
Majestad, así no. Firmar la amnistía es firmar la traición a España
Con el debido respeto, Majestad, así no
Lo ocurrido con la firma de la infame ley de amnistía no puede pasar desapercibido ni disimularse con silencios cortesanos. Usted no es un notario de guardia, ni un florero constitucional que firma todo lo que le ponen delante mientras se hace el distraído. Usted es el Rey de España, Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, y con esa firma se ha traspasado una línea que muchos españoles no están dispuestos a dejar pasar sin alzar la voz.
El Rey tiene el deber de arbitrar y moderar la vida política española, no de inhibirse ni de mirar hacia otro lado mientras se perpetran leyes que destruyen la nación que juró defender. Hay normas, Majestad, que no son una simple tramitación burocrática; son agresiones directas contra España, su unidad, su dignidad y la legalidad constitucional. Firmar la ley de amnistía que borra de un plumazo los delitos de sedición y malversación de quienes quisieron trocear nuestra patria y humillar a millones de españoles, no es un acto neutral: es un acto que, guste o no, legitima esa traición.
Lo mismo ocurrió con las leyes de memoria histórica y democrática, que no buscan la verdad, sino reescribir la historia y condenar al exilio moral a media España, mientras se alimenta el odio, se derriban cruces y se pisotea nuestra historia común. ¿Dónde estaba entonces la Corona? Firmando sin rechistar. ¿Dónde está ahora? Firmando una ley que permite el chantaje de quienes odian a España y a la monarquía misma, para mantener en el poder a un presidente sin escrúpulos, rodeado de corrupción, capaz de cualquier cesión con tal de prolongar su tiempo en la Moncloa.

Majestad, usted pasó de dar un discurso firme el 3 de octubre de 2017 contra el golpe de Estado separatista en Cataluña, a firmar leyes que rehabilitan a los golpistas y humillan a quienes defendieron la unidad de España en las calles y en los tribunales. En aquellos días usted supo estar a la altura, con un mensaje de firmeza que unió a millones de españoles que salieron a la calle con banderas rojigualdas en la mano. Hoy, esos mismos españoles se sienten traicionados, decepcionados y abandonados.
No pedimos un golpe de Estado, ni gestos que no encajen en la Constitución. Pero bastaba un simple gesto, un escenificar el malestar, un retraso, una comunicación al presidente, una foto en silencio mirando a cámara con el documento en la mano. Algo. Cualquier cosa que demostrara que no todo le da igual. Porque el silencio y la firma mecánica ante leyes infames le convierten en cómplice, y lo que es peor, en irrelevante.
Usted cree, Majestad, que con esta actitud se gana el respeto de aquellos que desean su caída y que le insultan cada día en las televisiones y redes sociales. Se equivoca. Esa izquierda que le pide firmar sin rechistar sería la primera en guillotinarle si pudiera hacerlo mañana, mientras destruye la nación que usted representa y reduce a la Corona a un souvenir para turistas. Y mientras intenta ganarse a quienes le desprecian, está perdiendo el respeto y la lealtad de quienes, con honestidad, le han defendido.
El pueblo, Majestad, empieza a estar harto. España está siendo robada, la nación está siendo destruida, y todos, absolutamente todos, debemos tomar partido. Esto no es tiempo de cobardes ni de grises, ni de institucionalistas de salón que confunden lealtad con sumisión. Es tiempo de defender lo esencial: la unidad de España, su dignidad y su futuro.
Si la institución que encarna no cumple ese sagrado deber de proteger a España, mejor que se aparte. No necesitamos instituciones decorativas ni coronas de atrezzo. Necesitamos símbolos de unidad que estén dispuestos a resistir y a mostrar que no todo vale con tal de prolongar la comodidad de unos pocos.
Majestad, le pido que reflexione. Porque cuando quiera darse cuenta, puede ser demasiado tarde, y puede que ya esté camino del exilio, como le ocurrió a su bisabuelo Alfonso XIII, que creyó que la pasividad le garantizaba la supervivencia de la institución. La historia demuestra que no es así.
Cada firma en leyes que destruyen a España le va deslegitimando un poco más, y con cada firma innecesaria, la Corona pierde respeto y razón de ser. No es cuestión de ideologías ni de partidos: es cuestión de España, de su supervivencia, de su unidad y de la dignidad que muchos estamos dispuestos a defender, con o sin Corona.
Majestad, el tiempo de la pasividad se ha acabado. No nos pida lealtad si no está dispuesto a merecerla. Porque si el Rey no defiende a España, será el pueblo quien la defienda, y cuando eso ocurra, puede que ya no haya sitio para una monarquía que decidió firmarlo todo mientras nos robaban la patria delante de nuestras narices.
Así no, Majestad. Así no.
Más noticias: