
La izquierda y los niños: el caso Oltra y la obsesión enfermiza por la infancia
Los progres callan, calla Compromís, calla Podemos y callan los feministas de pancarta
El caso de Mónica Oltra vuelve a la actualidad judicial, y no por sorpresa. La que fuera vicepresidenta de la Generalidad Valenciana, ídolo de pancarta de la izquierda radical, abanderada del feminismo más hipócrita y del buenismo progre, será finalmente procesada por encubrir los abusos sexuales cometidos por su segundo exmarido a una menor tutelada por la Consejería que ella misma dirigía. No es una anécdota. Es un síntoma.
Mónica Oltra no fue una figura cualquiera. Fue el rostro amable del fanatismo progresista valenciano, vendida durante años como ejemplo de regeneración frente al “viejo bipartidismo”. Hoy, lo que aflora es su auténtico rostro: el de una mujer capaz de utilizar su poder institucional para proteger a un pederasta condenado, que además formaba parte de su entorno íntimo. Su segundo exmarido fue condenado a cinco años de cárcel por abusar de una menor que estaba bajo la tutela del Estado, bajo la tutela directa de la consejería de Igualdad que presidía la propia Oltra. Y lo más grave: hay nuevos indicios que apuntan a que no solo no denunció ni apartó al agresor, sino que impulsó una auténtica campaña institucional para desacreditar a la menor y tapar el escándalo.
Los progres callan. Calla Compromís. Calla Podemos. Callan los feministas de pancarta, que solo alzan la voz cuando el agresor encaja en el arquetipo del varón de derechas. Aquí, el agresor era su compañero de cama. Y por tanto, no se toca. El silencio cómplice es ensordecedor.
Este escándalo no es un caso aislado. Forma parte de un patrón inquietante que debe empezar a decirse con todas las letras: la izquierda tiene una obsesión enfermiza con la infancia y el sexo. Y no es un exceso retórico. Basta recordar las palabras textuales de la exministra de Igualdad, Irene Montero, que sin el menor rubor afirmó lo siguiente en sede parlamentaria:
“Ningún adulto puede tocar el cuerpo de los niños si ellos no quieren”.
Es decir, si ellos quieren, ¿sí puede hacerlo? ¿Es eso lo que nos quiere decir la izquierda? ¿Que la voluntad de un menor puede legitimar una relación sexual con un adulto? Esa es la verdadera monstruosidad detrás de la “educación sexual progresista”: abrir la puerta a la legitimación de relaciones que en cualquier sociedad sana se considerarían aberrantes.
Esto explica por qué han colonizado como posesos el ámbito educativo. No es casualidad que promuevan desde edades tempranas “talleres de diversidad sexual”, “educación afectivo-sexual” y “drag queens pedagógicas”. No es educación. Es adoctrinamiento y perversión. Y cuando se cruzan líneas rojas —como en el caso de Oltra—, se tapan entre ellos.
No es la primera vez. Ni será la última. Los totalitarismos de izquierdas han cultivado históricamente una relación repugnante con la infancia. Mao Zedong, líder idolatrado por muchos de los que hoy dicen luchar por los “derechos” de los menores, recibía cada noche una niña virgen en su alcoba. No es un rumor: lo narran con detalles sus propias concubinas y los historiadores de su corte. ¿Y qué decir de Stalin? Bajo su régimen se perseguía, se deportaba y se eliminaba a familias enteras, mientras se incentivaba una educación estatal donde el Estado sustituía al padre y la madre. El niño como objeto del régimen. El niño como herramienta política. El niño como propiedad ideológica.
Y no faltan ejemplos en nuestro país. Desde los intentos de quitar la patria potestad a los padres que se opongan a la ideología de género, hasta la imposición de contenidos sexuales a niños de primaria, pasando por casos como el de Baleares o el de centros de acogida de menores en Valencia, donde prostitución, abusos y drogas convivían con la pasividad cómplice de la izquierda. ¿Dónde están ahora los altavoces de la memoria feminista?
En cambio, persiguen con saña a quien defiende la inocencia de los menores. Han tachado de “ultraderechistas” a quienes denuncian este tipo de casos, han demonizado el pin parental que proponía VOX como herramienta de defensa ante el adoctrinamiento sexual en los colegios, y han colocado el disfraz de “libertad sexual” a lo que no es más que la antesala de la pedofilia institucionalizada.
Volviendo al caso Oltra, este juicio no puede ser solo contra una mujer. Es un juicio contra toda una ideología que ha demostrado ser incompatible con la infancia, con la ética, con la verdad y con la justicia. El escándalo de Oltra es solo un hilo más del manto de podredumbre moral que cubre a la izquierda española. Una izquierda que ha convertido el progresismo en un escudo para delincuentes, en una coartada para pederastas, en una trinchera para proteger lo indefendible.
Es el momento de exigir responsabilidades. No solo judiciales, también políticas y sociales. Si España quiere recuperar su dignidad, debe empezar por limpiar las instituciones de toda esta inmundicia ideológica, de toda esta ingeniería social que pone en peligro la inocencia de nuestros hijos. Y debe hacerlo sin miedo, sin complejos y sin pedir permiso a nadie.
Porque si no lo hacemos nosotros, lo harán ellos. Y con cada día que pase, será más difícil deshacer el daño.
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