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Pedro Sánchez simulando pedir perdón
OPINIÓN

El PSOE se hunde y Sánchez pide perdón sin irse

La opinión de Javier García Isac de hoy, lunes 16 de junio de 2025

España atraviesa una de las mayores crisis institucionales de su historia democrática reciente, y sin embargo, el presidente del Gobierno comparece, da una rueda de prensa con tres preguntas para disimular, pide perdón a la ciudadanía,  pero no dimite, no asume responsabilidades políticas y, por supuesto, ni se plantea convocar elecciones anticipadas. Así de patético, así de obsceno, así de desvergonzado es el socialismo en su estado más puro. Estamos ante el final del ciclo de Pedro Sánchez, pero cuidado: los finales del sanchismo pueden ser mucho más destructivos que su ascenso. Y si el PSOE cae, que nadie olvide llevar casco, porque están dispuestos a llevarse todo por delante antes de rendirse.

El pasado jueves, el presidente compareció en una esperpéntica rueda de prensa desde su sede de Ferraz, para hacer lo que mejor sabe: teatralizar. Fingió gravedad, impostó una voz compungida, habló de la "regeneración democrática" que él mismo ha pisoteado cada día de su mandato, y pidió perdón por los escándalos que asolan a su partido. Pero en lugar de hacer lo único decente —presentar su dimisión, disolver las Cortes y someterse al juicio del pueblo soberano—, optó por la tomadura de pelo de anunciar una "auditoría externa" para investigar las cuentas del PSOE. ¿Alguien en su sano juicio cree que una organización criminal incluiría sus mordidas, sobresueldos y comisiones ilegales en sus balances contables? ¿Vamos a encontrar la corrupción en las hojas Excel de Ferraz? ¿Tan idiotas cree Pedro Sánchez que somos?

Pues sí. Esa es la clave. Cree que somos idiotas. Y probablemente lo seamos. Porque ahí siguen millones de votantes dispuestos a justificar cualquier atropello, cualquier mentira, cualquier burla institucional, con tal de seguir defendiendo al ídolo de barro. Sánchez no gobierna para el conjunto de los españoles, lo hace para su masa acrítica, fanatizada, incapaz de distinguir entre una república bananera y una democracia occidental. Su modelo es Venezuela, su referente es Maduro, y su misión no es otra que la de resistir hasta el último suspiro, aunque eso implique arrastrar a todo el país al precipicio.

Santos Cerdán: el verdadero epicentro de la podredumbre

A medida que se desgrana el informe de la UCO, queda cada vez más claro que no estamos ante casos aislados ni manzanas podridas. Lo de Santos Cerdán no es una anécdota, es el pilar sobre el que se sostiene toda la estructura de poder del PSOE. Según la propia Guardia Civil, nos encontramos ante una organización criminal que operaba con conocimiento —si no con la orden directa— de la cúpula socialista. ¿Alguien se cree que Santos Cerdán, auténtico número dos del partido, podía mover contratos, adjudicaciones y comisiones sin el visto bueno de Pedro Sánchez? ¿Quién ha colocado a Cerdán, quién lo ha mantenido, quién lo ha defendido incluso después de los audios, los informes y las sospechas de la UCO? La respuesta es obvia.

No solo eso. El tono del informe, lejos de apuntar a un caso marginal, sugiere una pirámide perfectamente estructurada. Y en esa pirámide, en lo más alto, está el presidente del Gobierno. Lo que se vislumbra es que Santos Cerdán no actuaba por cuenta propia, sino que ejecutaba órdenes. ¿Y de quién recibía esas órdenes? ¿Del bedel de Ferraz? No. Del propio Pedro Sánchez. Es el modelo mafioso que ya conocemos: el jefe nunca deja huellas, pero todos trabajan para él.

La cobardía del Partido Popular

En medio de este caos moral, ético e institucional, uno pensaría que la oposición actuaría con contundencia. Pero no. El Partido Popular, como ya es costumbre, se limita a hacer de oposición de salón, a aplaudir con una mano mientras finge escandalizarse con la otra. Niega una y otra vez la posibilidad de presentar una moción de censura, como si la aritmética parlamentaria fuera el único argumento. No se trata de ganar los votos en el Congreso, se trata de ganar la dignidad. Se trata de levantar la voz, de dar la batalla, de demostrar que todavía queda algo de decencia en la política española. Pero el PP prefiere esperar. Esperar no se sabe muy bien a qué: ¿a que Sánchez convoque elecciones cuando le convenga? ¿A que caiga por su propio peso? ¿A que el viento sople a favor de sus encuestas?

Mientras tanto, Vox es el único partido que habla claro, que exige lo que cualquier patriota responsable pediría: una moción de censura inmediata, aunque no prospere. Un gesto político y moral, una declaración de intenciones, una línea divisoria entre quienes se resignan y quienes combaten. Vox está siendo la única oposición real al sanchismo, y por eso el régimen mediático lo ataca sin descanso. Porque dicen lo que nadie quiere oír, porque denuncian lo que otros prefieren callar, y porque no temen abrir todos los frentes que sean necesarios para poner fin a esta pesadilla.

Un Gobierno que ha perdido la vergüenza y un sistema que se tambalea

La situación ha llegado a un punto de no retorno. Que Félix Bolaños —el fontanero institucional del sanchismo— descarte una moción de confianza es la confirmación de que no se sienten obligados a rendir cuentas. No se debe pedir perdón sin consecuencias. No se puede anunciar una auditoría sin dimisiones. No se puede hablar de regeneración mientras se cierran filas con los corruptos. Pero eso es exactamente lo que está ocurriendo.

España no necesita más gestos vacíos ni más teatrillos. Necesita una catarsis democrática. Y esa catarsis solo llegará si quienes aún conservan un mínimo de dignidad patriótica se levantan contra el oprobio. No es tiempo de tacticismos. Es tiempo de actuar. De enfrentarse al sanchismo con todas las armas legales, políticas y sociales disponibles. Porque de lo contrario, cuando queramos reaccionar, ya no quedará nada que salvar.

Pedro Sánchez ha convertido el PSOE en una organización personalista, clientelar y, según los indicios, directamente delictiva. Su rueda de prensa fue una farsa más en una larga cadena de engaños. Lo único que cabía esperar de un presidente digno era su dimisión inmediata. Lo único que cabe exigir ahora es una moción de censura urgente. Y si el Partido Popular no quiere liderarla, que se aparte. Porque la historia no absolverá a los cómplices pasivos del desastre.

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