
Pedro Sánchez, jefe de la trama: un PSOE corrupto, sumiso, al servicio de su impunidad
La opinión de Javier García Isac de hoy, miércoles 14 de mayo de 2025
Las últimas revelaciones sobre los mensajes privados entre Pedro Sánchez y su escudero de confianza, José Luis Ábalos, han terminado de confirmar lo que ya era una certeza para muchos: el presidente del Gobierno no solo conocía al detalle la mal llamada trama Koldo, sino que era, muy posiblemente, su director de orquesta. Los WhatsApp filtrados, lejos de mostrar a un Sánchez ajeno o incómodo ante las maniobras de Ábalos, dibujan a un líder frío, calculador, autoritario y sin escrúpulos, que se servía de su secretario de organización para rentabilizar políticamente cada movimiento, cada crisis y cada operación.
Sánchez no es la víctima de una corrupción que le estalló cerca. Es el jefe. El número uno. El beneficiario directo. Todo apunta a que lo que se hacía en el entorno de Ábalos, Koldo, Barrabés y compañía, se hacía por orden directa o con pleno conocimiento de Pedro Sánchez. No estamos ante un caso aislado, sino ante la constatación de que el presidente construyó y dirigió una red de poder donde la lealtad y el silencio se premiaban… y donde la dignidad y la verdad se castigaban.
Los mensajes lo dejan claro: Sánchez desprecia a sus ministros, insulta a sus colaboradores y se burla incluso de quienes, como Margarita Robles, aún pretenden mantener una imagen institucional. ¿Y qué hace Robles ante los insultos, las burlas y la humillación personal? Nada. No dimite. No denuncia. No levanta la voz. Simplemente traga. Se aferra a su silla en el Consejo de Ministros como si nada hubiera pasado. Así es el socialismo de hoy: sumiso, cobarde, sin principios ni dignidad.
Pero la imagen de la descomposición socialista no termina ahí. Mientras los españoles se escandalizan con los mensajes entre Sánchez y Ábalos, la portavoz del PSOE, Esther Peña, suelta una frase que pasará a la historia de la infamia política: “Los chats son aburridos, los de mis primos son más divertidos”. ¿Cabe mayor desprecio a los ciudadanos? ¿Cabe mayor falta de vergüenza? Peña, portavoz de un partido en el poder, se ríe de una trama que ha saqueado dinero público, que tiene a imputados por doquier, que ha deteriorado la imagen de nuestras instituciones… y lo encuentra aburrido. El sanchismo no solo ha destruido al PSOE: ha destruido toda noción de decoro.
Y en esta tragicomedia socialista, tampoco faltan los actores secundarios que ahora fingen sorpresa. Susana Díaz, Emiliano García-Page, Javier Lambán… todos los que durante años callaron, apoyaron, bendijeron o simplemente se beneficiaron del ascenso de Pedro Sánchez, ahora alzan tímidamente la voz. Ahora se escandalizan. Ahora dicen que “esto no es el PSOE que conocieron”. Pero lo cierto es que siempre supieron a quién servían. Siempre conocieron el carácter narcisista y autoritario de Sánchez. Siempre supieron que no había escrúpulos, que solo había ambición. Lo apoyaron cuando les convenía y ahora, ante el naufragio, fingen dignidad. Tarde y mal.
Sánchez no dimite porque no puede hacerlo. Si sale de La Moncloa, no le espera un retiro dorado ni una plaza en Bruselas: le espera un juzgado. Lo sabe él y lo sabe todo su partido. Por eso se aferra al poder. Por eso resiste. Por eso convierte cada comparecencia en un acto de propaganda, cada crisis en una cortina de humo, cada escándalo en una conspiración de la “ultraderecha”. Sánchez no gobierna: se protege. Utiliza el Estado como escudo personal y a su partido como red clientelar.
Mientras tanto, la izquierda entera —Podemos, Sumar, ERC, Bildu— se convierte en cómplice necesaria. Todos callan, todos pactan, todos se benefician. No porque crean en Sánchez, sino porque saben que sin él se les acaba el chiringuito. Cuanto peor para España, mejor para ellos. Y Sánchez es la garantía de que todo siga yendo mal. La corrupción no es un accidente: es el sistema.
Como advirtió Santiago Abascal, la peor cara de Pedro Sánchez está aún por venir. Hará lo que sea por mantenerse. Y eso —hacer lo que sea— puede costarnos carísimo a los españoles. Puede implicar concesiones territoriales, cesiones judiciales, pactos con quienes quieren romper España, y el derribo final del Estado de Derecho. Sánchez no tiene límites. No tiene moral. Solo tiene un objetivo: su supervivencia.
Estamos ante un presidente que no gobierna, sino que dirige una trama. Un presidente rodeado de imputados, de oportunistas, de ministros sin talla ni ética, de portavoces que se ríen de la ciudadanía, de jueces amigos y de medios comprados. Un presidente que ha hecho del PSOE una red de encubrimiento y del Estado una herramienta de poder personal.
Y mientras tanto, España se desangra. El paro, la deuda, el campo arruinado, la inmigración ilegal descontrolada, la inseguridad… y un presidente que solo piensa en su salvación. Esta es la verdadera cara del sanchismo. Y quien siga callando, quien siga apoyando, quien siga formando parte de este Gobierno, es cómplice. Porque ya no cabe ignorancia, ni sorpresa, ni ambigüedad. Solo hay dos bandos: el de Sánchez y su trama… y el de España.
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