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Ilustración de un hombre con auriculares y micrófono que dice Argentina, acompañado de mariposas y el texto Argentina Despierta en letras grandes.
OPINIÓN

Javier Negre o el testigo del trueno

Por José Rivela Rivela

Se viene otro periodismo, uno sin sobre, sin miedo, sin amo. Uno que no le debe nada a nadie, que investiga, que muerde, que entra en las madrigueras del poder con la lámpara encendida y el alma dispuesta a mancharse. En Argentina también —esa tierra donde el tango convive con la catástrofe y la esperanza— se ha roto algo. Lo viejo ha muerto, lo ególatra se deshace. Esta madrugada, cuando el humo de la inflación y de los discursos quemados se disipó, emergió la ráfaga libertaria: los mercados, dicen, “van a volar”. Pero lo que realmente ha volado son los fantasmas de un siglo de decadencia. Javier Milei y La Libertad Avanza alcanzaron más del cuarenta por ciento del voto nacional y sellaron una ruptura: el pueblo argentino no votó solo a un hombre, votó contra una costumbre. Dijo basta a la rutina del fracaso y al gesto satisfecho de los que creían que el mundo eran ellos.

Las urnas no solo contaron votos: escribieron una catarsis. Lo que hasta ayer era un delirio de economista furioso se ha convertido en mandato. Milei encarna la cólera sagrada del pueblo contra el clientelismo que lo adormecía. En su discurso hay algo de Savonarola y algo de showman, algo de cruzada y algo de rock. Pero no importa el matiz: la liturgia peronista, con su misa de subsidios y su incienso de deuda, se vio empujada al altar del pasado. El pueblo ha querido cortar el hueso y ver si todavía sangra.

Periodista con expresión seria sostiene un micrófono y una hoja mientras está de pie entre ruinas y edificios destruidos bajo un cielo nublado

Hay en este triunfo una escena interior digna de una pintura de Goya: en el fondo, un país cansado de su propio eco, de su victimismo y su rencor; en primer plano, un hombre despeinado, enarbolando la palabra “libertad” como quien blande un sable en medio del festín de los valijeros. Los viejos gurús de la política —Durán Barba con su copa en Bernardette, López Murphy con su retórica de museo— asisten perplejos a la demolición de su propio lenguaje. No entienden que ya no se vota por promesas, sino contra ellas.

“Hoy el pueblo decidió dejar atrás cien años de decadencia”, proclamó el presidente redivivo. Y algo de verdad hay en esa frase: la derrota no es solo electoral, es teológica. Los templos del Estado omnipresente se han quedado sin fieles. La Argentina de las manos extendidas se convierte, a golpes, en una Argentina de puños cerrados. Y sin embargo, hay que decirlo con Cervantes, “no hay camino llano en esta vida”. Lo que viene será tormenta o resurrección. El vuelo de los mercados puede ser ascenso o caída. La libertad, sin justicia, es humo que se lleva el viento pampero.

Mientras tanto, la prensa se reacomoda. Ya no bastan los editoriales tibios ni los suplementos obedientes. Se viene —debe venir— un periodismo con otra cabeza: más libre, más moral, más humano. Un periodismo que no baje línea sino que levante preguntas, que se atreva a mirar lo que duele. Porque lo que está en juego no es solo una elección, sino una conciencia. El oficio de contar lo que pasa sin vender el alma en el camino.

En la escena final, Karina Milei observa el triunfo de su hermano desde el backstage, como una Penélope moderna que tejió en silencio mientras los otros urdían campañas. La guerra sucia que lanzaron contra ella no la destruyó, la templó. Y en ese detalle, mínimo y revelador, está el secreto del nuevo tiempo: el poder calla y espera. La libertad, si es verdadera, se construye en silencio, con humildad, con dolor.

Argentina abre hoy una página de fuego. El viejo régimen se disuelve entre risas y amenazas, los mercados se estremecen, el pueblo canta y tiembla. En medio del estrépito, un cronista apartado anota en su cuaderno: “Ningún país se salva sin poesía ni coraje”. Porque gobernar es una forma de escribir. Y escribir, en los días de polvo y aurora, es también una forma de gobernar el alma.

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