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Mujer de cabello largo dormida sobre una pila de papeles con expresión de cansancio
OPINIÓN

Begoña se acuesta con Kafka y se levanta Peinada

Por José Rivela Rivela

Begoña Gómez duerme entre legajos. No hay sábanas, sino autos judiciales; no hay almohada, sino expedientes que huelen a tinta fría. En su duermevela aparece Franz Kafka, que le extiende una mano transparente para conducirla al interior de un tribunal sin puertas. Allí no hay jueces, sino espejos, y en cada reflejo ella aparece con un cargo distinto: malversación, tráfico de influencias, apropiación de software, comisiones en Marruecos, favores académicos. Ninguno concluye, todos comienzan de nuevo.

El juez Peinado camina por ese laberinto con la solemnidad de un autómata. Firma providencias que se convierten en pasillos, citaciones que mutan en túneles, autos que desembocan en callejones sin salida. Llama a declarar a su asesora, Cristina Álvarez, y a ella misma el 11 de septiembre, como si el calendario fuese un cadalso que marca con precisión absurda cada peldaño de la instrucción. Nada termina; lo que parecía cerrarse se abre de nuevo como una herida.

El tiempo, juez invisible y despiadado, acomoda lentamente las piezas. Aquellas sospechas que Alvise Pérez lanzaba en los márgenes —comisiones que atravesaban Marruecos, el Bank of Africa, engranajes que sonaban a rumor— empiezan ahora a adquirir la densidad de lo real. Lo que fue susurro en redes sociales se transforma en carpeta policial. Lo que parecía exageración se vuelve sombra que oscurece pasillos oficiales.

Y de pronto, como en una metamorfosis sonora, llegan los audios. La UCO desentierra grabaciones de Koldo García, la mano derecha de Ábalos, que retumban en la madrugada: conversaciones con Begoña, alusiones al empresario Juan Carlos Barrabés, al rescate de Air Europa, a reformas domésticas que, según las cintas, habrían sido abonadas por Acciona. Cada frase grabada es un eco que se multiplica en la sala kafkiana. La realidad, convertida en grabadora oculta, perfora el sueño de la protagonista.

Pero incluso ahí, en el corazón del expediente infinito, hay audios excluidos, voces que desmienten, líneas que desaparecen misteriosamente del informe oficial. Una verdad partida, amputada, como si la burocracia misma decidiera qué fragmentos de la realidad pueden ser admitidos como tales. Mientras tanto, la UCO amontona más de diez terabytes de murmullos: 65 millones de páginas de voces y silencios, una biblioteca de babel judicial que nadie podrá leer jamás sin perder la cordura.

En este mundo suspendido, Begoña ya no sabe si duerme o si despierta. Por la noche, comparte el lecho con Kafka: sueña procesos interminables, acusaciones que no cesan, un tribunal que no tiene salida. Y al amanecer, abre los ojos y allí está el juez Peinado, en carne y tinta, dispuesto a convertir cada sueño en sumario.

Así transcurre su vida: acostándose con Kafka y levantándose Peinada. Entre lo onírico y lo procesal, entre la literatura y la acusación, entre el rumor y la prueba, atrapada para siempre en el engranaje de un mecanismo que nunca se detiene.

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