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Un hombre con barba sostiene un micrófono mientras habla, con otras personas en el fondo.
OPINIÓN

Manipulación mediática, censura y la represión de la verdad

Nuestra respuesta debe ser más palabra, más verdad, más valentía

Vivimos tiempos en los que la manipulación mediática ya no se disfraza. Se exhibe con descaro. Lo hemos visto con Javier García Isac en el acto de la plataforma 20/25. Él estaba allí presentando, ejerciendo su papel con firmeza y educación. Cuando una periodista de RTVE —del programa Malas Lenguas, dirigido por Jesús Cintora— se acercó a provocar con una pregunta sesgada, el público la abucheó. Pero Javier, lejos de sumarse a la reacción, defendió el derecho de esa periodista a preguntar, pidió respeto y contestó con elegancia.

¿Y qué hizo el programa de Cintora? Cortó la escena. Eliminó la respuesta. Mostraron sólo los abucheos, sólo el rostro de Javier en primer plano, como si fuera un déspota, un censor, cuando lo que hizo fue justo lo contrario: defender el debate, la palabra, incluso la discrepancia.

Mientras tanto, en la otra esquina del tablero, tenemos a Vito Quiles, acosado judicialmente, señalado por el poder político y mediático por el “delito” de hacer preguntas incómodas. ¿Quiénes lo atacan? Los mismos que dicen defender la libertad de prensa. Los mismos que aplauden a los periodistas de cámara pero linchan a los periodistas incómodos. Y en el centro, una figura que ya no representa la crítica, sino la represión: Pablo Iglesias.

Lo que está pasando es muy grave. El relato se construye recortando la verdad. Editan. Ocultan. Distorsionan. No para informar, sino para controlar el discurso. Para mantener la apariencia de pluralidad mientras silencian toda disidencia.

Aquí no se juzga lo que se dice, sino quién lo dice. Si una periodista afín interrumpe un acto, es “valiente”. Si el público responde, es “ultraderecha”. Si Javier contesta con educación, se borra. Si Vito pregunta, se le persigue.

No se trata de derecha o izquierda. Se trata de poder y relato. De quién puede hablar, quién puede preguntar, y sobre todo, quién puede ser escuchado.

Frente a esto, nuestra respuesta no puede ser el silencio. Nuestra respuesta debe ser más palabra, más verdad, más valentía. Porque el mayor peligro no es que nos censuren. El mayor peligro es que nos acostumbremos a que lo hagan.

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