Logo edatv.news
Logo twitter
Un hombre con sombrero y abrigo oscuro está sentado en una mesa con papeles y un libro, sostiene un cigarro mientras una mujer de cabello claro y gafas está de pie detrás de él, al fondo se ve una calle oscura con una figura caminando bajo la luz de un farol
OPINIÓN

Capítulo II. El derrumbe y la osa

Por José Rivela, el cronista apartado

Tres días después, amaneció en Ourense con el mismo tono de las ciudades que saben demasiado. El cronista apartado —yo— había regresado al norte buscando silencio, pero el teléfono no dejaba de sonar.
El inspector de Madrid me llamaba desde un locutorio.
—Tenemos algo. Cuentas en América, transferencias raras desde Bruselas, nombres que se repiten: Cerdán, Koldo, y un tal Paiportín que aparece hasta en los tickets de los hoteles.
—¿Y qué pinta Úrsula en eso? —pregunté.
—Nada. Pero alguien usó su nombre como contraseña. “Úrsula77”.

Me reí sin ganas. Todo en este país termina siendo una parodia de sí mismo: los políticos, los periodistas, hasta los santos patronos. Salí a la calle. El Miño bajaba oscuro, y la ciudad parecía un decorado de película vieja. En la esquina, Armando Ojea, concejal en sus horas libres, compraba el periódico con gesto de quien espera un milagro.
—¿Leíste lo del Senado? —me dijo—.
—Lo leí.
—Dicen que Pedro se salvó.
—De momento.
Ojea se encogió de hombros, como quien ya no espera salvadores.

Por la tarde me acerqué al café de siempre, donde los viejos de la tertulia hablaban de fútbol y conspiraciones. Allí estaban Moncho Conde Corbal, Santiago Lamas, Vicente Rodríguez Gracia, y alguno más. En la pared colgaba un retrato de Quevedo con una copa de vino en la mano.
—Ese hombre —dijo Moncho señalando la tele, donde aparecía Sánchez saliendo del Senado— no tiene vergüenza, pero tiene suerte.
—Y guarda la suerte en cuentas numeradas —añadió Lamas.

En ese momento entró el inspector. Traía un sobre marrón. Dentro, unas fotos: reuniones discretas en el Palace, una maleta, un apretón de manos entre un tal Cerdán y un empresario del norte.
—Nada nuevo —dijo—. Solo confirmaciones.
—¿Y qué hacemos?
—Esperar. Pero vigila esa osa que mencionabas.
—¿La del monte Igueldo?
—Sí. Han usado su nombre en un correo cifrado. “Proyecto Úrsula”.

La noche cayó como un telón de terciopelo. En la radio, los locutores hablaban de “la jornada histórica del Senado”. En las calles, los bares seguían llenos y las ventanas encendidas.
Yo escribía.
Recordé a la osa, aquella criatura noble que no aceptaba sobras del día anterior. Su jaula olía a tierra mojada, no a culpa. Nunca gruñó, nunca traicionó a los suyos.
Y pensé que quizá todo este país necesitaba un poco de esa decencia salvaje.

El inspector se levantó.
—¿Crees que caerá?
—Sí, pero no hoy. Los cínicos caen cuando se cansan de fingir.
—¿Y el pueblo?
—El pueblo siempre llega tarde al entierro.

Cerré la libreta. En la última página escribí con tinta azul:
De la cueva de Alí Babá a la ventana de Alcalá Meco hay menos distancia que de la verdad al eslogan. La diferencia es que una osa, incluso cautiva, no roba almendras ni finge memoria.

   

➡️ España ➡️ Opinión

Más noticias: