
Óscar Puente: ministro del barro, el dedo que señala, el rostro macarra del sanchismo
La opinión de Javier García Isac de hoy, lunes 5 de mayo de 2025
En cualquier país serio, un ministro de Transportes —responsable de trenes, carreteras, infraestructuras estratégicas y servicios esenciales— estaría preocupado por gestionar con eficacia, coordinar con seriedad y trabajar con responsabilidad. Pero en la España del sanchismo, donde la meritocracia ha sido sustituida por la chulería de barra de bar, tenemos a Óscar Puente: el ministro más tabernario, macarra y chusquero del actual Consejo de Ministros. Un hombre que ha hecho del odio, el señalamiento y el matonismo digital su carta de presentación.
Mientras los trenes se averían a diario, mientras el caos se apodera de las infraestructuras que dependen de su cartera, mientras RENFE acumula retrasos, fallos técnicos, y escándalos de gestión, el ministro Puente está entregado en cuerpo y alma… a Twitter. Mejor dicho: a perseguir, señalar, desvelar identidades y actuar como una especie de inquisidor digital. Lejos de estar solucionando el reciente apagón masivo que dejó a toda España incomunicada —otro ejemplo de la ruina a la que nos arrastra este Gobierno—, Puente baja al barro para insultar y hostigar desde su cuenta verificada a ciudadanos que ejercen su libertad de expresión.
El caso de Capitán Bitcoin, un tuitero anónimo que desde hace tiempo denuncia con rigor, datos y sarcasmo las tropelías del Gobierno, es especialmente escandaloso. En lugar de debatir, Óscar Puente utiliza los servicios públicos del Estado para desvelar identidades, para amedrentar y dar la señal de salida a las jaurías digitales de la izquierda radical. Lo suyo no es casual, sino estrategia: el PSOE no dialoga, no rebate, no escucha. El PSOE señala, persigue, lincha y destruye.
Lo de Puente es grave por lo que representa: un ministro del Gobierno de España usando su posición institucional para amedrentar a ciudadanos anónimos. ¿Qué clase de democracia permite que un alto cargo señale públicamente a ciudadanos por el simple hecho de pensar diferente? ¿Qué tipo de libertad queda cuando un tuitero tiene que temer por su trabajo, su familia o su seguridad porque ha hecho una crítica al poder? Esta no es una anécdota más: es la prueba de que en España se persigue la disidencia con saña, y se hace desde las instituciones.
Óscar Puente no es un verso suelto. Es un producto perfectamente elaborado por el laboratorio de la Moncloa. Es el heredero natural de José Luis Ábalos, el ministro de las maletas de Delcy, el protector de Koldo y la red de favores, el que convertía los paradores en lupanares con furgonetas de prostitutas. Puente, como Ábalos, como Óscar López, como tantos otros, está al servicio no de España, sino de Pedro Sánchez y su proyecto de demolición institucional. Y como buen sanchista, no intenta calmar los ánimos ni aportar soluciones. Todo lo contrario: le gusta la confrontación, necesita el barro, vive del odio. Su política es la del matón de patio.
No exageramos si decimos que Puente es un fiel heredero del espíritu de Julio Álvarez del Vayo, ministro socialista de la Guerra Civil, ideólogo del odio, y fundador del FRAP, una organización que no dudó en usar el terrorismo para implantar su visión totalitaria. Hoy, como ayer, el socialismo necesita enemigos a los que culpar y tuiteros a los que silenciar. El PSOE no busca consensos, sino sometimientos. No quiere el poder para gobernar, sino para controlar y aplastar.
Capitán Bitcoin y tantos otros tuiteros valientes son hoy el verdadero contrapeso a una prensa comprada con subvenciones millonarias, a unos medios públicos convertidos en altavoces del régimen, y a una oposición institucional muchas veces temerosa. Su labor es esencial porque denuncia lo que otros callan, expone lo que otros ocultan y pone en evidencia a un gobierno autoritario que teme a la verdad como el vampiro a la luz. Por eso lo persiguen.
Este artículo no es solo una denuncia contra Óscar Puente. Es una defensa pública y sin ambages de la libertad, del pensamiento crítico, del derecho a disentir. Es una muestra de solidaridad con quienes, desde el anonimato de un perfil, son la última trinchera de la resistencia frente al totalitarismo blando que impone este Gobierno. Puente no representa al pueblo. Representa a una camarilla de poder enferma de soberbia y miedo a la verdad.
Mientras España se hunde en una crisis política, económica y moral sin precedentes, el ministro se dedica a jugar al sheriff de las redes sociales. Su lenguaje barriobajero, sus formas de matón de redes, su arrogancia de cuarta categoría y su absoluta falta de preparación lo convierten en uno de los ministros más indignos de la historia reciente. Pero no es un accidente: es justo lo que Sánchez busca. Un ejecutor fiel, un incendiario leal, un provocador constante.
Óscar Puente no insulta en nombre propio. Insulta en nombre del PSOE. Señala en nombre del régimen. Ataca en nombre de un gobierno que no está dispuesto a ceder ni un milímetro en su plan de colonización absoluta. Hoy es Capitán Bitcoin. Mañana puede ser cualquiera. Porque el PSOE lo quiere todo. Lo quiere todo y sin resistencia.
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