Logo edatv.news
Collage con tres personas en primer plano, un avión y el logo del PSOE en el fondo.
OPINIÓN

Delcygate: el escándalo que enterró la pandemia y que retrata al sanchismo

Por Javier García Isac

Pocas veces en la historia reciente de España se ha mentido con tanto descaro, con tanta impunidad y con la complicidad obscena de unos medios de comunicación comprados, como ocurrió con el caso Delcy Rodríguez. Un escándalo de Estado que, de haber sucedido en cualquier otro país mínimamente serio, habría provocado la dimisión inmediata de medio gobierno. Pero esto es España, y más aún, esto es el sanchismo: el régimen de la mentira, de la opacidad y de la corrupción institucionalizada.

Corría la madrugada del 20 de enero de 2020 cuando el número dos del Gobierno de Pedro Sánchez, José Luis Ábalos, ministro de Fomento y auténtico factótum del poder socialista, acudía personalmente al aeropuerto de Barajas para recibir a una visitante muy especial: Delcy Rodríguez, vicepresidenta del narco-régimen venezolano. Rodríguez tenía prohibida la entrada en territorio europeo por decisión de la Unión Europea debido a las violaciones de derechos humanos del régimen chavista al que representa. Y sin embargo, entró. Entró como Pedro por su casa. Entró con total impunidad. Entró porque el sanchismo ya no responde a los intereses de España, sino a oscuros compromisos con regímenes autoritarios, mafias y lobbies globalistas.

La colección de mentiras de Ábalos

Desde el primer momento, Ábalos se comportó como lo que era: el escudero fiel de Pedro Sánchez. Su trabajo no era servir a los ciudadanos, sino proteger al líder a cualquier precio, incluso a costa de pisotear la legalidad y el sentido común. Lo que vino después fue una retahíla de mentiras, contradicciones y versiones delirantes, propias de un delincuente pillado con las manos en la masa.

1. Primera versión: "Fue un encuentro fortuito". Según Ábalos, se cruzó con Delcy por casualidad, como quien se encuentra a un conocido en la panadería. No cuadraban los tiempos ni los hechos, pero la prensa afín lo compró.

2. Segunda versión: "Subí al avión solo unos minutos para saludar". Ya no era un encuentro casual, ahora era una visita cordial, de cortesía. Pero ¿qué hacía el ministro español subiendo al avión de una dirigente sancionada?

3. Tercera versión: "No pisó territorio español". Entonces descubrimos que Delcy bajó del avión y estuvo en una sala VIP de Barajas, técnicamente suelo Schengen. Ya no era un saludo rápido: era una reunión planificada.

4. Cuarta versión: "Estuvo en tránsito". Pero Delcy no volaba a otro país, sino que pasó horas en Madrid, con reuniones incluidas. ¿Quién pagó ese chalet alquilado en las afueras donde, según informaciones, se celebraron encuentros privados? ¿Qué contenían las misteriosas maletas?

5. Quinta versión: "No se habló de nada importante". Curiosamente, días después, el Gobierno rescató Air Europa, empresa cuyos responsables estuvieron también implicados en la famosa reunión de San Petersburgo con Begoña Gómez, Víctor de Aldama y Javier Hidalgo. ¿Casualidad?

Cada mentira desmontaba la anterior. Cada explicación abría más interrogantes. Y sin embargo, nadie dimitió, nadie fue cesado, nadie asumió responsabilidades. La ministra de Exteriores, Arancha González Laya, que había sido excluida del operativo para que no quedara constancia oficial, fue destituida meses después, en lo que muchos consideran un castigo interno por saber demasiado o por haber osado cuestionar la operación.

Un escándalo de Estado con el mayor presupuesto del Estado

No es casual que fuera Ábalos, el hombre fuerte del partido, quien controlaba el ministerio con mayor presupuesto del Estado, el antiguo Ministerio de Fomento, rebautizado en lenguaje progre como “Transportes, Movilidad y Agenda Urbana”. Desde ahí se manejaban miles de millones de euros. Desde ahí se repartía el poder y el dinero. Desde ahí se colocaban amigas, exparejas y protegidas en empresas públicas. Desde ahí se tejía la red clientelar del sanchismo. Y desde ahí se operaban las maniobras internacionales más oscuras, como la del Delcygate.

El hecho de que el mismo personaje implicado en la llegada ilegal de una representante de un narcoestado fuera además el administrador de las grandes obras públicas, de la logística del Estado y de los contratos millonarios con empresas de todo tipo, no es una coincidencia, es un plan de poder. Y el silencio mediático que lo protegió no es fruto del azar, sino de una prensa domesticada a golpe de subvenciones, contratos y chantajes.

La pandemia, la gran cortina de humo

Y entonces llegó el virus. El estado de alarma, el confinamiento, la parálisis social. El miedo se apoderó de la sociedad y la historia del Delcygate fue enterrada, como tantas otras verdades incómodas. El Gobierno respiró aliviado. Había encontrado la coartada perfecta para enterrar su mayor escándalo internacional. La pandemia fue el gran cortafuegos del régimen.

La misma maquinaria que promovió la exhumación de Franco como cortina de humo en 2019, usó el pánico sanitario para silenciar cualquier disidencia en 2020. La información sobre el caso Delcy fue relegada, borrada, censurada. Solo algunos medios libres se atrevieron a seguir denunciándolo. El resto callaron como cómplices.

¿Quién dio la orden? ¿Qué se pactó? ¿Dónde están las pruebas?

Las preguntas siguen sin respuesta:

¿Por qué vino Delcy Rodríguez a España?

¿Quién la autorizó?

¿Qué llevaba en las maletas?

¿Qué se habló realmente durante esas horas?

¿Se pactó financiación ilegal para el PSOE?

¿Se vinculó el rescate de Air Europa con favores a Venezuela?

¿Por qué fue apartado Arancha González Laya?

¿Por qué estaba también Víctor de Aldama, el oscuro empresario luego vinculado a Koldo y a Begoña Gómez?

¿Por qué la Audiencia Nacional bloqueó investigaciones, y por qué el juez Peinado ha sido acosado por perseguir la corrupción del entorno de Sánchez?

La verdad enterrada bajo millones de euros

El caso Delcy no es solo un escándalo puntual. Es un síntoma estructural del sanchismo. Un régimen que miente, manipula y destruye sin consecuencias. Un sistema que reparte el dinero público entre amigos mientras reprime a quienes denuncian la verdad. Un Gobierno que actúa como una organización opaca, donde las decisiones importantes se toman en la oscuridad de una pista de aterrizaje o en un reservado de hotel.

Y mientras tanto, José Luis Ábalos, el hombre que lo sabía todo, ha sido defenestrado, pero no por lo de Delcy. No. Fue apartado cuando su figura ya no era útil. Cuando su nombre empezaba a sonar en demasiadas causas. Pero sigue en el Congreso, aforado, protegido, con un escaño que sirve como salvoconducto. Es la prueba viva de que el sanchismo no tiene amigos, solo cómplices temporales.

Y si algo nos enseña el Delcygate es que el PSOE ya no es un partido, sino una estructura de poder al servicio de intereses inconfesables. Y que, mientras no haya justicia ni verdad, la historia del caso Delcy seguirá siendo una herida abierta en nuestra democracia.

➡️ España ➡️ Opinión

Más noticias: