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FREDERICK FORSYTH
OPINIÓN

FREDERICK FORSYTH: EL ESCRITOR QUE ME HIZO LEER Y SOÑAR CON LA VERDAD

La opinión de Javier García Isac de hoy, martes 10 de junio de 2025

Ha muerto Frederick Forsyth, y con él se va una parte muy íntima de mi juventud, de mis primeras lecturas, de mi primer despertar literario y político. Se va el hombre que me hizo amar los libros, que me tendió la mano para abandonar los tebeos y adentrarme en un universo de conspiraciones, geopolítica, servicios de inteligencia, atentados, regímenes corruptos y asesinos a sueldo. Pero, sobre todo, se va el maestro que me enseñó, con la fuerza de la novela y la precisión del periodista, que los Estados, incluso los democráticos, son capaces de todo. Sí, de absolutamente todo.

Forsyth no fue solo un escritor. Fue un testigo privilegiado de su tiempo, un hombre que supo leer la realidad como pocos, y que tuvo el talento de convertir esa realidad en ficción, o en lo que nosotros creíamos que era ficción. Porque Forsyth escribía novelas, sí, pero novelas que olían a verdad, que estaban construidas con una documentación obsesiva, con un rigor casi periodístico, y con una capacidad de anticipación que ponía los pelos de punta.

El chacal, el zorro, el negociador… y el genio

Para muchos, El día del chacal fue la puerta de entrada a su mundo. Para mí también. Pero no fue la única. Luego vinieron Los perros de la guerra, El dossier Odessa, El cuarto protocolo, El manifiesto negro, El afgano, El negociador, El zorro, títulos inolvidables que marcan épocas, que reflejan tensiones reales, que nos hablaban de un mundo que parecía novela, hasta que comprobábamos que era la realidad misma la que inspiraba cada página.

No era casualidad. Forsyth fue piloto de la RAF, corresponsal de guerra en África, testigo de la guerra de Biafra, hombre de acción, analista profundo del comunismo, del terrorismo, del totalitarismo. Su vida fue igual de intensa y peligrosa que sus libros. Es más: muchas de sus novelas eran, en parte, autobiográficas. Porque Forsyth no necesitaba inventar: vivía.

Confesó en alguna ocasión que no disfrutaba escribiendo. Que para él era casi una tortura. Y sin embargo, su prosa es adictiva, limpia, directa, sin pretensiones de grandeza literaria, pero con una grandeza que muy pocos alcanzan: la de emocionar, enganchar, instruir y estremecer a millones de lectores en todo el mundo.

La grandeza de ser comprensible

Vivimos en un mundo donde se valora más al escritor incomprensible, al que se recrea en su jerga privada, al que requiere de tres diccionarios y un manual de paciencia para ser leído. Forsyth, no. Forsyth era claro, directo, honesto. De ahí su éxito. De ahí, también, que muchos “intelectuales” nunca le perdonaran su accesibilidad, su popularidad, su éxito masivo. En un mundo que desprecia lo comprensible, Forsyth era una anomalía. Un autor que no aburría. Un genio sin ínfulas.

El novelista del siglo XX

Frederick Forsyth fue, sin duda, uno de los grandes del siglo XX. No lo digo yo: lo dicen millones de lectores que esperábamos cada nuevo título como un acontecimiento. Lo dicen las adaptaciones cinematográficas de sus obras, lo dicen los espías y militares que admitían haber aprendido más sobre estrategia internacional leyendo a Forsyth que en los manuales de sus academias. Y lo digo yo, que le debo —literalmente— mi pasión por la lectura.

Con él aprendí que el poder nunca es inocente, que los servicios secretos no se rigen por códigos morales, que la democracia no siempre impide la traición, que los intereses económicos mueven más que las ideas. Y aprendí, también, que una novela bien escrita puede ser más reveladora que cien telediarios.

Un legado imborrable

Forsyth no solo nos dejó libros. Nos dejó una forma de mirar el mundo. Una manera de desconfiar de los discursos oficiales. Una invitación constante a pensar por uno mismo. Su muerte no es solo la desaparición de un autor. Es la pérdida de un faro. En una época de mediocridad narrativa, de basura ideológica disfrazada de novela, Forsyth representa lo que ya casi nadie se atreve a ser: un contador de verdades incómodas, disfrazadas de ficción.

Sí, luego vinieron otros. Vinieron muchos. Pero Forsyth será siempre Forsyth.

Hoy escribo estas líneas con emoción y con lágrimas. Porque el niño que fui, el joven que empezó a leer para entender el mundo, despide al maestro. Al amigo silencioso que me acompañó en tantas noches de lectura, en tantos veranos de misterio, en tantas tardes en que una novela valía más que cualquier noticiero.

Gracias, Frederick Forsyth. Gracias por tanto. Te debo más de lo que imaginas.

Descansa en paz, viejo zorro.

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