
‘Malas Lenguas’: La infamia que pagamos todos
La opinión de Javier García Isac de hoy, viernes 11 de abril de 2025
El pasado miércoles se estrenó en la televisión pública –esa que pagamos todos, incluso los que no comulgamos con los dogmas del socialismo ni con las dictaduras del pensamiento único– el programa Malas Lenguas. Un engendro audiovisual dirigido por el activista de izquierdas Jesús Cintora, al que se le ha vuelto a regalar un altavoz en la televisión estatal, tras haber sido apartado por manipulación en Las Cosas Claras. Parece que lo suyo no era manipular demasiado para TVE. Lo suyo era manipular demasiado poco para este régimen.
Malas Lenguas es todo lo que está mal en una televisión pública secuestrada por el sanchismo: sectarismo, odio, manipulación burda, violencia legitimada si proviene de la izquierda, y un nauseabundo intento de ridiculizar y demonizar a todo aquel que no se arrodille ante los dogmas del Gobierno.
El programa –emitido a la vez en La 1 y en La 2, como si fuera un acontecimiento nacional– no solo insulta la inteligencia, sino que insulta directamente a millones de españoles. Lo hace con dinero público. Lo hace desde una institución que debería representar a todos, no solo a la izquierda radical.
No sorprende que entre sus “reporteros” estén activistas disfrazados de periodistas como Esther Yáñez, el humorista sin gracia Quequé (que propone volar el Valle de los Caídos "porque es domingo y hay más gente", en un arrebato de terrorismo cultural con risas enlatadas), o que se mienta sin pudor y se manipulen imágenes, como ocurrió con mi intervención. Ni me invitaron, ni me citaron correctamente, ni reprodujeron fielmente mis palabras. Manipularon. Y lo saben.
Se alienta la violencia contra los disidentes. Se da cobertura a agresiones como la de Pablo Iglesias contra el reportero Vito Quiles, al que se le arrancó un micrófono de la mano mientras se le llamaba “gilipollas”, “asqueroso” y “basura”. ¿La excusa del programa? Que Quiles fue a “provocar”. Claro, y según esa lógica repugnante, una mujer que pasea sola de noche provoca si le pasa algo. Así de inmundos son.
Pero lo más grotesco llega con el doble rasero. En el mismo programa –el mismo día, los mismos minutos– se justifica la agresión de Iglesias, y se dramatiza con lágrimas en los ojos un insulto (no una agresión) dirigido a Esther Yáñez. Nadie le arrebató el micrófono. Nadie la expulsó. Ella buscaba un insulto desesperadamente, paseándose entre señoras que vendían libros y provocando, grabando, esperando su minuto de gloria victimista. Y lo consiguió.
¿Y qué hacen los tertulianos presentes? Nada. Joaquim Moeckel, Montse Nebrera (ex PP), y demás figurantes del consenso progre, callan. No se escandalizan ante la incoherencia. No se levantan ni protestan cuando se valida la violencia de la izquierda y se condena con aspavientos un simple insulto a una periodista de su cuerda.
Es que ya no es solo sectarismo. Es estupidez. Porque hay que ser muy idiota –no encuentro palabra más suave– para avalar la agresión a un periodista incómodo y al mismo tiempo poner cara de tragedia porque otro periodista, del régimen, es criticado verbalmente.
Con este programa, RTVE ha perdido cualquier atisbo de neutralidad. Ha cruzado la línea roja. Ya no es una televisión pública, si es que alguna vez lo fue: es un instrumento de propaganda y de acoso a la disidencia. Un panfleto institucionalizado. Y lo pagamos todos.
Pero no nos van a callar. Ni con risas grabadas. Ni con tertulias infames. Ni con programas basura. Ni con Jesús Cintora.
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