
El capo de Ferraz: de azote anticorrupción a arquitecto del encubrimiento
La opinión de David Muñoz, 14 de junio de 2025
Pedro Sánchez ha cruzado una línea que ningún presidente democrático debería atreverse siquiera a rozar: la de la complicidad activa con una trama de corrupción sistémica en el corazón del PSOE. El informe de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil es devastador. No se trata ya de un asesor, un contratista o un concejal perdido en provincias. Se trata de Santos Cerdán, el secretario de Organización del partido, mano derecha de Sánchez, implicado presuntamente en un caso de comisiones y amaños electorales que salpica, de lleno, al núcleo del poder socialista. Y como siempre, Pedro Sánchez “no sabía nada”. La enésima excusa de un presidente que lo sabe todo… menos lo que le rodea.
Pero esta vez, ni siquiera el guion de la mentira habitual le ha salido bien. En lugar de actuar con contundencia, lo hemos visto comparecer para pedir perdón —a regañadientes, desde su púlpito en Moncloa— sin asumir responsabilidad alguna, sin ceses, sin expedientes, sin dimisiones. Un espectáculo bochornoso que desenmascara el verdadero rostro del sanchismo: la hipocresía institucionalizada. Lo que comenzó como un Gobierno autodenominado progresista ha degenerado en una maquinaria opaca, clientelar y sectaria que usa las instituciones del Estado como búnker propagandístico.
¿Dónde quedó el Sánchez que en 2014 decía con solemnidad que “los responsables de corrupción deben dejar su cargo y que no basta con pedir perdón”? ¿Dónde está el político que exigía la dimisión inmediata de Rajoy por el ‘caso Bárcenas’ porque “la ejemplaridad es irrenunciable”? Esa hemeroteca es hoy dinamita. El líder que llegó al poder con una moción de censura escudado en la bandera de la ética, ha terminado ensuciando cada eslabón de la cadena institucional: desde Ferraz hasta el último consejo de ministros.
Porque no estamos ante un caso aislado. No se trata solo de Cerdán, ni de Koldo, ni de Ábalos. La sombra de Leire Díez —la llamada “fontanera del PSOE”—, las conexiones con tramas de mordidas, contratos públicos amañados, manipulaciones internas en primarias y el uso de recursos públicos para fines partidistas, conforman una estructura corrupta con nombre propio: Partido Socialista Obrero Español. O, mejor dicho, Partido Sanchista de la Organización Estatal. Una organización en la que los favores se pagan con cargos, los silencios con subvenciones, y las lealtades con blindajes judiciales.
Hoy, el sanchismo no solo ha dinamitado la credibilidad del PSOE: ha colocado al Estado entero bajo sospecha. La Fiscalía, instrumentalizada. El CIS, manipulado. RTVE, convertida en una televisión de partido. Y ahora, el corazón mismo del PSOE podrido por dentro mientras el presidente se refugia en su palacio, a salvo de la realidad que golpea cada día las portadas. No gobierna, se atrinchera.
La respuesta de Sánchez ante el escándalo es propia de un líder autoritario: victimismo, desvío de la atención, y propaganda. “Nos atacan”, “asedian al Gobierno”, “están orquestando una caza de brujas”, dice. Pero la única bruja aquí es la verdad, y esa, tarde o temprano, siempre arde en la hoguera de los hechos.
La corrupción del PSOE ya no es una cuestión del pasado. No son “casos aislados”. Es una forma de gobernar. Es una red de favores entre los despachos de Ferraz, los ministerios y las empresas del entorno. Es la conversión del poder en refugio de impunidad.
Pedro Sánchez ha pasado de azotar la corrupción a dirigirla. Ha dejado de pedir dimisiones para blindar a los suyos. Y ha sustituido la transparencia por cortinas de humo. El resultado es claro: ha convertido la Moncloa en el cuartel general de una organización que recuerda más a una estructura mafiosa que a una democracia parlamentaria.
En una democracia sana, un presidente en esta situación no comparece para pedir perdón. Comparece para dimitir. Y si no lo hace, es el deber de los ciudadanos, de los jueces y de una oposición responsable exigir que lo haga. Porque con Pedro Sánchez, el PSOE ya no gobierna: delinque, miente y se protege. Y eso no se perdona. Se combate.
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