
Del miedo pandémico al terror climático y bélico: Bruselas prepara el terreno para el
La opinión de Javier García Isac de hoy, miércoles 26 de marzo de 2025
No han pasado ni cuatro años desde que las élites globalistas, con la complicidad de los burócratas de Bruselas y los gobiernos títere que les bailan el agua, ensayaran el mayor experimento de control social de la historia moderna con la excusa de una pandemia. Confinamientos masivos, destrucción de pequeñas empresas, censura disfrazada de “lucha contra la desinformación” y un estado de excepción permanente impuesto en nombre de una supuesta emergencia sanitaria.
El resultado fue claro: comprobaron hasta qué punto estaban dispuestos los ciudadanos europeos a sacrificar su libertad a cambio de una falsa seguridad. El miedo funcionó como un mecanismo de sometimiento. Y cuando el virus ya no sirve como excusa, hay que buscar nuevas amenazas que mantengan a la población en un perpetuo estado de alarma.
Ahora, con la desfachatez que les caracteriza, los mismos que promueven guerras, desestabilizan regiones y alimentan conflictos internacionales, nos recomiendan —por no decir exigen— que los ciudadanos europeos nos aprovisionemos de alimentos y medicinas “por si estalla un conflicto bélico” o “por si el cambio climático genera situaciones extremas”. Es decir, nos advierten de los peligros que ellos mismos están fabricando.
La Unión Europea, que debería velar por la estabilidad, la soberanía y el bienestar de sus ciudadanos, se ha convertido en una correa de transmisión de intereses ajenos, supeditada a organismos supranacionales y a agendas globalistas que nada tienen que ver con los pueblos de Europa. Bruselas ya no representa a los europeos. Representa a Davos, a la OTAN, a las grandes farmacéuticas y a los profetas del apocalipsis climático.
Es aquí donde conviene detenernos en un concepto cada vez más presente, pero poco cuestionado: la eurocracia. Se trata de un entramado burocrático, tecnocrático y opaco que opera desde las instituciones comunitarias, completamente desconectado del sentir de las naciones que componen Europa. Los llamados eurocrátas son altos funcionarios, comisarios y tecnoburócratas que no han sido elegidos por los ciudadanos, que no rinden cuentas ante nadie y que actúan como si Europa fuera su cortijo personal. Deciden por nosotros sin consultarnos, legislan al dictado de intereses foráneos, imponen normas, sanciones y reformas que afectan a nuestras vidas, mientras viven atrincherados en sus despachos de cristal en Bruselas, blindados frente a la realidad de la calle.
Esta eurocracia no solo se ha apropiado de las instituciones europeas, sino que ha dejado claro que su lealtad no está con los pueblos europeos, sino con una agenda ideológica de control, empobrecimiento y homogeneización cultural. Se ha erigido en una especie de poder supranacional paralelo, que condiciona gobiernos, manipula economías y dicta leyes que nadie pidió. Son ellos los que alimentan la maquinaria del miedo, los que diseñan campañas de terror mediático en torno a la guerra, el clima o la salud pública. Y lo hacen con un objetivo muy claro: mantener sometida a una población atemorizada, dócil y culpabilizada.
Porque el mensaje es claro: si no te preparas para una guerra, eres un irresponsable. Si cuestionas el relato climático oficial, eres un negacionista. Si no te vacunas, eres un peligro público. Si protestas contra las élites, eres un extremista. La sociedad del miedo es la antesala del totalitarismo moderno. Un totalitarismo sin tanques, pero con algoritmos. Sin censores con uniforme, pero con comités de “verificadores” y “expertos”. Un totalitarismo donde el control ya no se impone con fuerza bruta, sino con miedo, culpa y propaganda.
Se empieza recomendando a la gente que almacene comida y medicinas, y se acaba justificando nuevas restricciones, nuevas leyes de excepción y nuevas medidas de control social. Porque no se trata de prepararnos para un conflicto: se trata de prepararnos para obedecer. Es la pedagogía del miedo. Una vez que aceptamos que el enemigo está en todas partes —sea un virus, una guerra o el clima—, aceptamos sin rechistar la vigilancia, la censura, la pobreza energética, la ruina económica y la sumisión cultural.
Frente a esta ofensiva globalista, urge recuperar el sentido común, la soberanía nacional y la libertad individual. Urge desmontar el discurso de Bruselas, denunciar la complicidad de nuestros gobiernos y recordar que los europeos no queremos vivir en alerta permanente, sino en paz, prosperidad y libertad. Que no cuenten con nosotros para sus guerras. Que no usen más el miedo como instrumento de dominación. Y que, si de verdad les preocupa el futuro, empiecen por dejar de destruir el presente.
Más noticias: