
Illa y Puigdemont: el pacto entre delincuentes que humilla a España
La opinión de Javier García Isac de hoy, lunes 8 de septiembre de 2025
El pasado martes, 2 de septiembre, se consumó en Bruselas una nueva escena de la rendición de España ante sus enemigos. No se trató de un encuentro institucional, ni de un gesto de diálogo, como algunos pretenden disfrazarlo. Fue la fotografía de la indignidad, el retrato de la derrota de un Estado que ha claudicado. Allí estaban dos delincuentes: Salvador Illa, el filósofo de la muerte, y Carlos Puigdemont, prófugo de la justicia española.
El filósofo de la muerte
Conviene recordarlo: Salvador Illa no es un político respetable, ni mucho menos un hombre de Estado. Fue el ministro de Sanidad de la pandemia, responsable de una gestión criminal que costó la vida a miles de españoles. Encerró a un país bajo un estado de alarma declarado inconstitucional, permitió que se celebraran manifestaciones feministas mientras el virus se expandía, ocultó cifras de fallecidos y convirtió España en un laboratorio de control social. Ese hombre, lejos de rendir cuentas ante los tribunales, fue premiado con la presidencia de la Generalitat de Cataluña. Un ejemplo más de cómo en este país el crimen paga y la ineptitud se recompensa.
El golpista impune
Frente a él, Carlos Puigdemont, prófugo de la justicia, cobarde que huyó escondido en un maletero tras dar un golpe de Estado contra España en 2017. Un hombre que debería estar entre rejas y que, sin embargo, dicta condiciones a un Gobierno arrodillado. La amnistía diseñada por Sánchez le ha abierto la puerta a blanquear la sedición y la rebelión, pero no es suficiente para este golpista: ahora exige que se le perdone también la malversación, el dinero robado a los catalanes, desviado para pagar urnas, propaganda y estructuras separatistas. Dinero que debería haber ido a hospitales y colegios, pero que fue utilizado para atacar a la nación.
Illa como recadero de Sánchez
Lo más grave no es que Puigdemont haga su teatro de prófugo con aspiraciones de mártir. Lo verdaderamente alarmante es que la máxima representación del Estado en Cataluña, el presidente de la Generalitat, se siente con él como si fueran iguales. Illa se convierte así en el nuevo intermediario entre el PSOE y el separatismo, sustituyendo a Santos Cerdán y a José Luis Rodríguez Zapatero. Ya no hace falta reunirse en Suiza, donde se sospecha que se gestionan cuentas opacas con dinero de comisiones ilegales; ahora el escenario es Bruselas, más cómodo, más cercano y con menos preguntas incómodas.
La política que da asco
Esto no es política. No es diálogo. Es la escenificación de la rendición de un Estado que ha dimitido durante cuarenta años frente al separatismo. PP y PSOE, con su cobardía, han ido alimentando a quienes odian a España, hasta darles la llave de la gobernabilidad. Hoy, el futuro de la nación depende de un golpista y de un ministro que debería estar siendo investigado por homicidio imprudente masivo. La política española da asco, porque lo que se vio en Bruselas no fue una reunión, fue la humillación de todos los españoles, y muy especialmente de los catalanes.
España arrodillada
Que nadie se engañe: este pacto entre Illa y Puigdemont no busca mejorar la vida de los catalanes ni la del resto de los españoles. Busca una sola cosa: salvar a Pedro Sánchez, mantenerlo en el poder a cualquier precio, aunque el precio sea la liquidación de España. Se trató de un acuerdo entre delincuentes, y lo peor es que fue autorizado y celebrado desde la Moncloa.
España no se merece este destino. España no puede resignarse a ver cómo los responsables de miles de muertes y los autores de un golpe de Estado se reparten el futuro de la nación. El encuentro de Bruselas fue un símbolo, y los símbolos importan: fue el símbolo de la rendición, de la cobardía y de la traición.
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