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Un caballero con armadura montado a caballo avanza junto a un hombre sobre un burro rodeados de querubines y figuras celestiales en un paisaje con montañas y molinos de viento al fondo
OPINIÓN

Milei busca el tiempo perdido con Cervantes

Por José Rivela Rivela

En la Casa Rosada, entre pilas de informes económicos, cifras de déficit y discursos subrayados con marcador fluorescente, Javier Milei parece embarcarse en una empresa que mezcla lo político con lo literario: recuperar un tiempo perdido, como si Proust y Cervantes se hubieran puesto de acuerdo para inspirar a un presidente libertario.

No se trata, por supuesto, de un tiempo personal —no hay magdalenas mojadas en té ni evocaciones infantiles—, sino de un tiempo histórico, ese que él describe como “la Argentina potencia”, un país que se extravió hace casi un siglo entre políticas estatistas, inflación crónica y promesas incumplidas. Para alcanzarlo, Milei no duda en desplegar un arsenal de reformas y decretos, convencido de que la motosierra, su símbolo de campaña, es la herramienta ideal para podar décadas de lo que llama “mala praxis económica”.

Pero aquí entra Cervantes, como una sombra literaria que se cuela entre gráficos macroeconómicos. Porque lo que Milei enfrenta no son simples obstáculos técnicos: son molinos. Molinos que parecen de hormigón y política, reforzados por sindicatos, intereses corporativos y una cultura política que no se desmonta con un solo tajo. Como Don Quijote, el presidente libra batallas que, desde fuera, muchos consideran imposibles o directamente ilusorias, mientras él insiste en que son gestas necesarias para salvar a la nación.

La Argentina, en este cuadro, hace las veces de Sancho Panza: pragmática, desconfiada, pero a ratos seducida por la retórica épica de su caballero andante. Sancho, en la novela, acompaña por lealtad y curiosidad; aquí, el pueblo observa, apoya o protesta según la magnitud de la aventura y la dureza de las consecuencias. Entre ellos hay un pacto implícito: Milei promete victoria contra los “gigantes” de la decadencia, y Sancho —o el electorado— concede tiempo, aunque no paciencia infinita.

La búsqueda del tiempo perdido, sin embargo, es más que una tarea de reconstrucción: es también un riesgo de nostalgia política. Como nos enseñó Cervantes, la realidad rara vez se deja moldear a imagen de los ideales. Los molinos no se convierten en gigantes por voluntad del héroe, y las victorias morales no siempre llenan la despensa. Milei lo sabe, pero persiste, convencido de que toda gran transformación exige un poco de locura inicial y mucho de perseverancia.

El desenlace de esta historia aún está lejos. Tal vez Milei logre devolverle a la Argentina una parte de ese tiempo que dice buscar; tal vez acabe, como Don Quijote, exhausto pero inquebrantable en su fe, incluso si el mundo no cambia tanto como él esperaba. En cualquier caso, su travesía, como toda buena novela, vale tanto por el viaje como por la llegada.

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