
30 de octubre de 1975: el inicio de una Transición que nos llevó al desastre
La opinión de Javier García Isac de hoy, viernes 24 de octubre de 2025
El próximo 30 de octubre se cumplirán 50 años desde que el entonces príncipe Juan Carlos de Borbón fue nombrado Jefe del Estado en funciones, sustituyendo temporalmente al Generalísimo Francisco Franco, gravemente enfermo. Aquel hecho, presentado en su momento como el símbolo de una “continuidad institucional” y de una “Transición pacífica hacia la democracia”, fue en realidad el punto de partida de la mayor involución nacional desde 1898.
Aquel día comenzó a desandar todo lo que España había construido durante cuarenta años de paz, estabilidad y progreso. En nombre de la “democracia” y de una supuesta “reconciliación nacional”, se desmontó el Estado sólido, la prosperidad económica y el orden institucional que Franco había dejado como legado. Se derribó el edificio de la España moderna para sustituirlo por un sistema débil, corrupto y sometido a intereses extranjeros y separatistas.
Juan Carlos asumió el poder en funciones el 30 de octubre de 1975. Lo hizo con el respaldo del propio Franco y con la esperanza de continuar la obra de reconstrucción de España dentro de un marco político más flexible. Pero lo que vino después fue justo lo contrario: una renuncia sistemática a los principios que habían permitido la resurrección de una nación destrozada en 1939.
Se habló entonces de “reconciliación”, como si los españoles siguieran enfrentados. Nada más falso. La reconciliación nacional ya se había producido en los años 40, cuando los hijos de los combatientes de ambos bandos se reencontraban en las fábricas, en los campos, en las aulas y en los cuarteles. La paz era un hecho. El perdón, una realidad silenciosa. Lo que vino después fue una manipulación histórica, una invención de la izquierda y de los liberales acomplejados para justificar su regreso al poder.
La Transición española fue, desde el principio, una operación dirigida por el miedo, la ambición y la cobardía. Miedo de una monarquía que no se atrevió a defender el legado de Franco. Ambición de una clase política oportunista que convirtió la democracia en un negocio. Cobardía de una derecha que entregó el Estado pieza a pieza para ser aceptada por la izquierda.
El resultado fue un país que pasó de ser respetado a ser manejado. En apenas una década se desmanteló el modelo productivo, se destruyó la soberanía energética y se entregaron sectores estratégicos a intereses extranjeros. El Estado del bienestar que el franquismo había levantado —con educación, vivienda, sanidad y pleno empleo— fue sustituido por un Estado de paro, corrupción y desigualdad.
El nuevo régimen, construido sobre la mentira del consenso, se vendió como “modélico”. Pero ¿modélico para quién? ¿Para los separatistas, que desde entonces no han dejado de chantajear al Estado? ¿Para Marruecos, que se quedó con el Sáhara gracias a la pasividad y la traición de Juan Carlos? ¿Para los grandes poderes económicos que convirtieron la Transición en una puerta giratoria? La verdad es que la Transición no fue modélica: fue un reparto del botín.
El abandono del Sáhara Español fue el primer acto de traición internacional del nuevo régimen. Mientras Franco agonizaba, Juan Carlos hablaba con Marruecos para asegurar la “amistad” del rey Hasán II, quien, al mismo tiempo, lanzaba la “Marcha Verde” para invadir el territorio saharaui. En lugar de defender los intereses nacionales, el nuevo monarca cedió sin lucha, abandonando a miles de compatriotas y entregando una provincia española a cambio de nada. Ese gesto marcó la tónica de su reinado: ceder, renunciar, rendirse.
Y por si fuera poco, los años siguientes demostrarían que el nuevo sistema no traía moral, sino negocio. Se supo que el Rey cobraba comisiones millonarias por cada litro de petróleo que llegaba a España; que actuaba como intermediario entre dictaduras árabes y empresas nacionales; y que acumulaba una fortuna personal mientras el pueblo español se empobrecía. Aquella monarquía que se nos vendió como garante de la unidad nacional, se reveló como una maquinaria de silencio, corrupción y sometimiento.
El llamado “modelo autonómico” fue otra consecuencia de esa Transición maldita. En su intento de contentar a todos, se entregó el país a las manos del separatismo. Se crearon diecisiete reinos de taifas, cada uno con su gobierno, su televisión y su bandera, mientras se destruía la idea misma de nación. Hoy vivimos las consecuencias: desigualdad, privilegios fiscales, chantaje político y ruptura territorial. Todo empezó con la cobardía de aquel Rey que no supo ni quiso defender la unidad de España.
Aquel 30 de octubre de 1975 fue el inicio del fin. El fin de una España fuerte y soberana, y el comienzo de una España tutelada, débil y manipulada. El Rey que juró los Principios del Movimiento los traicionó sin pudor. El Estado que debía garantizar la unidad se convirtió en un mercado de favores. Y la democracia que se nos prometió se transformó en una oligarquía donde las mismas familias de siempre mandan y roban.
La Transición española no fue una victoria de la libertad, fue una derrota de la verdad. Fue la rendición de un país que había alcanzado su madurez bajo Franco y que fue infantilizado por los nuevos amos del poder. Hoy, cuando el Rey actual calla ante la amnistía de los golpistas, ante la cesión al separatismo o ante la humillación de España en Bruselas, comprendemos que la decadencia empezó entonces.
El 30 de octubre de 1975 no fue el comienzo de la democracia: fue el principio del caos. Y 50 años después, seguimos pagando el precio.
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