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Javier García Isac
OPINIÓN

Pedro Sánchez y José Luis Ábalos: cloacas de la rentabilidad política al descubierto

La opinión de Javier García Isac de hoy, martes 13 de mayo de 2025


El periódico El Mundo ha destapado una vez más las entrañas del poder sanchista. No hablamos de una anécdota ni de un cruce de opiniones sin importancia: hablamos de los mensajes personales, directos, reveladores, que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, intercambió con quien fuera su mano derecha, su sombra, su ejecutor: el exministro y exsecretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos. Unos WhatsApp que no solo no cesaron tras la fulminante destitución del valenciano, sino que se intensificaron, mostrando al desnudo la verdadera naturaleza de un presidente autoritario, narcisista, vengativo y obsesionado con la propaganda como único sostén de su poder.

Los mensajes publicados no pueden pasar desapercibidos. Son una radiografía precisa del modo de gobernar de Sánchez: el culto a su imagen, el desprecio a los barones de su propio partido, la obsesión enfermiza por controlar el relato, por rentabilizar políticamente hasta el más nimio de los gestos. Y en el centro de todo ese engranaje de manipulación, Ábalos. Sí, el mismo Ábalos que ahora el PSOE pretende borrar del mapa, como si no hubiera sido el arquitecto en la sombra de muchas de las operaciones más turbias del sanchismo.

El estratega de las sombras

Según los mensajes filtrados, Ábalos actuaba como un asesor oficioso del presidente, un consejero sin cartera que marcaba líneas, sugería discursos, indicaba cómo explotar mediáticamente los silencios, los gestos, las puestas en escena. “De esto, saca partido así”, “aquel está moviendo ficha, contrólalo”, “los barones están inquietos, márcales el terreno”. Así funcionaba la maquinaria. Nada se improvisaba. Todo respondía a un plan, a una escenografía fría, calculada, en la que el interés de España jamás estuvo presente. Solo el interés de Pedro Sánchez.

Los mensajes son la prueba más evidente de lo que algunos llevamos años denunciando: Sánchez no lidera, manipula. No coordina, impone. No escucha, exige. Es un presidente con aires de emperador, encerrado en su burbuja de halagos, incapaz de aceptar una crítica, y que solo confía en quienes le rinden pleitesía sin rechistar.

El desprecio a los barones y la muerte del PSOE clásico

Especialmente significativa es la actitud que muestra hacia los barones del PSOE. Los trata con desprecio, como a obstáculos que hay que neutralizar, como a enemigos dentro de su propia casa. Nada nuevo: ya vimos cómo liquidó a Susana Díaz, cómo arrinconó a históricos del partido, cómo purgó a todo aquel que no se plegaba a su dictado. El PSOE ya no es un partido; es un aparato al servicio de un hombre. No hay debate interno, ni democracia orgánica. Hay una consigna única: obedecer o desaparecer.

Y lo más patético es ver ahora al PSOE rasgándose las vestiduras por la filtración de los mensajes, no por su contenido. El problema no es lo que Sánchez decía o hacía con Ábalos. El problema, según Ferraz, es que nos hayamos enterado. No se exige una explicación al presidente. No se le pide cuentas por utilizar a un defenestrado como consejero áulico. No se investiga cómo un hombre caído en desgracia seguía operando como estratega de La Moncloa. Se lamentan de que la verdad haya salido a la luz.

El cinismo de la desconexión artificial

Ahora, Pedro Sánchez pretende convencernos de que Ábalos no existe. Que nada tuvo que ver con él. Que su papel fue marginal. Una vez más, el sanchismo demuestra que no conoce la vergüenza. Ábalos fue su escudero más fiel. Su acompañante en los momentos más oscuros: en el caso Delcy, en el rescate de Air Europa, en el escándalo de Koldo, en el blindaje del poder tras la moción de censura. Nadie en el PSOE le fue tan útil. Y ahora, cuando el escándalo es insoportable, cuando su nombre se ha vuelto tóxico, el presidente mira para otro lado, se lava las manos, y finge que nunca le conoció.

Pero los hechos están ahí. Las pruebas son claras. Y los mensajes demuestran lo que muchos intuíamos: que Sánchez solo sabe gobernar en la mentira, en la ocultación, en la propaganda. Que no se rodea de los mejores, sino de los más sumisos. Que su proyecto político no es más que una sucesión de operaciones calculadas al milímetro, guiadas por la rentabilidad electoral y jamás por el bien común.

Un régimen personalista y decadente

Lo revelado por El Mundo no es un simple cotilleo palaciego. Es la confirmación de que España está gobernada por una camarilla que desprecia las instituciones, que utiliza el poder en beneficio propio y que ha reducido al PSOE a un cascarón vacío, al servicio de un solo hombre. José Luis Ábalos fue el ideólogo del sanchismo, el encargado de ejecutar las órdenes con precisión quirúrgica. Y Sánchez, lejos de romper con él, mantuvo el cordón umbilical mientras le fue útil.

La pregunta es: ¿cuántos más como Ábalos siguen operando en la sombra? ¿Cuántos asesores no oficiales siguen dictando el rumbo de nuestro país desde la oscuridad de un chat privado? ¿Y cuánto más estamos dispuestos a tolerar como sociedad?

Porque si algo ha quedado claro con estos mensajes, es que no hay gobierno, no hay transparencia, no hay dignidad. Solo hay un presidente obsesionado con su imagen, rodeado de sombras, que solo atiende a una consigna: resistir, cueste lo que cueste.

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