
Un año de la gran farsa: la carta de Pedro Sánchez y el secuestro institucional
La opinión de Javier García Isac de hoy, jueves 24 de abril de 2025
Se cumple un año de uno de los episodios más vergonzosos y patéticos de la política reciente en España: la carta que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, dirigió a la ciudadanía para anunciar que “se tomaba cinco días para reflexionar” sobre su continuidad al frente del Ejecutivo. Cinco días de parálisis institucional, de incertidumbre nacional, y de utilización partidista del aparato del Estado al servicio del relato victimista de un autócrata. Porque eso fue lo que hizo Sánchez: secuestrar a un país entero bajo la coartada emocional de una supuesta campaña de ataques personales que no era otra cosa que la legítima publicación de informaciones que afectaban directamente a su entorno más próximo, incluida su esposa, Begoña Gómez, y su hermano, David Sánchez.
La carta fue publicada el 24 de abril de 2024. En ella, Sánchez intentó presentarse como una víctima. Hablaba de su “necesidad de parar y reflexionar”, como si España pudiera permitirse el lujo de tener un presidente en funciones emocionales. Pero lo cierto es que nunca tuvo intención de dimitir. Fue una operación política calculada, diseñada para reposicionarse, rearmarse mediáticamente y buscar un golpe de efecto que desviase la atención sobre los escándalos que en ese momento asediaban a su Gobierno. La carta fue una cortina de humo. Un montaje. Un insulto a la inteligencia de los ciudadanos.
Para entonces, ya se conocían las primeras investigaciones judiciales que salpicaban a su mujer, Begoña Gómez, por sus vínculos con empresas que se habían beneficiado de contratos públicos tras su intervención directa. El caso Barrabés, el escándalo de la cátedra en la Complutense, el tráfico de influencias a través del África Center y las conexiones con el rescate de Air Europa eran ya públicos. También se comenzaban a conocer detalles sobre su hermano David, funcionario en la Diputación de Badajoz sin tareas claras, con sospechas de fraude fiscal y de falseamiento de residencia, que acabaría por ser investigado judicialmente. A esto se sumaba la bomba del caso Ábalos: su exministro de Transportes, amigo íntimo y mano derecha durante años, estaba implicado en una trama de comisiones ilegales, prostitución y contratos públicos, en la que también aparecía el nombre de Koldo García, el hombre que Sánchez había ayudado a colocar en la estructura del poder.
Todo lo que toca Pedro Sánchez termina salpicado por la corrupción. Es un patrón. El sanchismo no solo ha corroído las instituciones, sino que ha degradado la ética pública hasta niveles intolerables. La mentira como forma de Gobierno, el uso partidista de las Fuerzas de Seguridad, el control de los medios a través de subvenciones millonarias y la persecución de los jueces que investigan a su entorno son pruebas claras de que España ha estado dirigida por un autócrata. La “reflexión” fue un ardid más, un recurso de marketing político con el que pretendía obtener legitimidad emocional y al mismo tiempo criminalizar a quienes, desde el periodismo o la oposición, osaban señalar las evidencias de corrupción.
Durante esos cinco días, el país se convirtió en una caricatura de sí mismo. La oposición no sabía si prepararse para unas elecciones anticipadas. Los medios afines promovieron tertulias lacrimógenas. Y la ciudadanía asistía atónita a una operación de propaganda que, de haber ocurrido en otro país europeo, habría generado un escándalo institucional de primer orden. Pero como bien reza el dicho: “España es diferente”. Y con Sánchez, más.
Un año después, no ha dimitido nadie. Al contrario, el presidente volvió en olor de multitudes, fabricando un falso respaldo popular y reforzando aún más su cerco sobre el poder judicial y los medios independientes. Begoña Gómez sigue siendo investigada. Su hermano también. Ábalos, tras ser apartado, se ha convertido en un incómodo testigo de cargo, silenciado por el sistema que él mismo ayudó a construir. Y el resto de ministros, algunos salpicados por la misma trama, siguen en sus puestos como si nada hubiera ocurrido.
Este aniversario no es un mero recuerdo: es una advertencia. La carta de Sánchez no fue un acto de honestidad, sino una demostración de que el poder puede usarse de forma absolutamente impune en España. No hubo reflexión, no hubo propósito de enmienda, no hubo renuncia. Hubo manipulación, estrategia, propaganda y desprecio por la democracia. Un año después, la única conclusión posible es que el sanchismo ha instaurado un régimen en el que la corrupción no es una anomalía, sino la norma. Y mientras tanto, los españoles siguen pagando la factura de un presidente que, lejos de reflexionar, solo piensa en cómo perpetuarse en el poder.
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