
Ser mujer, dar vida: la grandeza olvidada de la maternidad
Por Margarita de la Pisa
La maravilla de ser mujer y el milagro de la maternidad
Vivimos en un mundo que intenta convencernos de que ser mujer, con todo lo que ello implica, es una desgracia. Nos quieren hacer creer que para ser felices y plenas debemos renunciar a lo propiamente femenino, como si nuestra naturaleza fuera un obstáculo y no un don. Nos bombardean con la idea de que ser mujer es una desventaja frente a ser hombre. Sin embargo, en medio de esta narrativa, yo no puedo sino recordar la maravilla y la grandeza de vivir en primera persona el milagro de la maternidad.
La maternidad es una experiencia extraordinaria que, aún siendo natural, es sobrecogedora. Es algo que nos trasciende, tanto a las madres, que vivimos en primera persona cómo se va gestando una vida en nosotras, como a los padres, que esperan confiados ante este milagro. El comienzo de la vida, el embarazo, el nacimiento, el cuidado del bebé, el lazo físico y espiritual con nuestros hijos tiene una dimensión existencial que nos configura como personas. La maternidad no quita nada a la mujer. Al contrario, ser madre amplía los horizontes de la vida y de la personalidad.
Es por ello que no puede entenderse que, si lo que se quiere es el bien de la mujer, se trate de promover una comprensión de la sexualidad tan frívola que la reduzca únicamente al placer y la desconecte por completo de la posibilidad de dar vida. Es por ello que no puede entenderse que, si lo que se quiere es que la mujer gane -derechos, felicidad, plenitud…- se la obligue a perderse toda la maravilla que acompaña a su feminidad, a su fertilidad, a su maternidad.
Resulta difícil comprender cómo hemos caído en la trampa de aceptar una narrativa que nos aleja de nuestra propia naturaleza en nombre de una supuesta “igualdad de género”. Pero, ¿qué igualdad puede fundamentarse en la negación de nuestra propia esencia? Una “igualdad” construida sobre la contracepción y la negación de nuestra identidad es una agresión a la dignidad de la mujer.
Mientras tanto, nuestros hijos crecen en una sociedad hipersexualizada. Las redes sociales y las plataformas digitales transmiten una visión instrumental de las relaciones humanas. El fácil acceso a la pornografía corrompe la inocencia y empuja a los niños a un despertar abrupto de la vida adulta, muchas veces reforzado por una educación sexual ideologizada, que no se adapta a su madurez emocional. Se les anima a adentrarse en experiencias para las que no están preparados, enseñándoles antes sobre anticoncepción que sobre el milagro de la concepción.
Al apresurar este proceso, no les damos tiempo ni a los niños ni a las niñas de comprender su naturaleza sexuada, de entender la responsabilidad que implica y de maravillarse con el inicio de la vida. Peor aún, se les induce a hacer una lectura ácida de su propia existencia, como si su lugar en el mundo dependiera únicamente de la voluntad de su madre.
Aquí debemos detenernos. Para un niño, la idea de que su madre pudiera haber decidido terminar con su vida es devastadora. Saber que su existencia fue puesta en cuestión erosiona su autoestima y su sentido de pertenencia. La certeza de ser acogido y amado incondicionalmente es fundamental para el desarrollo de la personalidad, y el aborto destruye esa garantía.
Cuando la vida de algunos se vuelve prescindible, la vida de todos pierde valor. Si una sociedad no protege a los más inocentes y vulnerables, se degrada a sí misma. La vida en el vientre materno, en su estado más puro e indefenso, es sagrada. Toda mujer merece recibir el apoyo necesario para acoger a ese bebé que no solo es su hijo, sino también una esperanza para el mundo.
Muchas mujeres viven confundidas, envenenadas por una dinámica de enfrentamiento que las hace ver al hombre como enemigo en lugar de compañero, y a su propio hijo como una amenaza en lugar de un lazo de amor que da sentido a su vida. Se les infunde miedo, se les dice que no serán capaces, en vez de iluminar su camino con ejemplos de felicidad de aquellas que han abrazado la maternidad con valentía.
El aborto, en sí mismo, envía un mensaje brutal:
“Si quieres a tu hijo, es tu problema. No te ayudaremos. Ni tú ni tu bebé son bienvenidos en esta sociedad.”
Pero la verdad es otra: la maternidad no es un peso ni una desgracia, sino una grandeza. La vida es un don y toda mujer merece el apoyo para vivir su maternidad con plenitud y esperanza.
Más noticias: