
La monarquía fallida: de la ilusión a la decepción
El monarca se ha convertido en un mero notario de las decisiones del gobierno
La monarquía española, presentada como la gran institución garante de la unidad nacional y de la continuidad histórica, ha fracasado. Fracasó con Juan Carlos I, fracasa con Felipe VI y hasta en los pretendientes que nunca llegaron a reinar encontramos más sombras que luces. España no ha tenido suerte con sus últimos reyes, y lo que debería haber sido una institución sólida, respetada y patriótica, se ha convertido en un problema más en la deriva de nuestra nación.
Don Juan: el abuelo incómodo
Conviene recordar a Don Juan de Borbón, abuelo del actual monarca, un personaje errático que, en plena Segunda Guerra Mundial, no dudó en ofrecer territorio español a cambio de que alguna de las potencias contendientes —Alemania o Inglaterra— le reconociera como rey. Poco le importaba la soberanía de España o su integridad territorial: lo único que le movía era saciar su ambición personal. Ni principios ni lealtad. Un “pretendiente” dispuesto a vender la patria por un trono.
Juan Carlos I: de la esperanza al escándalo permanente
Su hijo, Juan Carlos I, sí llegó a reinar. Fue presentado como el artífice de la Transición, como el rey que trajo la democracia y consolidó la paz. La historia, sin embargo, ha demostrado que detrás de esa fachada se escondía un hombre que puso en riesgo la unidad de España y su propia institución.
No podemos obviar su papel, aún no esclarecido, en el 23F de 1981, un episodio lleno de sombras donde muchos señalan al rey emérito como instigador en la sombra de una operación destinada a reforzar su propia figura. Aquello pudo haber sido un ensayo de manipulación política con la nación como rehén.
Y después llegaron los escándalos personales y financieros: amantes mantenidas con dinero público, comisiones millonarias por negocios opacos, cuentas en paraísos fiscales y, finalmente, un exilio dorado en un país del Golfo, lejos de la nación a la que supuestamente sirvió. Juan Carlos I, con su comportamiento, ha sido el mejor aliado de los nostálgicos de la Segunda República. Sus excesos, su corrupción y su huida han dado munición a los que quieren abolir la monarquía.
Felipe VI: de la ilusión a la decepción
Cuando Felipe VI subió al trono en 2014, muchos españoles sintieron cierta ilusión. Se le presentaba como un rey preparado, serio y comprometido con la unidad de España. Y durante un tiempo, especialmente en su discurso del 3 de octubre de 2017 tras el golpe separatista en Cataluña, supo estar a la altura.
Pero todo se vino abajo con la firma de la amnistía en 2024. Felipe VI, en lugar de ejercer el papel constitucional de arbitrar y moderar, en lugar de defender la unidad de España, decidió inhibirse y claudicar, firmando una ley que supone la legalización de un golpe de Estado. No fue un mero trámite: fue un acto de rendición, la confirmación de que la monarquía ya no es garante de nada, sino una pieza más en el engranaje del sistema.
Con esa firma, el actual monarca traicionó a millones de españoles que aún creían en él, certificando que la institución ha dejado de ser una salvaguarda para convertirse en un problema más.
La monarquía como problema, no como solución
La Constitución de 1978 definió al rey como árbitro de la vida política. Pero el monarca se ha convertido en un mero notario de las decisiones del gobierno, sin voz propia, sin autoridad moral, sin defensa de la nación. Ni Felipe VI ni su padre han garantizado la unidad de España. Más bien al contrario: han acompañado su demolición, unos con escándalos y otros con cobardía.
La realidad es clara: los separatistas campan a sus anchas, los gobiernos socialistas y populares han traicionado a la nación una y otra vez, y la monarquía, en lugar de ser muro de contención, ha sido cómplice o espectadora.
Un cúmulo de despropósitos
De Don Juan, dispuesto a vender España por un trono, a Juan Carlos I, el rey de los escándalos y la corrupción, y Felipe VI, que pasó de la ilusión a la decepción con la firma de la amnistía a los golpistas catalanes. La historia reciente de la monarquía española es un cúmulo de despropósitos.
Hoy España está huérfana de instituciones fuertes. El régimen del 78 ha muerto, el Estado autonómico ha roto la nación, y la monarquía, que debía ser garante, ha fracasado estrepitosamente. Los españoles no podemos seguir siendo rehenes de un sistema que nos lleva a la disolución nacional.
La monarquía, tal como se ha comportado, ha dejado de ser parte de la solución para convertirse en parte del problema. Y así, la pregunta que debemos hacernos es inevitable: ¿puede sobrevivir España con una institución que ha fallado en lo esencial, que ha renunciado a defender la unidad de la nación?
Más noticias: