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Hombre de traje oscuro y corbata azul con fondo rojo y un cartel que dice España responde
OPINIÓN

Nuevas fuerzas y un problema constitucional

Por Antonio Sánchez Sánchez

De un tiempo a esta parte nuevos vientos políticos han surgido como consecuencia necesaria equivalente y contrapuesta a la corrupción política y degradación democrática que tiñe de oscuridades el régimen de derechos, libertades, igualdad y garantías jurídicas que constituyó España en un Estado social y democrático de Derecho (art. 1.1 CE), dado por el pueblo soberano a través del proceso constituyente que culminó en nuestra vigente Constitución de 1978.

Nos da la impresión de que vivimos en un sistema político metastásico donde la corrupción ha logrado unas cotas de raigambre de difícil solución. Algunos hemos tenido la osadía, en ciertos momentos de estupefacción y calentura, de llegar a denominar a España como un estado fallido ante el nivel de cinismo e hipocresía con el que el gobierno aprieta las tuercas al régimen de derechos y libertades, tanto sociales, económicas como culturales informativas e ideológicas, que veníamos disfrutando y que creíamos profundamente consolidado.

El presidente Sánchez y su corte de feligreses de la secta invierten ingentes esfuerzos en cambiar la percepción de la realidad del pueblo a través de una sistemática perversión de los pilares constitucionales que hicieron posible que España fuera un país atractivo y envidiable por todos a todos los niveles, donde la inversión fluía, los mercados se consolidaban y donde todo el mundo quería venir a vivir. Pero no, Pedro Sánchez ha pinchado esa burbuja de seguridad, insiste en que sólo era una dulce ficción, una ilusión efímera, un espejismo en el desierto, pero de la que aun obtiene rédito.

La acción política del gobierno, bautizado como régimen “Sanchista”, insiste en demoler todas las esencias liberales que hicieron a España ser una nación líder entre los países de su entorno para, en su lugar, imponer tesis marxistas colectivistas donde la identidad, la opinión crítica y los contrapesos democráticos deben ser eliminados o al menos dominados por el poder político. Por tanto, ya deja de ser tan atractiva y ya no es líder para nadie; a no ser que tengamos en cuenta aspectos negativos como la criminalidad, corrupción o inseguridad jurídica donde sí que estamos en pleno auge. Pero de crecimiento y desarrollo mejor no hablamos.

Estos últimos siete años en los que tenemos a un mono a los mandos del avión (con perdón de los monos), los límites de la Constitución se han puesto a prueba y han sido sobrepasados en más ocasiones de las tolerables en un país democrático. Véase el volumen de inconstitucionalidades perpetradas por este gobierno y eso sin tener en cuenta los recursos de inconstitucionalidad que aún no se han resuelto, inaceptable. Y ante tanto atropello, uno solo puede constatar que sus acólitos pueden perfilarse en dos únicas posiciones para seguir otorgando su apoyo incondicional al sanchismo: O están en el ajo y cobran de ello por encima de su dignidad, convicciones y amor propio, lo que deja en muy mal lugar su moralidad; o directamente son imbéciles o analfabetos ajenos al discernimiento político y a la realidad.

Ante todo el desarrollo de esta deriva corrupta y pervertida que sufre la sociedad española por parte de unos gobernantes que han desechado la democracia para instaurar un sistema más propio de la mafia, era perentorio el surgimiento de nuevas fuerzas políticas emanadas de entre el pueblo y con carácter revolucionario para luchar contra el abuso de poder autocrático y autodinamitante del Estado de Derecho ejercido por el propio gobierno, ergo absolutamente necesario también clamar, ya sin tapujos y a los cuatro vientos, que estamos asistiendo a un auténtico Golpe de Estado en España.

Un precursor de la necesidad de revolución ante toda esta clase de atropellos, y que en justa retribución hay que reconocerles sus esfuerzos y logros, fueron partidos como VOX, que se mantiene pero a la baja, y Ciudadanos, que finalmente no consolidaron proyecto; y no lo hicieron porque no supieron aunar fuerzas, blindar los puntos en común ni establecer unos objetivos más altos que ellos mismos perdiendo la perspectiva y distrayendo el foco por mirarse tanto sus propios ombligos, olvidando que la unión hace la fuerza y que el pueblo unido, jamás será vencido. En consecuencia fueron proyectos infructuosos cuyos fines nunca se alcanzaron; y el marxismo-leninismo medró.

Tras esta avanzadilla, han surgido otros movimientos nacidos de la sociedad civil, no de la propia casta política, y que vienen con una fuerza imparable preparados para arrasar con toda esta corruptela podrida. Estas nuevas fuerzas surgidas, ante las que el establishment no ceja empeños en silenciar, censurar, denostar y vilipendiar, son principalmente el partido de “Alvise” Pérez – Se Acabó La Fiesta (SALF), Iustitia Europa (IE) de Luis María Pardo y Frente Obrero (FO) con Roberto Vaquero a la cabeza, todos ellos con mucha relevancia en redes y a quienes escuchan atentos los sectores más jóvenes (y no tan jóvenes).

Además del empuje, fuerza e ilusión con el que estas nuevas fuerzas están impregnando a la sociedad, es necesario buscar la clave que haga ir más allá de propios intereses de crecimiento partidista y seguimiento político a estas nuevas corrientes. Ampliar miras desde una perspectiva realista desde donde sea factible la consecución de los fines por los que clama la sociedad española, ansiosa y con cierta desesperación ante la paulatina perdida de su propia esencia, cultura, tradiciones, paz y libertad que día a día merma más y más. Todo ello mientras el gobierno nos mantenga en esta senda de la que el PSOE es responsable y de la que el PP no es solución (al menos el PP de Feijóo).

Esta clave es la unidad, esa apuesta en común que la izquierda sí es capaz de poner en funcionamiento mediante abstractas, interesadas coaliciones o pactos de dudosa moralidad; y que donde las nuevas fuerzas liberales, conservadoras o neutrales civiles tienen que ser capaces de confluir para poder ir más allá por y para la construcción de un bien común superior. Y donde, de no ser capaces de lograrlo, no pasarán de ser otro efímero espejismo en el desierto y que fortalecerá a los enemigos de España. Y esta clave no es otra sino la dimanante del espíritu de la Constitución de 1978.

Muchas de estas voces reivindican o llevan en sus programas la apertura de un nuevo proceso constituyente. Achacan la culpa de los males que nos azotan a la Constitución fijando como mal original a la misma, cuando la propia norma suprema del ordenamiento jurídico español es la que está haciendo posible resistir por su robustez los múltiples embates de aquellos, que no solo quieren destruir los cimientos que en su día, en un verdadero ejercicio de talla política, consenso y concordia, establecieron una forma de vida pacífica y próspera por la que estas mismas voces nuevas y la sociedad entera claman ahora, sino que en última instancia les está imposibilitando llevar a cabo la implantación de cambio de régimen.

La Constitución es pilar primero y robusta raíz que consolidó las condiciones de vida de aquellos tiempos añorados de finales del siglo XX y principios del XXI que ahora son necesarios reivindicar. La que por la rigidez del Título X sobre su reforma, su profundo espíritu conciliador así como el amplio catálogo de derechos, libertades y sus garantías formaron a los hombres y mujeres libres que ahora alzan la voz. La mano que nos dio de comer libertad, igualdad y justicia es la Constitución, el problema es que quienes gobiernan nos quitan ese vital alimento con el criminal propósito de crear una sociedad famélica y escuálida, sin pretensiones y cuasi esclavizada. La Constitución es la piedra filosofal que ahora está siendo atacada, no es el problema; el cáncer de esta sociedad son los políticos corruptos que la violan constantemente. Ante ello, recalco que para poder llevar a buen puerto esta batalla, es necesario crear un punto de anclaje común que sirva de punto pivotante para luchar UNIDOS ante el enemigo común, dejando a un lado las diferencias y profundizando en lo que compartimos.

Para finalizar dejaré una cuestión constitucionalmente extrapolable al asunto que nos ocupa.

 ¿Acaso ante un caso de ocupación de vivienda, en vez de usar todos los medios para echar al intruso y usurpador, propondríamos la demolición del inmueble?

Del mismo modo, ¿ante el caso de un golpe de estado, en vez de usar todos los medios para echar al criminal golpista, propondríamos la derogación de la Constitución mediante la invocación de un proceso constituyente?

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