Logo edatv.news
Un dibujo en blanco y negro muestra a un grupo de personas caminando en fila por un camino, cargando mochilas y bolsas, mientras un guardia observa desde un lado.
OPINIÓN

Don Quijote se pasea por un lugar que llamamos selva... por allí anda el diablo

Por José Rivela Rivela

(Dedicado a JAVIER MILEI)

 (Orense). Aquí soy el Quijote gallego, pues me ha resucitado D.Miguel hace un tiempo; vivo al lado del Monasterio (orden del Císter), también conocido como el Escorial gallego. Me llevo bien con las personas del pueblo y también puedo ver y hablar con los muertos. Por las noches siento una inquietud creciente, parece que los muertos se han enfadado porque los están moviendo de lugar y prefieren estar tranquilos.

   Llueve, la vida transcurre plácida y monótonamente alrededor de la plaza. Una persona asiste desde la ventana de su entresuelo a los acontecimientos cotidianos con una intensidad desusada. Desde ahí puede ver todo lo que sucede en el mundo. En su memoria van quedando grabados todos los detalles. Más tarde esa persona rememora aquel pasado imborrable, presidido por la lluvia, que cae constantemente sobre el pueblo.

   Un aroma a comida llega desde el otro extremo del callejón. Es un barrio tranquilo, donde el sol sale y se pone con calma. Más allá de la ventana se pueden distinguir luces amarillas encendidas en algunas casas y el humo que sale de las chimeneas. La pintora judía Charlotte Buresova, de pie en el sitio, contempla las vistas. El lugar, sin ser un hervidero de gente, tampoco se siente desolado. Con la taza en la mano, abre la ventana y sale al balcón. Siente el frío de las baldosas contra sus pies descalzos.

El viento sopla en su cara, con el mar a su espalda. El sol se está poniendo justo en ese momento sobre el horizonte. Se le cortó el aliento al girar la vista a la izquierda. El astro brillante tiñe el cielo de rojo. Como una bola de fuego, se acerca poco a poco a la línea del mar. ¿El atardecer siempre ha sido así de hermoso?

El pueblo, situado en una colina, da a la costa en dos direcciones, mientras que en las otras tenía vistas a una ciudad. La joven cerró los ojos y tomó una gran bocanada de aire. Huele a agua salada. Mirando el paisaje de la villa que une el mar y la ciudad, se siente sola. Unas lágrimas calientes corren por su rostro, sin previo aviso.

—Vaya, ¿por qué es tan bonito el atardecer? Supongo que aún quedan cosas bellas en el mundo...

Se apresura a secarse la cara como si alguien pudiese verla y sigue contemplando el panorama. Montado sobre la brisa, un perfume a flores pasó rozando la punta de su nariz. Se peina hacia atrás los mechones movidos por el viento, con el atardecer tiñendo sus pupilas.

—¿Y este olor? Me resulta familiar.

La joven llenó bien sus pulmones de aire, detectando un olor de antaño. Pero ¿de cuándo? Dio un sorbo al agua ya fría en la taza, pensando en esa esencia de tiempo atrás con nostalgia. En solo un instante, el sol se ha ocultado por completo tras el mar. No obstante, su rastro todavía mancha el cielo de un tono escarlata.

La oscuridad no reina de inmediato. Con el astro descendiendo a paso

lento y firme, la luz que emite se va difuminando, y aunque no se ve a simple vista, permanece ahí. Sí, aún está ahí. La luz y la oscuridad no son completamente opuestas, sino dos hermanas compartiendo el mismo firmamento. La joven observa las tinieblas extenderse. A pesar de la profunda oscuridad, hay algunos puntos brillantes esparcidos por el paisaje. Incluso estando en la completa negrura puede haber destellos tenues de luz, sin que uno se dé cuenta.

Poco a poco, cae la noche. Después de un tiempo pintaría “Traslado a Terezin”

«El viento se levanta. Hay que intentar vivir».

En otro lugar, el día previsto llegaron los judíos.

Contaba la leyenda que el diablo se ha paseado por un lugar del

pueblo que llamamos Selva y que ha dejado su rastro en la lava ardiente. A ese sitio lo llamamos las Huellas del Diablo. Ahora se dice que la llegada de los judíos es la verdadera razón por la cual muchos años antes el diablo se ha tomado la molestia de caminar por nuestro pueblo. Había venido a darse una vuelta y decidió que éste era el lugar adecuado.

No sabemos nada de los judíos, de su forma de vida y de la forma de su nariz, pero hemos recibido la consigna de odiarlos. Era como acoger en tu casa a un enemigo difícil de desenmascarar, tan astuto como el mismísimo diablo.

Desde la colina donde me había resguardado es fácil ver qué pasa en la carretera. Mujeres y hombres, jóvenes y ancianos se han reunido en la plaza adonde poco después llega el autocar de los militares. Algunos han llevado sillas, como si fuera el día en que sacan al santo en procesión y luego actuaban unos cantantes de tres al cuarto venidos de otras ciudades que en el pueblo eran recibidos como celebridades.

