los jueces descubren lo que tantos intuíamos: que el PSOE se financió de manera opaca, irregular y presuntamente ilegal durante los años más duros de la pandemia.
El sanchismo es hoy un régimen de impunidad, donde las cloacas han dejado de estar ocultas. Ya no disimulan. Operan a plena luz del día, sabiendo que la Fiscalía depende del Gobierno, que los medios callan por miedo o por subvención, y que el poder político lo controla todo.
Pero la verdad tiene una fuerza que ni Ferraz puede sepultar. Cada revelación de estos fiscales valientes, cada informe de la UCO, cada auto judicial que sale a la luz, va desmoronando el relato del PSOE. Los españoles empiezan a ver lo que hay detrás del maquillaje progresista: una organización clientelar, corrupta y totalitaria que utiliza el poder para perpetuarse y destruir a quienes le incomodan.
No es un caso aislado. Es un sistema de corrupción política y moral que empieza en Moncloa y termina en cada institución contaminada por el dedo de Pedro Sánchez. Lo que hoy sabemos sobre Leire Díaz, los fiscales que han sido objeto de intento de soborno y los millones de Mariano Moreno Pavón, no es el final: es solo el principio. Y cuando el castillo de mentiras se derrumbe, ni los medios comprados ni la fiscalía amordazada podrán salvar al PSOE de su propio fango.
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