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Un grupo de personas marcha por la calle sosteniendo una pancarta grande con la palabra amnistía escrita en letras negras
OPINIÓN

14 de octubre de 1977: la amnistía que liberó asesinos y rearmó a ETA

La opinión de Javier García Isac de hoy, martes 14 de octubre de 2025

El 14 de octubre de 1977 se aprobó en España la Ley de Amnistía. Fue presentada como un gesto de reconciliación y democracia, pero la realidad fue muy distinta: supuso poner en libertad a asesinos de ETA, GRAPO y FRAP, liberar a criminales responsables de matanzas como la de la cafetería Rolando y dar oxígeno a una banda terrorista que estaba prácticamente desarticulada. Aquella amnistía fue un error histórico que no trajo paz ni libertad, sino los años de plomo.

La izquierda española lleva años repitiendo un mantra: que la Ley de Amnistía de 1977 fue un pacto de silencio para blanquear al franquismo. Lo dijo Pablo Iglesias, lo repiten tertulianos y lo sostienen incluso dirigentes socialistas. Nada más lejos de la verdad. La amnistía del 77 no fue un favor a la “dictadura”, fue un regalo envenenado de la democracia naciente a los peores enemigos de España: terroristas, asesinos y separatistas que jamás pidieron perdón ni mostraron arrepentimiento.

Basta repasar los nombres y los hechos. Aquella ley permitió la excarcelación de cientos de etarras, muchos de ellos con delitos de sangre. Entre ellos, los responsables de la masacre de la cafetería Rolando en la calle del Correo de Madrid (13 de septiembre de 1974), donde una bomba colocada por ETA segó la vida de 14 personas inocentes y dejó más de 70 heridos. Los terroristas fueron detenidos, pero jamás juzgados: la amnistía los puso en la calle y el crimen quedó impune.

Tampoco fue casual que ETA, prácticamente desmantelada a mediados de los 70 tras el Proceso de Burgos y los últimos fusilamientos de septiembre de 1975 (dos de ETA y tres del FRAP), se rearmara inmediatamente después de 1977. Aquella medida de gracia fue la gasolina que necesitaba la banda terrorista para iniciar su etapa más sangrienta: los años de plomo. A partir de entonces llegarían asesinatos masivos como el de Hipercor en 1987, la cafetería California 47 en Madrid, y tantos otros que convirtieron la Transición y la democracia española en un reguero de sangre y dolor. Por cierto, amnistía de la que nunca se beneficiaron los autores “materiales” de la conocida como matanza de Atocha.

¿Dónde estuvo la reconciliación? En ninguna parte. Los que pedían amnistía —el PSOE, el PCE y los separatistas— no buscaban paz, buscaban impunidad. Y la consiguieron. Lo que algunos presentaron como un gesto generoso fue en realidad un error histórico: regalar libertad a quienes habían jurado seguir matando. Los hechos lo confirman: ETA no se desarmó, ETA se envalentonó. Y el Estado, en lugar de defender a las víctimas, amparó a los verdugos.

Conviene recordar que esta no fue la primera amnistía suicida de la historia de España. En 1934, tras la intentona golpista del PSOE y la insurrección separatista de Companys en Cataluña, los golpistas fueron encarcelados. Apenas dos años después, con la llegada del Frente Popular, fueron amnistiados. Los mismos criminales y pistoleros liberados entonces se reorganizaron y acabaron provocando la Guerra Civil española. La historia es tozuda: cada amnistía concedida a la izquierda y al separatismo ha terminado en más violencia, más odio y más destrucción.

Y lo vemos también en nuestros días. Pedro Sánchez, con el apoyo de sus socios separatistas, ha sacado adelante otra ley de amnistía que borra de un plumazo los delitos cometidos durante el golpe de Estado en Cataluña en 2017. Golpistas, prófugos y sediciosos quedan impunes, y algunos vuelven a dictar la política nacional desde Bruselas. Es la misma lógica de 1936 y de 1977: premiar a quienes se levantan contra España.

Lo más repugnante de este relato es la manipulación actual. La izquierda se permite el lujo de atacar la amnistía del 77 insinuando que fue una “amnistía franquista”. Se miente de manera descarada. Ni Franco estaba vivo —murió en 1975— ni la amnistía benefició a servidores del régimen. Los grandes beneficiados fueron terroristas y separatistas, y lo cierto es que las víctimas jamás recibieron justicia.

Hoy, los que se autoproclaman herederos de esa Transición, los mismos que gritan “¡memoria, verdad y justicia!”, son los que promueven una nueva amnistía que insulta a las víctimas del separatismo catalán. Y del mismo modo que en 1977 el error fue disfrazado de reconciliación, en 2024 se nos vende la traición como convivencia. En ambos casos, los únicos que ganan son los enemigos de España.

El 14 de octubre de 1977 debería recordarse como advertencia. No hay que ser generosos con quienes odian a España. No se puede premiar al asesino ni pactar con el golpista. Cada amnistía concedida a la izquierda y al separatismo ha dejado un rastro de sangre o de humillación nacional. Hoy, como ayer, la disyuntiva es clara: España o la anti-España. Y no habrá reconciliación posible mientras la traición sea la moneda política de cambio.

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