
Cuarenta años de engaño: El desastre de nuestro ingreso en la Unión Europea
A España se la convenció con cuentos de hadas
Se cumplen ahora cuarenta años de nuestro ingreso en la entonces llamada Comunidad Económica Europea, la misma que, con el tiempo y sin apenas debate nacional, se transformaría en esa monstruosa e incontrolable maquinaria llamada Unión Europea. Y es el momento oportuno —si no ya tardío— de hacer balance. Un balance que no puede ser más negativo para los intereses de España como nación, para nuestra soberanía y para nuestra supervivencia como pueblo libre.
Nos compraron por baratijas
A España se la convenció con cuentos de hadas. Nos prometieron una época de prosperidad sin precedentes. Nos hablaron de modernidad, de progreso, de infraestructuras y desarrollo. En la práctica, lo que recibimos fueron unas pocas limosnas —los famosos Fondos de Cohesión— a cambio de entregar nuestros sectores estratégicos, renunciar a nuestra soberanía económica y convertirnos en un país de servicios. Nos desmantelaron la industria, nos cerraron los astilleros, nos obligaron a arrancar olivos, a matar vacas y a arruinar al campo. Todo, por orden de Bruselas. Y lo hicimos con entusiasmo paleto, felices de que nos reconocieran como “europeos”, aunque fuera de segunda clase.
El AVE, el pelotazo y la corrupción socialista
Durante los primeros años de nuestra pertenencia a la CEE, con Felipe González en la Moncloa, se instalaron los cimientos del saqueo. El dinero que llegaba de Europa —no nos engañemos, pagado también con nuestras propias aportaciones— se gastó en infraestructuras faraónicas, muchas de ellas innecesarias, como el AVE a Sevilla o a Barcelona. Obras colosales llenas de comisiones, sobrecostes, convolutos y favores a empresas amigas. Fue la época dorada del pelotazo, del “que hay de lo mío”, de la corrupción rampante y del enriquecimiento ilícito de la clase política socialista. Los fondos europeos no se usaron para reindustrializar el país, sino para alimentar la especulación inmobiliaria y la economía ficticia.
De Maastricht a Lisboa: el sueño tecnocrático de una Europa sin alma
Con el Tratado de Maastricht (1992), firmamos nuestra sentencia. Cedimos soberanía monetaria, fiscal y económica. Dejamos de ser dueños de nuestra moneda para adoptar un euro que disparó los precios y encareció la vida del ciudadano medio. Nos dijeron que lo importante era que “al viajar por Europa no tendríamos que hacer cuentas ni cambiar de divisa”. Un argumento pueril que escondía una pérdida de soberanía sin precedentes.
Luego vendría el Tratado de Lisboa (2007), una copia maquillada de aquella infame Constitución Europea rechazada por franceses y holandeses, que impuso por la puerta de atrás la dictadura burocrática de Bruselas. Una vez más, nuestros políticos, sin consultar al pueblo, firmaron lo que fuera con tal de no molestar al amo europeo. Cedimos competencias en cascada. Justicia, inmigración, política exterior, agricultura, defensa… Todo, en manos de burócratas no elegidos por nadie.
La ruina del euro: el timo de la moneda única
Pocas decisiones han hecho tanto daño al bolsillo del español como la adopción del euro. Aquello que costaba 100 pesetas, pasó a costar 1 euro (166 pesetas) de un día para otro. Nos lo vendieron como símbolo de unidad, de facilidad de transacción y de modernidad. En realidad, fue un mecanismo brutal de empobrecimiento, que laminó el poder adquisitivo de la clase media y convirtió a Alemania en la gran beneficiada, mientras las economías del sur eran condenadas a la subordinación perpetua.
La dictadura burocrática de Bruselas
La Europa de las patrias ha muerto. En su lugar, la UE se ha convertido en una entidad supranacional, autoritaria y profundamente antidemocrática. Una estructura opaca que legisla a espaldas de los ciudadanos y que no rinde cuentas a nadie. Desde Bruselas nos imponen normas, reglamentos y directivas que afectan hasta al número de litros que debe tener una cisterna o al tipo de bombilla que podemos usar. Nos han convertido en súbditos, no en ciudadanos.
Esta Europa, que nació como mercado común, ha degenerado en un monstruo que condiciona nuestras leyes, nuestras políticas sociales, nuestra economía y hasta nuestra forma de vida. La Agenda 2030 y el Pacto Verde son las últimas herramientas de ingeniería social utilizadas para arruinar nuestro campo, controlar nuestros comportamientos y sustituir la libertad por una moral impuesta desde los despachos de Von der Leyen y compañía.
Inmigración masiva, descontrolada y orquestada
Uno de los peores efectos de esta Unión Europea ha sido la imposición de una política migratoria suicida, destinada no a ayudar a quienes lo necesitan, sino a sustituir poblaciones enteras, destruir la identidad europea y generar una permanente tensión social y cultural. Lo que debería ser una política de defensa de nuestras fronteras se ha convertido en una autopista para mafias, ONG parásitas y una invasión promovida por intereses que nada tienen que ver con el bienestar de los europeos.
España, por su situación geográfica, ha sido de las más perjudicadas. Y nuestros gobiernos, socialistas y populares, se han sometido sin rechistar. Mientras tanto, el español de a pie paga impuestos, pierde derechos, y observa cómo su barrio cambia radicalmente en pocos años.
Europa contra las naciones
La gran paradoja de la UE es que, en nombre de una supuesta unidad, ha destruido lo que nos hacía fuertes: nuestra identidad nacional. Quieren una Europa sin historia, sin raíces, sin religión, sin fronteras, sin moral, sin alma. Una Europa tecnocrática donde el ciudadano no decide nada, y todo lo deciden burócratas no elegidos, funcionarios con nóminas millonarias, y comisarios que jamás han pisado un mercado o una fábrica.
Nos decían que seríamos más libres, más fuertes, más ricos. Cuarenta años después, somos menos libres, menos soberanos y más pobres.
Una Europa que amenaza a Europa
Hoy, la Unión Europea es la mayor amenaza para la propia Europa. Una Europa que se avergüenza de sí misma, que reniega de su historia, que odia sus raíces y que aplaude la demolición de su identidad bajo la bandera del relativismo, la multiculturalidad forzada y el globalismo. Una Europa que financia el aborto, persigue la disidencia, censura al que piensa diferente y subvenciona a los enemigos de Occidente.
España no ha ganado nada con esta integración. Ha perdido industria, ha perdido campo, ha perdido moneda, ha perdido soberanía y ha perdido dignidad. Solo la recuperación de nuestra independencia nacional, el fin del vasallaje a Bruselas y la derogación de toda esta red de tratados que nos atan de pies y manos, podrá devolvernos la libertad que jamás debimos entregar.
Cuarenta años después de aquel 1985, cuando firmamos nuestra adhesión, solo cabe una conclusión: nos engañaron. Nos compraron barato y nos vendieron caro. Y ahora somos nosotros, los españoles de bien, los que debemos levantar la voz y decir basta. Esta Europa no es la nuestra. Esta Europa es la ruina. Es la decadencia. Es la traición. Y solo una España libre, soberana y orgullosa de sí misma podrá salir del pozo en el que nos metieron nuestros propios gobernantes.
¡Fuera el yugo de Bruselas! ¡Viva la Europa de las naciones! ¡Viva España!
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