
España a la deriva: del fracaso del régimen del 78 al poder creciente del separatismo
Hace 30 años, el separatismo era residual en España
España vive hoy una de las etapas más oscuras de su historia contemporánea. Y lo más grave es que no hemos llegado hasta aquí de golpe, sino a través de una deriva lenta, cobarde y consentida, alimentada por un modelo de Estado fallido: el régimen autonómico nacido de la Constitución de 1978.
La Constitución del 78 fue presentada como el gran pacto nacional, el marco de convivencia y el final de las luchas intestinas que desgarraron a nuestra patria en los siglos XIX y XX. Sin embargo, aquella Carta Magna se redactó con prisas, con cesiones inaceptables y con la ambigüedad calculada de quienes buscaban sembrar la semilla de la desintegración. Y hoy, más de cuatro décadas después, no queda duda: esa Constitución decía una cosa y su contraria, reconocía la unidad de España pero abría la puerta a su fragmentación, proclamaba la igualdad de los españoles pero institucionalizó el privilegio autonómico.
El régimen de las autonomías: el caballo de Troya
Hace 30 años, el separatismo era residual en España. Convergència en Cataluña era un partido que negociaba transferencias, el PNV se mantenía en su feudo vasco y nadie cuestionaba la existencia misma de España. Hoy, tras décadas de cesiones, chantajes y traiciones, el separatismo gobierna, dicta la agenda política nacional y marca el rumbo del Estado.
El modelo autonómico no ha servido para fortalecer la nación, sino para debilitarla. Ha creado 17 miniestados y 2 ciudades autónomas, con sus gobiernos, parlamentos, televisiones, policías y hasta embajadas. Ha despilfarrado recursos, ha multiplicado la corrupción y ha convertido la igualdad entre españoles en un espejismo. Pero, sobre todo, ha otorgado al separatismo un poder político y económico con el que jamás soñaron.
La ambigüedad del 78 y el secuestro del poder judicial
La Constitución del 78 fue una carta de renuncia a principios esenciales. Lo vimos ya en 1985, con la reforma que supuso el secuestro del poder judicial, entregado al reparto de cuotas políticas. Desde entonces, el juez independiente dejó de existir: todo pasó a ser colonizado por PSOE y PP, con la complacencia de los separatistas, siempre presentes para sacar tajada.
Aquella traición inicial abrió el camino a un deterioro institucional que ya parece irreversible. Lo que empezó como un “pacto de convivencia” se convirtió en un sistema de clientelismo, chantaje y desmembración nacional.
El 11 de marzo de 2004: un punto de no retorno
Y luego llegaron los atentados del 11 de marzo de 2004, que no solo sembraron muerte y dolor en Madrid, sino que cambiaron de raíz el régimen político en España. La gestión vergonzosa de aquel drama y la manipulación posterior abrieron la puerta a un nuevo régimen, un sistema donde la izquierda, de la mano de Zapatero primero y de Sánchez después, se sintió autorizada a reescribir la historia y a subvertir el orden constitucional.
Aquel día se quebró definitivamente el consenso, si es que alguna vez lo hubiera, y se inició un ciclo en el que España dejó de ser dueña de su destino.
El golpe separatista del 2017
En octubre de 2017, el separatismo catalán mostró el verdadero rostro del régimen autonómico: una intentona golpista en toda regla. El Estado se mostró débil, cobarde, incapaz de actuar con la firmeza necesaria. No hubo detenciones inmediatas, no hubo ilegalización de partidos que atentaron contra la unidad nacional, no hubo castigo ejemplar. Todo lo contrario: hubo negociación, hubo indultos y hubo amnistías.
El mensaje fue devastador: en España se puede dar un golpe de Estado y salir impune.
La amnistía de 2024: la certificación de la muerte del 78
El último clavo en el ataúd del régimen del 78 lo puso el propio Rey de España al firmar en 2024 la amnistía a los golpistas catalanes. Esa firma, que jamás debió estamparse, supuso la legitimación institucional de la rendición del Estado. Con ese gesto, se certificó oficialmente la muerte del régimen de la Transición y la entrada en una nueva etapa todavía más peligrosa: una España sin soberanía, gobernada por un ejecutivo rehén de separatistas y controlada por minorías radicales.
España va a la deriva
La España de hoy es una nación en descomposición. La izquierda ha dejado pequeño el régimen del 78, que ya no le sirve. Necesitan otra cosa: un modelo confederal, una España debilitada y entregada a intereses externos, sin identidad ni capacidad de reacción. Y en ese camino estamos.
Mientras tanto, los separatistas gozan de un poder creciente, alimentado por el chantaje y por la cobardía de quienes gobiernan en Madrid. Y los españoles de a pie, los que seguimos creyendo en la unidad y en la grandeza de España, asistimos indignados a la demolición sistemática de nuestra patria.
Revertir la deriva
España va a la deriva, pero aún estamos a tiempo de revertir esta situación. La obligación moral de cada español es rebelarse contra esta farsa, denunciar la mentira del régimen autonómico y exigir un Estado fuerte, centralizado y soberano que devuelva la igualdad y la dignidad a todos los españoles, respetando la diversidad de sus regiones y provincias.
El régimen del 78 ha muerto. Lo que hoy tenemos es peor: un sistema de claudicación permanente ante separatistas, terroristas y enemigos de España. Revertirlo no es una opción: es una necesidad vital para la supervivencia de la nación.
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