
Del Caribe a Ucrania: la eterna política del miedo
La opinión de Javier García Isac de hoy, miércoles 15 de octubre de 2025
En octubre de 1962 el mundo contuvo la respiración. Los manuales de historia repiten una y otra vez que estuvimos “al borde de la Tercera Guerra Mundial”. La Unión Soviética instalaba misiles nucleares en Cuba; Estados Unidos respondía con un bloqueo naval. Las imágenes de buques soviéticos avanzando por el Caribe, los discursos tensos de Kennedy y Kruschev, los refugios nucleares, las sirenas y los niños ensayando en las escuelas cómo cubrirse ante una explosión atómica, forman parte del imaginario colectivo de la Guerra Fría.
Pero, ¿fue realmente tan inminente esa guerra, o fue —como tantas veces— un relato utilizado para atemorizar, disciplinar y someter a las masas? Hoy, con la perspectiva del tiempo, sabemos que ni Washington ni Moscú tenían verdadero interés en apretar el botón nuclear. Lo que sí interesaba era gestionar el miedo: la política del pánico como instrumento de control.
Se nos dijo entonces que estábamos al borde del fin del mundo. Y, sin embargo, la vida siguió. Lo que vino después no fue precisamente la paz: la guerra de Vietnam, la brutal represión en Europa del Este, las guerras coloniales en África, la invasión de Afganistán, Irak, golpes de Estado, crisis petroleras, antes, la guerra de Corea… Todo ello bajo la retórica de “salvar al mundo de una guerra mayor” y “mantener el equilibrio”. Siempre el mismo patrón: una amenaza permanente para justificar políticas permanentes de control.
Un déjà vu en 2024
Hoy, más de sesenta años después, volvemos a escuchar el mismo discurso. Tuvimos la pandemia, que se nos vendió como amenaza global, y al final, fue un inmenso experimento de control e ingeniería social, que costó millones de muertos en el mundo y luego se nos pidió aplausos a los mismos que nos encarcelaron. A día de hoy, seguimos sin saber a ciencia cierta qué es lo que pasó. Ahora, es la guerra de Ucrania la que se nos vende como la antesala de la “gran guerra” en Europa. La OTAN y Bruselas hablan de “detener a Rusia antes de que llegue a Varsovia o a Berlín”. Se vuelve a inocular el miedo. Se vuelve a utilizar la palabra “apocalipsis”. Se criminaliza cualquier postura que no sea la oficial y se acalla al discrepante.
Los mismos que predican la “paz” son los que alimentan la guerra con envíos de armas, sanciones que destruyen nuestras economías y propaganda que divide a los pueblos. Los mismos que nos dicen que “hay que defender la democracia” son los que manipulan elecciones, acallan a los medios críticos y reparten dinero público a sus altavoces mediáticos. Como en 1962, no quieren tanto ganar una guerra como gobernar el miedo.
La gran mentira: vivimos en paz
Se nos repite que “vivimos en paz” desde 1945. ¿De verdad? Hemos tenido guerras calientes e innumerables conflictos en Corea, Vietnam, Camboya, Argelia, los Balcanes, Irak, Afganistán, Siria, Libia… Hemos tenido genocidios, terrorismo, limpieza étnica y revoluciones “de colores”. Y ahora tenemos una Europa arrastrada a un conflicto que no es el suyo, con el peligro añadido de destruir su tejido industrial y demográfico mientras otros hacen caja.
Las élites globalistas, esas que se reúnen en Davos y dictan la Agenda 2030, necesitan sociedades asustadas y dóciles. Necesitan que aceptemos restricciones, impuestos y censura “por nuestra seguridad”. Necesitan que renunciemos a nuestra soberanía “para evitar la guerra”. Pero la paz verdadera no les interesa; les interesa el estado de miedo permanente.
Defender las naciones, defender la libertad
La gran lección de la Crisis de los Misiles no es que estuvimos a punto de morir todos. La lección es que, cuando los pueblos mantienen su identidad y los gobiernos respetan las naciones, incluso los gigantes se ven obligados a negociar. Kennedy y Kruschev terminaron pactando. No hubo tercera guerra mundial. Se demostró que, aunque las élites usen el miedo como arma, la paz es posible cuando hay voluntad de respetar fronteras y soberanías.
Por eso hoy, cuando se nos quiere volver a meter en el cuerpo el miedo a la guerra, hay que ser claros: ni Rusia es la URSS ni Bruselas es Washington. No podemos aceptar que se juegue con nuestro futuro y con nuestra seguridad para mantener negocios y agendas ideológicas. No podemos ser rehenes de un relato construido para dominarnos. No podemos ser rehenes ni de unos ni de otros.
La paz real no es un eslogan ni un chantaje. La paz real nace del respeto a las naciones, a las tradiciones y a las identidades de los pueblos. Nace de la honestidad y del coraje de decir “no” a las guerras ajenas y “no” al miedo permanente.
Si en 1962 el mundo supo evitar la catástrofe, también hoy podemos hacerlo. Pero para ello hace falta desenmascarar a los que necesitan tenernos siempre aterrorizados. Porque un pueblo libre, consciente y dueño de su destino es el peor enemigo de esas élites. Y un pueblo sin miedo es un pueblo soberano.
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