
España arde y el Gobierno sonríe desde la tumbona
Por Javier García Isac
España está en llamas. Literalmente. Mientras los pueblos se cubren de humo, las familias huyen de sus casas y miles de hectáreas de bosque se convierten en ceniza, el Gobierno de Pedro Sánchez permanece de vacaciones, o lo que es aún más indecente, intentando sacar rédito político de la tragedia.
No hay sensación de urgencia, no hay voluntad real de prevenir, y mucho menos de asumir responsabilidades. Lo único que vemos es a un ministro de Transportes, Óscar Puente, dedicado a enzarzarse en Twitter, mofándose y atacando a todo aquel que le lleva la contraria, mientras su competencia directa —el transporte ferroviario— sufre retrasos, averías y un caos diario. Y entre tuit y tuit, también se burla de los incendios, como si el drama que viven miles de españoles fuera material para el sarcasmo.
La verdad incómoda: la mayoría de incendios son provocados
Esto no lo dicen las televisiones amigas del poder, pero lo sabe cualquier brigadista forestal: la mayoría de los incendios no son fruto de una mano invisible llamada “cambio climático”, sino de una mano muy visible, la del hombre, que los provoca. El problema es que las políticas dictadas por el fanatismo climático de la Agenda 2030 han convertido en poco menos que delito las tareas básicas de prevención: limpiar, desbrozar, cortar matorral, mantener cortafuegos.
Los incendios se previenen en invierno, no en agosto. Y eso implica trabajo, inversión y planificación, algo incompatible con el postureo verde y la propaganda hueca que predica este Gobierno.
La coartada perfecta: el cambio climático
Cuando el fuego arrasa, el guion oficial es siempre el mismo: culpar al “cambio climático” o a esos peligrosos “negacionistas”. La narrativa está escrita antes de que caiga la primera chispa. El clima se ha convertido en la excusa universal que todo lo cubre, en un cajero automático de justificaciones y subvenciones.
Ya no se trata de proteger la naturaleza, sino de hacer negocio con ella: consultoras climáticas, ONGs afines, contratos millonarios, estudios y observatorios que viven de agrandar el problema y jamás de resolverlo.
El Estado ausente y el modelo autonómico fracasado
A todo esto se suma un modelo autonómico ineficaz, insolidario y profundamente irresponsable. El cuidado de nuestros montes debería ser competencia exclusiva del Estado, pero hoy depende de diecisiete mini-gobiernos que aplican criterios dispares, que no se coordinan y que se culpan mutuamente mientras la tragedia avanza.
Un Estado fuerte y eficaz tendría los medios, la autoridad y la estrategia para actuar antes, durante y después del incendio. Pero el Estado español está secuestrado por un Gobierno que solo aparece para la foto, para prometer ayudas que nunca llegan, como ocurrió con el volcán de La Palma o la gota fría en Valencia.
Política sobre cenizas
Lo más obsceno no es que no sepan gestionar, sino que utilicen la desgracia como material de campaña. Que vayan al terreno cuando las llamas ya han hecho su trabajo, rodeados de cámaras y micrófonos, hablando de resiliencia y de reconstrucción como si fueran héroes de cómic. Es la política del titular, del hashtag y de la propaganda, mientras las familias lo pierden todo y los pueblos enteros se quedan sin futuro.
España arde. Y mientras el humo nos ahoga, el Gobierno toma el sol, redacta discursos y tuitea ocurrencias. La tragedia no es para ellos una emergencia nacional, sino una oportunidad para reforzar su relato. Un relato en el que la culpa siempre es de otro y el negocio siempre es suyo.
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