
7 de octubre: Lepanto, la victoria de España que salvó a Europa
La opinión de Javier García Isac de hoy, miércoles 8 de octubre de 2025
El 7 de octubre de 1571, las aguas del golfo de Lepanto se tiñeron de sangre. A un lado, la poderosa armada otomana, que pretendía imponer el islam en todo el Mediterráneo y extender su dominio hacia el corazón de Europa. Al otro, la Liga Santa, formada por fuerzas cristianas, pero con un protagonismo indiscutible: la monarquía hispánica. Felipe II, rey de España, fue el gran sostén económico, militar y político de aquella coalición que, bajo el mando de don Juan de Austria, su hermanastro, logró la que muchos consideran la mayor victoria naval de la historia.
Lepanto no fue solo una batalla. Fue la línea que separó la supervivencia de la civilización cristiana de su destrucción. La Europa de entonces, débil y dividida, se enfrentaba a un enemigo que llevaba siglos golpeando sus fronteras. La caída de Constantinopla en 1453 había sido el aviso; la amenaza turca en el Adriático y el Mediterráneo era ya una realidad. Si Lepanto hubiera terminado en derrota, las consecuencias hubieran sido devastadoras: Roma y Venecia hubieran estado a merced del islam, y Europa habría caído bajo un dominio ajeno a su fe, a su cultura y a su identidad.
España jugó un papel decisivo. Sus galeones, sus tercios embarcados, sus capitanes y soldados fueron el núcleo de la victoria. Mientras otros príncipes europeos dudaban, Felipe II asumió que la defensa de la Cristiandad era inseparable de la defensa de España. Y aquel 7 de octubre, en una jornada que la Iglesia aún recuerda como la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, se detuvo el avance otomano y se dio un respiro de siglos a Europa.
Lepanto simboliza lo que España ha sido siempre: muralla de la Cristiandad y garante de la libertad de Europa. Primero frente al islam en Covadonga y en las Navas de Tolosa, luego en el Mediterráneo frente a la Media Luna, después en América contra piratas y potencias rivales, y hoy —aunque muchos no quieran verlo— frente a la invasión silenciosa que amenaza a nuestras sociedades.
Porque si en 1571 España, con la Cruz y la espada, salvó a Europa del islam, en 2025 asistimos a una paradoja trágica: la propia Europa abre de par en par sus puertas a una inmigración masiva y descontrolada, fundamentalmente islámica, que pone en jaque su cultura, su seguridad y su futuro. Donde ayer se combatió en Lepanto, hoy se cede en Bruselas. Donde antes hubo una Liga Santa que defendió la fe, hoy hay instituciones europeas que financian ONGs que trafican con seres humanos, gobiernos que toleran guetos islámicos en sus ciudades y élites que llaman “diversidad” a lo que no es más que la disolución programada de la identidad europea.
La invasión actual no llega con galeones ni con jenízaros, llega en pateras, en vuelos de repatriación frustrados, en oleadas de inmigrantes que no buscan integrarse, sino imponer sus costumbres, su religión y sus leyes. Y mientras esto ocurre, nuestros gobiernos se dedican a subvencionar mezquitas, a conceder nacionalidades exprés y a perseguir a quienes alzan la voz contra este suicidio colectivo.
El paralelismo es evidente: entonces Europa fue salvada por España porque supo luchar; hoy Europa está siendo entregada porque sus dirigentes han decidido rendirse. Lo que no consiguieron los otomanos en Lepanto lo están logrando las élites europeas desde sus despachos: sustituir poblaciones, fragmentar culturas, diluir naciones.
Lepanto debe recordarnos que no hay civilización sin defensa, no hay identidad sin resistencia. Si Felipe II y don Juan de Austria hubieran pensado como nuestros burócratas de Bruselas, hoy Europa no sería Europa. Y si España no recupera el espíritu de Lepanto, mañana España no será España.
El 7 de octubre es la memoria de una victoria, pero también una advertencia: las naciones que renuncian a defenderse están condenadas a desaparecer. Ayer fue la espada de los tercios la que salvó nuestra libertad; hoy debe ser la voz de los pueblos libres la que frene la traición de sus élites. Porque la batalla continúa, y lo que está en juego, como en Lepanto, es el futuro de nuestra civilización.
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