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Bandera de España ondeando en una calle con edificios oficiales y el Peñón de Gibraltar al fondo
OPINIÓN

Gibraltar la nueva claudicación de un Gobierno traidor

Porque sí, aunque le moleste al progresismo desnacionalizado y al europeísmo servil: Gibraltar es España

El pasado 11 de junio de 2025, se ha consumado una nueva infamia contra España. Un nuevo acto de traición perpetrado por quienes dicen gobernar esta nación, pero actúan como meros gestores de intereses ajenos, subordinados a Bruselas, a Londres y a cualquier potencia extranjera que les palmee la espalda. El acuerdo alcanzado sobre Gibraltar —presentado con eufemismos y falsa diplomacia— no es otra cosa que una renuncia en toda regla a nuestra soberanía nacional sobre el Peñón.

Porque sí, aunque le moleste al progresismo desnacionalizado y al europeísmo servil: Gibraltar es España.

La traición permanente desde 1982

Todo comenzó con la infame apertura de la verja durante el gobierno de Felipe González. Aquel gesto, presentado como “normalización”, fue en realidad una rendición simbólica y práctica. Desde entonces, todos los gobiernos —sin excepción, incluidos los del Partido Popular— han optado por mirar hacia otro lado mientras se consolidaba una anomalía histórica: una colonia británica en suelo español, utilizada para blanquear dinero, contrabandear tabaco y acoger negocios que serían ilegales en cualquier rincón de España.

Pero lo acordado hoy va mucho más allá. Este nuevo pacto, auspiciado por una Unión Europea que presume de perseguir paraísos fiscales, consagra la legalidad de un territorio que escapa al control español en todos los sentidos, pero que arrastra a más de 15.000 españoles a depender de él para sobrevivir, ante la incapacidad del Estado español de ofrecerles oportunidades laborales en su propio país.

Un paraíso fiscal bendecido por Bruselas y por Moncloa

La Unión Europea, en su hipocresía sin fronteras, no tiene reparo en permitir que Gibraltar funcione como un auténtico santuario para las grandes fortunas, mientras a los ciudadanos medios los estrangula a impuestos, regulaciones y sanciones. Lo que se ha firmado blinda el estatus de paraíso fiscal del Peñón, entregándole aún más capacidad operativa y legitimidad en el marco europeo, mientras España asume el coste político, económico y social.

Una bajada de pantalones histórica. Una nueva entrega de nuestra soberanía que se suma a muchas otras. Porque este gobierno traidor —como lo fue también el de Zapatero y casi en la misma medida los de Rajoy o González— no cree en la nación española. La considera una incomodidad, un obstáculo para su proyecto de disolución nacional al servicio de intereses globalistas.

Ceuta, Melilla y Canarias, ¿los próximos?

Hoy ha sido Gibraltar. Mañana pueden ser Ceuta, Melilla o incluso Canarias. Porque cuando un gobierno no defiende lo suyo, cuando acepta humillación tras humillación, cuando renuncia al deber sagrado de proteger su integridad territorial, todo es posible. El mismo gobierno que se rinde ante Londres, ¿qué hará cuando Rabat reclame lo que no le pertenece?

Y no, no exageramos. Quien hoy se arrodilla ante el Reino Unido, mañana cederá, aún más, ante Marruecos. Porque la traición no es una excepción en esta legislatura: es su norma fundacional.

La miseria moral y económica de nuestra política

Gibraltar es una espina clavada en la dignidad nacional. Pero lo más doloroso es ver cómo nuestros compatriotas en el Campo de Gibraltar se ven abocados a trabajar en suelo británico, porque su propio país no ha sido capaz de generar empleo, oportunidades ni desarrollo. ¿Cómo no va a doler ver que la España oficial margina a sus propios ciudadanos mientras blinda los privilegios de una colonia extranjera?

¿Dónde están los patriotas de despacho que no dicen nada? ¿Dónde están los medios de comunicación denunciando esta nueva rendición? Nos hemos acostumbrado a la traición. La hemos normalizado. Se nos ha olvidado que el deber de cualquier gobierno, el primer mandamiento de cualquier dirigente, es proteger la soberanía nacional.

Gibraltar es España. Y lo seguirá siendo.

Por mucho que firmen papeles, por mucho que se arrodillen, por mucho que vendan su alma al mejor postor, la verdad histórica y moral no cambia: Gibraltar es y será español. No lo decimos nosotros. Lo dicen los tratados, lo dice la razón, lo dice la justicia. Pero claro, para defender eso, haría falta tener dignidad, coraje y patriotismo. Y eso no cabe ni en Moncloa ni en el Parlamento Europeo.

Este acuerdo no es paz ni convivencia. Es rendición, cobardía y claudicación. Y aunque hoy nos sintamos derrotados, aunque los traidores celebren su entrega con sonrisas diplomáticas, llegará el día en que la España que no se rinde recupere lo que es suyo. Y entonces, todos estos miserables serán recordados por lo que son: los que vendieron su país por treinta monedas europeas.

Gibraltar es España, más que le pese a los traidores.

Y algún día, volverá a serlo también de hecho.

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