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Un grupo de personas sentadas en una mesa con el logotipo del Partido Popular y un fondo azul con texto.
OPINIÓN

Congreso del Partido Popular: mucho confeti, ninguna esperanza.

El próximo congreso será, simplemente, un ejercicio de marketing

Los días 5 y 6 de julio, el Partido Popular celebrará su congreso, un evento anunciado como decisivo, aunque en realidad será irrelevante. Un congreso de escaparate, de cambios de cara pero no de rumbo, donde lo esencial seguirá intacto: la cobardía ideológica, la claudicación frente al socialismo y la obsesión enfermiza por salvar el bipartidismo a toda costa, aunque eso suponga hundir a España. Porque el PP actual, el de Núñez Feijóo, no tiene ni alma ni principios, aunque para serles sincero, no sé si alguna vez los tuvo, o todo formaba parte de una gran engañifa. El PP ha dejado de ser una alternativa real, si es lo fue en alguna ocasión, y se ha convertido en la otra cara del mismo régimen. Puro teatro. Pura estafa.

El PP ha recorrido un largo camino desde aquellos años en los que se presentaban como la gran esperanza de la derecha española. Nacido de las cenizas de Alianza Popular, aquella formación fundada por antiguos ministros del franquismo y liderada por Manuel Fraga Iribarne bajo el eslogan “España, lo único importante” —aunque tampoco lo cumplieran del todo—, el Partido Popular ha pasado de la firmeza a la sumisión, de la promesa patriótica a la complicidad con el adversario.

La historia del PP es, en el fondo, la historia de una traición en cadena.

Fraga, Mancha, Aznar, Rajoy, Feijóo: la crónica de la decepción

Tras Fraga, que tuvo sus luces y sombras, llegó Antonio Hernández Mancha, breve interludio de un liderazgo gris que no dejó huella. Luego, José María Aznar, el que prometió acabar con el felipismo y acabó entregando España al separatismo catalán mediante el pacto del Majestic. Aznar, el mismo que regaló Navarra al nacionalismo y que no derogó ni una sola de las leyes ideológicas del PSOE. Nos vendieron regeneración y aplicaron continuidad.

Después llegó Mariano Rajoy, el gran gallego del inmovilismo. Ganó con mayoría absoluta prometiendo derogar la ley del aborto de Zapatero, desmontar la Memoria Histórica y revertir la ingeniería social. No solo no lo hizo, sino que consolidó todo el entramado legislativo del socialismo. Fue Rajoy el que inició la deriva socialdemócrata del PP, con Soraya Sáenz de Santamaría como brazo ejecutor. Todo para agradar a los enemigos. Nada para los suyos.

Y ahora, Núñez Feijóo, un presidente sin alma, sin liderazgo y sin convicciones. Un político que reconoció haber votado al PSOE de Felipe González —y no al fundador de su propio partido—, que en Galicia gobernó con mano dura contra quienes no se vacunaban, imponiendo multas y segregaciones inaceptables, y que ahora pretende gobernar España como si siguiera siendo el cacique autonómico que fue. Pero esto no es Galicia. Esto es una nación al borde del colapso, y él no está a la altura.

Un congreso para la foto y para la nada

El próximo congreso será, simplemente, un ejercicio de marketing. Habrá luces, aplausos enlatados, discursos huecos y mensajes ambiguos. Pero de fondo, nada. Ninguna revisión ideológica, ninguna voluntad de ofrecer una alternativa real al sanchismo. Porque si algo ha demostrado el PP, especialmente desde la moción de censura de 2018, es que su único interés es mantener vivo el sistema. Un sistema fallido, podrido y corrupto, donde el PP solo aspira a turnarse con el PSOE, a poder pactar con el “PSOE bueno”, ese que ya no existe más allá de la imaginación de Génova 13.

Feijóo ha jugado a todo. A complacer a Bruselas, a obedecer a la prensa globalista, a flirtear con los separatistas cuando ha creído oportuno, y sobre todo, a traicionar a su base electoral. En lugar de buscar acuerdos con Vox para defender principios comunes —como se ha demostrado en comunidades donde se ha derogado legislación ideológica, se ha defendido el campo, la natalidad o se ha recortado la grasa sindical—, Feijóo ha optado por el cordón sanitario a su derecha. Prefiere el pacto con el PSOE antes que con Santiago Abascal.

El PP ha terminado por convertirse en una fábrica de mentiras electorales. Dice una cosa en campaña y hace la contraria en el gobierno. Se disfraza de patriota para engañar a los votantes, pero su verdadera obsesión es contentar a los burócratas de Bruselas, a los grandes grupos mediáticos y al propio PSOE. ¿Acaso no gobiernan juntos en Europa? ¿Acaso no son cómplices del mismo modelo fallido?

Un partido sin alma, que juega a todas las barajas

El Partido Popular cree que puede seguir engañando a todos. Para los votantes firmes, les ofrece a Isabel Díaz Ayuso como imagen de firmeza, aunque se le niegue el protagonismo. Para los tibios, elige a Moreno Bonilla, ejemplo de esa derecha buenista y acomplejada que nunca molesta a nadie. Para quienes buscan el pacto con el PSOE, tiene a González Pons. Todos bailan al son de un Feijóo desorientado, sin carisma y sin proyecto.

Su popularidad no arranca. Pensó que iba a arrasar en las generales, pero se estrelló contra una realidad que no quiso ver: el PP sin principios no arrastra entusiasmo. Y en lugar de corregir el rumbo, insiste en el error. Si mañana gobernase en solitario, lo haría aplicando punto por punto la agenda de Sánchez. No derogaría la ley de memoria democrática, ni las leyes de género, ni la legislación educativa socialista. Tampoco frenaría la inmigración ilegal ni la sumisión a la agenda 2030.

El PP ha decidido anteponer la salvación del bipartidismo a la salvación de España.

Solo con Vox hay reformas. El resto es teatro.

Lo poco bueno que ha hecho el PP en estos años ha sido cuando Vox le ha obligado a ello. Derogaciones de leyes ideológicas, defensa de los agricultores, recorte de subvenciones a los sindicatos come-gambas… todo eso ha sucedido donde Vox ha sido necesario. Donde no lo ha sido, el PP ha preferido la comodidad del seguidismo socialista. Eso sí, luego vendrán los discursos huecos sobre la “moderación”, la “centralidad” y el “sentido de Estado”.

Un “sentido de Estado” que solo se activa para salvar al PSOE, nunca para salvar a los españoles.

Este congreso será una escenografía más. Otro episodio en la farsa del centroderecha español. Mucho humo, confeti y propaganda, pero ni una idea fuerte, ni una batalla ideológica. Un congreso de continuidad, de autocomplacencia, de miedo a ser alternativa.

El hundimiento del sanchismo está en marcha. Pero el Partido Popular no quiere ocupar su lugar. Quiere salvarlo. Es su socio necesario. Su cómplice imprescindible.

España no necesita un congreso del PP. Necesita una ruptura con el régimen del 78. Necesita verdad, coraje y patriotismo. Y eso, ni estará en el congreso, ni vendrá de la mano de Feijóo.

Javier García Isac

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