
1 de junio, moción de censura
Por Javier García Isac
1 de junio de 2018: el día que nació el monstruo del Sanchismo
Se cumplen siete años de aquel viernes negro para la historia de España, aquel 1 de junio de 2018 en el que Pedro Sánchez, un ambicioso sin escrúpulos ni principios, alcanzó el poder por la puerta de atrás, gracias a una moción de censura apoyada por comunistas, separatistas, golpistas y herederos del terrorismo. Una moción presentada en nombre de una supuesta “regeneración democrática”, pero que, como hemos podido comprobar con el paso del tiempo, fue el inicio de la mayor maquinaria de corrupción, censura y destrucción institucional que ha conocido nuestra democracia desde 1978.
La excusa: el caso Gürtel y la farsa de la regeneración
La sentencia del caso Gürtel, hecha pública el 24 de mayo de 2018, fue la excusa perfecta. No importó que esa sentencia no condenara al Gobierno de Mariano Rajoy, ni a ningún ministro en ejercicio, ni que incluso varios jueces firmaran votos particulares cuestionando el relato mediático de la izquierda. A Sánchez no le hacía falta más. Con la inestimable ayuda de su brazo ejecutor José Luis Ábalos —el mismo que hoy está en el centro de múltiples tramas de corrupción junto a Koldo y Víctor de Aldama—, presentó una moción de censura con el apoyo de toda la escoria parlamentaria: los mismos que quieren destruir España y que, a cambio de mantenerlo en el poder, recibirían privilegios, impunidad y millones de euros.

El 25 de mayo de 2018, apenas un día después de la sentencia, el PSOE registraba la moción de censura. Solo dos semanas antes, el 23 de mayo, el oportunista y mercenario Partido Nacionalista Vasco (PNV) había aprobado los Presupuestos Generales del Estado de Rajoy para 2018. Apenas 10 días después, traicionaban ese acuerdo y se lanzaban en brazos del PSOE. Lo de siempre: el chantaje como estrategia, la cobardía del PP como respuesta.
Rajoy: la rendición, el whisky y el bolso de Soraya
Mientras en el Congreso se debatía una moción de censura que marcaría el inicio de un régimen autoritario, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, desaparecía. Aquel 31 de mayo pasará a la historia como el día en que un presidente legítimo decidió esconderse en un restaurante de la calle Alcalá, acompañado de sus ministros, brindando con whisky mientras la nación ardía.
No compareció, no plantó cara, no pronunció un discurso de defensa de la Constitución ni del sistema. Cedió, como siempre. Se despidió de la política sin dignidad y sin coraje. Y mientras él bebía, el Congreso se quedó con el “bolso de Soraya” presidiendo la sesión. Un bolso que, dicho sea de paso, ejerció mejor la presidencia de lo que muchos políticos han hecho en décadas. La imagen fue demoledora, pero profundamente simbólica: Rajoy huyó y dejó su puesto al símbolo de la nada.
Dos mandatos desperdiciados
El Partido Popular tuvo todo: mayorías, tiempo, y el mandato ciudadano para revertir leyes liberticidas, desmontar estructuras clientelares, y frenar el golpe separatista que se había escenificado en Cataluña en octubre de 2017. Pero no hizo nada. Rajoy fue el hombre que tuvo todo en sus manos y no hizo absolutamente nada. Ni derogó la Ley de Memoria Histórica, ni reformó la justicia, ni frenó la ingeniería ideológica de la izquierda. Gobernó con complejos, con miedo, con Soraya Sáenz de Santamaría como poder en la sombra pactando con nacionalistas y alimentando a la bestia que luego se lo devoraría.
El nacimiento del Sanchismo
Aquel día no cayó simplemente Rajoy. Aquel día nació el Sanchismo. Ese engendro político que ha corrompido hasta el tuétano las instituciones, ha manipulado a jueces y fiscales, ha utilizado a la prensa como brazo propagandístico, ha construido un sistema clientelar con fondos europeos, y ha puesto al Estado al servicio de su supervivencia personal.
Pedro Sánchez prometió convocar elecciones, pero se aferró al poder. Prometió regeneración, pero convirtió La Moncloa en una oficina de propaganda y amiguismo. Llegó mintiendo y se ha mantenido mintiendo. Ha perseguido a periodistas, ha degradado la democracia, ha permitido que los enemigos de España condicionen los presupuestos y las leyes. Su Gobierno ha sido una secuencia interminable de escándalos, imputaciones, nepotismo y cloacas.
Y todo comenzó aquel 1 de junio. Con la complicidad del PNV, con la cobardía del PP, con la pasividad de una derecha que aún hoy no ha entendido que con traidores no se pacta, se los derrota.
El gran error de Rajoy… y del sistema
Muchos culpan a Pedro Sánchez por lo que ha ocurrido desde entonces. Pero la responsabilidad también fue de Mariano Rajoy, que no supo estar a la altura. Que no defendió su cargo ni a su país. Que dejó en manos de Soraya y su bolso —literalmente— el destino del Gobierno mientras él brindaba en un restaurante. Esa cobardía, ese mirar hacia otro lado, fue la alfombra roja por la que entró el sanchismo. Y esa actitud sigue siendo hoy el gran pecado del Partido Popular, más preocupado por el qué dirán que por plantar cara al adversario real.
Siete años después
Hoy, siete años después, el PSOE es más sanchista que nunca. Ábalos ha caído, pero no por regeneración, sino por lucha interna. Las cloacas del poder siguen funcionando a pleno rendimiento, los medios están comprados, la fiscalía actúa por consigna y la oposición institucionalizada prefiere callar. Todo eso nació en aquella moción de censura. Fue el día que España perdió su inocencia, si es que alguna vez la tuvo. El día que la mentira, la traición y la cobardía se impusieron.
Hoy, siete años después, lo mínimo que podemos hacer es recordar, señalar, y no perdonar.
Porque si se olvida, volverá a repetirse. Y quizás, la próxima vez, ni el bolso de Soraya nos salve.
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