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Un pintor de cabello oscuro y bigote está retratando a dos hombres vestidos de traje en un lienzo
OPINIÓN

Charlie Kirk y el eco de una bala

Por José Rivela Rivela, el cronista apartado

La política, a veces, se parece demasiado a un duelo de madrugada: dos hombres que se citan para batirse y, al final, el que cae no sabe ni de qué iba la pelea. Así cayó Charlie Kirk, en una universidad lejana, donde la palabra se convirtió en blanco y el eco de una bala fue la última respuesta.

No se trata de si uno estaba de acuerdo con él o no, ni de buscar en sus discursos la grieta por donde pudiera colarse la pólvora. Se trata de algo mucho más sencillo: un hombre hablaba, y lo callaron de la manera más vil. Contra eso se alzó Javier Negre, con la urgencia de quien entiende que relativizar un asesinato es otra forma de matarlo dos veces.

Negre tendrá defectos —y no pocos—, pero en este asunto dio en el clavo. Recordó lo que debería ser obvio y, sin embargo, a menudo se nos olvida: no hay balas de izquierdas ni de derechas. Toda bala, al final, se parece demasiado a un epitafio.

Kirk defendía, con su estilo de púlpito americano, que la universidad tiene que aguantar todas las voces, también las que más molestan. Y Negre insiste, convertido en altavoz mundial, en que la democracia se tambalea cuando los periódicos empiezan a poner peros a un asesinato. Ambos, cada uno desde su esquina, señalan lo mismo: lo frágil que se ha vuelto la palabra en este tiempo en que la pólvora se dispara con tanta facilidad.

En España lo comentamos, claro, como si fuera tema de sobremesa en un café de provincias. El camarero pregunta quién es ese Kirk, y alguien contesta con desgana: “un americano de esos de Trump”. Y luego se hace el silencio, porque, en el fondo, lo demás no importa. La verdad se resume en una frase que cabe en la barra de un bar: a la gente no se le dispara por hablar.

Las tertulias seguirán con su trajín de nombres y teorías, y hasta habrá quien culpe al propio Kirk por ser quien era. Pero bajo todo ese ruido queda una certeza sencilla: que la palabra, por molesta que resulte, tiene que sobrevivir al balazo.

Y mientras el café se enfría y las tazas se vacían, uno piensa que quizá la democracia sea precisamente eso: la tozudez de seguir hablando, aunque haya quien prefiera callarnos a tiros.

(Dedicado a Javier Negre)

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