
Mónica Oltra: la izquierda que protegía abusadores y justificaba lo injustificable
Es la consecuencia lógica de una izquierda obsesionada con la sexualización infantil
Mónica Oltra se sentará finalmente en el banquillo de los acusados. Y no, no es por una campaña de la derecha mediática ni por una persecución judicial. Es porque, siendo vicepresidenta del Gobierno valenciano y máxima responsable de la Consejería de Igualdad, se sospecha que pudo encubrir los abusos sexuales cometidos por su segundo exmarido a una menor tutelada por la administración que ella misma dirigía.
Ese es el escándalo: no solo el abuso, sino el encubrimiento. Se sospecha que Oltra no actuó para proteger a la menor, sino para proteger al agresor. A su expareja. A su entorno íntimo. Esto lo habría hecho desde el poder, utilizando todos los resortes de la Generalitat para desacreditar a la víctima, para silenciar el caso, para evitar que salpicara su carrera política. Y cuando fue acorralada por las pruebas, dimitió forzada, no por dignidad, sino porque ya no quedaba otro camino.
Ahora, la justicia reabre el caso con más fuerza que nunca, y con nuevos indicios que pudieran confirmar lo que muchos sospechamos: que Oltra impulsó activamente una campaña institucional para blindar al agresor y hundir a la víctima.
¿Dónde están ahora las feministas de pancarta? ¿Dónde las que gritaban “hermana, yo sí te creo”? ¿Dónde Compromís, Podemos, y todos los medios que se llenan la boca hablando de “justicia social”? La respuesta es clara: callan. Porque la niña tutelada no les sirve. Porque el abusador era de los suyos. Porque el feminismo que practican no es universal: es partidista, ideológico y profundamente hipócrita.
Y este no es un caso aislado. Es la consecuencia lógica de una izquierda obsesionada con la sexualización infantil, donde ya ni se esconden. Basta escuchar las palabras de Irene Montero, pronunciadas con total tranquilidad:
“Ningún adulto puede tocar el cuerpo de los niños si ellos no quieren.”
Es decir, ¿si el niño quiere, sí se puede? ¿De verdad se atreve alguien a defender semejante monstruosidad? ¿En qué tipo de sociedad hemos caído cuando una ministra se permite relativizar de esa forma la integridad de los menores?
Estas ideas no son nuevas. Vienen de lejos. Vienen de una tradición ideológica que ha cosificado a los niños, que los ha convertido en instrumentos del Estado o, peor aún, en objetos de placer de sus líderes. Recordemos los casos:
Mao Zedong, fundador de la China comunista, de quien se sabe que cada noche recibía en su cama a una niña virgen, a menudo menor de 14 años, porque creía que así absorbía su energía vital. No lo dicen sus enemigos: lo documentaron sus médicos personales.
Stalin, que fomentó un culto al Estado donde los hijos eran reeducados por el régimen, separados de sus padres, utilizados como instrumentos de control ideológico. El menor no como individuo, sino como engranaje del sistema.
En Camboya, los jemeres rojos de Pol Pot arrancaban a los niños de sus familias para convertirlos en delatores y soldados de la revolución. ¿Cómo lo lograban? Mediante adoctrinamiento, terror y abuso.
La izquierda, históricamente, ha tenido una relación tóxica y peligrosa con la infancia. La quiere moldear, dominar, controlar… y cuando se cruzan ciertas líneas, mirar hacia otro lado. Como hizo Mónica Oltra. Como hacen hoy tantos que callan.
Este caso debe servir como advertencia. No se trata solo de sentar a Oltra en el banquillo. Se trata de señalar sin complejos la degeneración moral de una ideología que ha perdido todos los límites. La izquierda que impone su moral al resto no tiene autoridad cuando se convierte en cómplice del abuso.
Y si no lo denunciamos nosotros, nadie lo hará.
Javier García Isac
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