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Un grupo de personas, incluyendo una mujer mayor y un niño, se encuentran frente a un líder religioso en una sala decorada con arte en las paredes; en un recuadro, se observa un ataúd sobre una plataforma roja.
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¿Quién es la monja que se saltó el protocolo en el funeral del Papa Francisco?

Esta es la monja que rompió el protocolo para despedir a su amigo, el Papa Francisco

En medio de la solemne ceremonia de despedida del Papa Francisco, fallecido el pasado lunes a los 88 años, una escena conmovió a los presentes en la Basílica de San Pedro. La imagen de una monja octogenaria, con una mochila verde al hombro,  se acercó al féretro del Pontífice, rompiendo el estricto protocolo vaticano para rezar y llorar en silencio. Se trataba de Sor Geneviève Jeanningros,  una religiosa de 81 años,  amiga íntima del Papa y conocida por su incansable labor con los marginados de Roma.

¿Quién es Sor Geneviève Jeanningros?

Sor Geneviève, de la orden de las Hermanitas de Jesús, ha dedicado más de 56 años a servir a los más desfavorecidos. Especialmente, a mujeres transexuales y feriantes en Ostia, una zona costera de la región del Lacio. Vive en una caravana junto a otra religiosa, Anna Amelia Giacchetto, compartiendo la vida cotidiana de las comunidades a las que asiste.

Su compromiso con los marginados la convirtió en un puente entre estos grupos y el Papa Francisco, a quien acercó a realidades ignoradas por muchos.

Nacida en Francia, Geneviève es sobrina de Léonie Duquet, una monja francesa secuestrada y asesinada en 1977 durante la dictadura militar en Argentina. Esto, junto a Alice Domon, en un operativo liderado por el represor Alfredo Astiz.

Una mujer mayor sonriendo mientras está sentada en un lugar con paredes de madera y una ventana al fondo.

Este trágico legado marcó su vida, llevándola a involucrarse en la defensa de los derechos humanos y a mantener un vínculo especial con América Latina. Particularmente con Argentina, país natal del Papa.

Una amistad de más de 40 años

La relación entre Sor Geneviève y Francisco comenzó cuando él era el cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires. Su conexión se fortaleció por su compromiso compartido con los más vulnerables y por las heridas de la dictadura argentina. Ya que el Papa también tenía vínculos con víctimas de la represión, como Esther Ballestrino de Careaga, su primera jefa.

Francisco, quien la apodaba con cariño “L’enfant terrible” por su espíritu rebelde y su valentía, veía en ella una aliada en su misión de una Iglesia cercana a los pobres.

Una persona con hábito azul observa un ataúd en una ceremonia solemne rodeada de guardias y asistentes en un lugar decorado con alfombras y cuerdas rojas.

Cada miércoles, Geneviève llevaba a las audiencias generales del Vaticano a grupos de feriantes,  personas sin hogar y mujeres transexuales, muchas de ellas dedicadas a la prostitución. Francisco no solo los recibía, sino que los invitaba a almorzar y ofrecía apoyo económico.

Uno de los momentos más emblemáticos de su amistad ocurrió el 31 de julio de 2024. Esto, cuando la monja logró que el Papa visitara el parque de atracciones de Ostia.

La visita se organizó para bendecir una estatua de la “Virgen protectora del espectáculo ambulante y del circo” y encontrarse con los feriantes. Fue un evento histórico que reflejó su cercanía con los “últimos” de Roma.

El gesto que emocionó al mundo

Durante la capilla ardiente en la Basílica de San Pedro, mientras cardenales y obispos despedían al Pontífice uno por uno según el protocolo, Sor Geneviève se acercó discretamente al féretro. Ignoró las normas que reservaban el acceso inicial a las autoridades eclesiásticas. 

Se detuvo en un lateral, rezando y llorando durante varios minutos –algunas fuentes dicen que hasta 20 minutos–. Nadie, ni los guardias suizos ni los gendarmes, se atrevió a interrumpirla, en un reconocimiento tácito de su vínculo especial con Francisco.

Un grupo de clérigos vestidos con túnicas púrpuras camina en fila junto a un ataúd abierto en un entorno ceremonial, mientras una monja observa desde un lado.

Con su mochila al hombro, la menuda religiosa encarnó un momento de humanidad en medio de la rigidez ceremonial. Su gesto no fue una transgresión, sino un adiós íntimo a un amigo y compañero de lucha. Como ella misma expresó en el pasado, Francisco era “un pastor de verdad, que cuidaba especialmente a las ovejas heridas”.

Un legado de amor y valentía

El acto de Sor Geneviève no solo conmovió a los presentes, sino que se convirtió en un símbolo de la esencia del pontificado de Francisco. Un ejemplo de cercanía, inclusión y amor sin barreras.

Su vida, dedicada a devolver la dignidad a los olvidados, refleja los valores que el Papa defendió. En un mundo de protocolos y formalidades, la monja franco-argentina demostró que la verdadera amistad y la fe no necesitan permiso para expresarse.

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