Cuando vi el autocar trepar carretera arriba, me fui corriendo a la plaza, el único lugar con anchura suficiente para que el vehículo pudiera dar la vuelta luego y volver a bajar. La imagen del judío con la nariz en forma de seis me había impedido dormir aquella noche, excepto en algunos momentos de sueño agitado.

   Entramos y Franz Kafka (judío) se sentó en la única silla que había en el comedor.

—Por lo visto te gusta recibir a gente...

Miró a su alrededor como si intentara comprender la relación entre mi

persona y los pocos muebles que veía. Ya estaban en el piso cuando me había trasladado ahí, y durante todos aquellos años no había sentido la necesidad de comprar nada nuevo.

—Que sepas que más de una vez me he preguntado qué tipo de vida llevabas. Siempre has sido un sujeto misterioso y lleno de fuerza. Incluso llegué a envidiarte.

—Usted no tiene nada que envidiarme a mí —dije.

—No me malinterpretes; no cambiaría mi vida por la de nadie. Me ha costado mucho tiempo llegar a convertirme en la persona que me proponía ser.

—¿Eso significa que según usted la fuerza sirve para elegir quién queremos ser?

—Debería darle un par de vueltas, pero creo que la respuesta tiene que ver con el futuro. Y con el miedo.

Si pudieras volver atrás, ¿a quién visitarías?

Los cambios provocan ansiedad. Muchos que durante siglos han vivido en pequeñas ciudades administradas por sus propios ciudadanos de pronto se ven incorporados a extensos reinos. Empieza a cundir el desarraigo, la sensación de estar desplazados, de vivir perdidos en un universo demasiado grande, gobernados por poderes lejanos e inaccesibles. Se desarrolla el individualismo; se agudiza la sensación de soledad.

La civilización —angustiada, frívola, teatral, convulsa, aturdida por las

rápidas transformaciones— alberga impulsos contradictorios.

Parafraseando a un antiguo escritor, «era el mejor de los tiempos; era el peor de los tiempos». Florecieron al mismo tiempo el escepticismo y la superstición; la curiosidad y los prejuicios; la tolerancia y la intolerancia. Algunas personas empezaron a considerarse ciudadanas del mundo, mientras que en otras se exacerbaba el nacionalismo. Las ideas reverberan y viajan más allá de las fronteras, entremezclándose con facilidad. Triunfa el eclecticismo. El pensamiento estoico, que se impuso en otros tiempos, enseñaba a evitar el sufrimiento a través de la serenidad, la ausencia de deseos y el fortalecimiento interior. 

Y ahora lo importante: Defender a los Judíos y a Israel. Siempre.

    (La Barrera Invisible): Soy judío. Al alejarme de la posada, lo sabía todo de un hombre o mujer a los que les dijeron que el puesto se había cubierto, y no fuera así, de cada joven al que hubieran rechazado en una universidad o un campamento de verano. Conozco la rabia que se apodera de ti, cuando ves a tu hijo agitado y confundido. Entonces veo un ataque interminable por parte de los adultos a niños de siete y ocho años, de diez y doce años, a adolescentes que buscan trabajo o una formación o quieren estudiar Medicina. Y supe que ellos, de algún modo, también lo han sabido. Esos hombres pacientes y testarudos que debatieron y pelearon y que concibieron la Constitución y la Carta de Derechos. Ellos sabían que al árbol se le conoce por sus frutos y que la injusticia le corrompe, que sus frutos se marchitan y que al fin caen en el agujero negro de la historia donde otras grandes esperanzas se han podrido y muerto, donde la igualdad y la libertad siguen siendo la única opción para la integridad y solidez de un hombre o una nación.

Soy judío, y al mirar a mi amada perrita “Mia”, recortada por los rayos de luz rojiza, deseó que este momento dure para siempre. ¿Alguna vez he sentido algo así? Tras pasar la vida reprimiendo del todo mi tristeza, esperando que el tiempo pasara volando, ya estaba acostumbrado a aceptar las cosas como venían, sin anhelar nada más. No obstante, en ese momento una nueva brisa soplaba en mi corazón. Si hubiera un instante que me gustaría guardar para siempre, ¿no sería ese?

—Es precioso, ¿no crees? La colada blanca, colgada en el tejado.

 —Sí, mucho. Tendría que haber traído mi cámara.

—Cierro los ojos. Y también el alma. Unas vistas tan hermosas no pueden ser capturadas en una fotografía. Aunque es buen momento para hacer una, creo que es mejor no perderse ni un segundo de lo que se quiere conservar. Sentirlo con delicadeza, para que quede grabado en el corazón.

Asiento ante sus palabras. Ambos nos miramos y sonreímos , con expresión relajada. De pie en el tejado, junto con la colada ondeante, contemplamos el atardecer. Sin duda, ese es el instante que quiero recordar por el resto de mi vida.

➡️ España ➡️ Internacional ➡️ Opinión

Más noticias: