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Collage de un hostelero de la barceloneta y Collboni
POLÍTICA

Silvestre, el hostelero al que el socialista Collboni quiere quitar su mítica terraza

El restaurante era y es su vida y Silvestre buscó la interlocución del que él creía su amigo, Collboni


Silvestre tiene 87 años y lleva 55 años trabajando de lunes a domingo para sacar adelante sus restaurantes de carnes y pescados en Barcelona. Allí llegó cuando era un joven policía nacional de Salamanca y para sacarse unas perras de más empezó a vender bocadillos de jamón de Guijuelo en el puerto de Barcelona que se traía cada vez que regresaba a su tierra natal a ver a su familia. En aquellos años, este salmantino se vio tentado por el boom de una Ciudad Condal que era símbolo del turismo nacional e internacional. Una ciudad repleta de emigrantes como Silvestre que había llegado en busca de una vida mejor y que no tardaron en enamorarse de una ciudad que les acogió con los brazos abiertos sin las tensiones políticas, la inmigración ilegal, la suciedad y las altas tasas de delincuencia que han convertido a Barcelona en un espejismo de esa localidad que dio la vuelta al mundo en los Juegos Olímpicos del 92.

Silvestre, gracias a su incansable trabajo, pasó de un pequeño puesto de bocadillos a tener una marisquería con terraza en la Barceloneta, con unas impresionantes vistas a la playa. De ahí se hizo con dos locales más en el Puerto de Barcelona y uno en la Plaza de España. Sin faltar un solo día a su puesto de trabajo, dando un trato personal al cliente ofreciendo la mejor materia prima de los mercados barceloneses, Silvestre no tardó en alcanzar la fama. Por sus mesas pasan desde entonces estrellas de Hollywood, jugadores de fútbol, actores, empresarios o directivos que colgaron el cartel de aforo completo durante el Mobile World Congress. También policías como los que celebrarán hoy miércoles el nombramiento del nuevo Jefe Superior de Policía de Cataluña. Allí se encontraban ayer las responsables de protocolo de la Policía Nacional supervisando los detalles del almuerzo e insistiendo en que Silvestre no les invitase a comer, un gesto que suele hacer con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado por su sentido de lealtad.

Este empresario hecho a sí mismo convirtió su establecimiento en lugar de encuentro de las personalidades políticas más relevantes y también se ganó el cariño de su barrio dando de comer a las personas necesitadas o colaborando en las fiestas vecinales cortando él mismo el jamón que cedía de forma gratuita. Todo iba viento en popa hasta que un pacto de izquierdas llevó a la antisistema Ada Colau a la alcaldía de Barcelona. Esta política comenzó con el apoyo del PSC una guerra sin cuartel contra la hostelería y las terrazas. Lejos de incentivar este tipo de opciones para los hosteleros golpeados por la crisis de la pandemia, Colau impuso restricciones durísimas e impidió la construcción de marquesinas que sustituyesen a los toldos de plásticos que podrían haber embellecido más los paseos como ocurre en Madrid, París o Londres.

La alcaldesa, que permitía la expansión del top manta y de la delincuencia inmigrante por las zonas más turísticas de Barcelona, empezó a sancionar a las terrazas por poner algunas mesas de más que no molestaban a nadie en amplias plazas y paseos. Expedientó a Silvestre, que prefirió ir pagando las multas a renunciar a dar servicio a sus clientes de toda la vida. Nunca imaginó Silvestre que lo que eran meran sanciones por un mayor uso de suelo público se convertiría en una propuesta de retirada de licencia de terraza durante un año. La emblemática terraza con inigualables vistas a La Barceloneta corría serio peligro.

Llegaron las elecciones y Silvestre resopló. Su amigo y cliente fiel, el socialista Jaume Collboni llegaba al Consistorio barcelonés y el empresario pensó que la política de mano dura hacia la hostelería de Colau se extinguiría. Anhelaba que la propuesta de retirada de licencia se quedase en nada.

Silvestre acudió personalmente al Ayuntamiento, pidió perdón y pagó todo lo que le correspondía. Su sorpresa vino a principios de este año cuando desde el Ayuntamiento le informaron que la propuesta de retirada de licencia no podía ser revocada. Un duro golpe para un hombre que, a pesar de los achaques de salud, seguía al pie del cañón en la terraza de lunes a domingo pendiente de sus clientes o de servir él mismo su inconfundible arroz, su tarta al whisky o su aguardiente. El restaurante era y es su vida y Silvestre buscó la interlocución del que él creía su amigo Collboni. No obtuvo respuesta. Un duro palo para Silvestre quien había invitado en numerosas ocasiones al socialista. "El alcalde era muy amigo mío y ha dejado de serlo. Coopero con el barrio, con el convento de monjas que ayuda a los minusválidos, doy de comer a los que no tienen... Y hay que confesar si vas al sacerdote. Alguna vez que otra, en un sitio que no molesto a nadie he puesto en vez de 8 mesas, 15. Siempre sin hacerle daño al vecino que de eso se trata. Me denunciaron, pagué la denuncia, dije que no lo haría más, pedí perdón con tal de que me dejasen la terraza como está. Hay 85 trabajadores que dependen de esa terraza y me han retirado los permisos. Solo queda por ver cuando me llega la prohibición definitiva", explica con pesar Silvestre, que lleva "muchas noches sin dormir". Son muchos los allegados que le dijeron que traspasase sus negocios y se volviese a su Salamanca natal donde cuenta con un hotel y un restaurante aprovechando el clima de tensión política por el procés que se respiró en Barcelona y los niveles de delincuencia. Sin embargo, Silvestre se resiste a tirar la toalla por una ciudad que él ha visto pasar por sus mejores momentos y caer en desgracia por el caos político. Él trata de ser ajeno a esa toxicidad política que lo contamina casi todo en Cataluña y es feliz pasando todo el día en su restaurante Salamanca y acabando a la una de la madrugada con un café y una magdalena en su otra marisquería en Plaza de España, haciendo la caja y motivando a su personal al que trata como su familia.

El domingo pasado visitaba a su amigo Gonzalo, propietario de uno de los mejores restaurantes de su Salamanca natal, y contemplaba el cariño con el que tratan a la hostelería el Ayuntamiento de Salamanca y la Junta de Castilla y León. Este martes, quien escribe estas líneas acudía en solidaridad a su restaurante para iniciar una campaña en apoyo a la figura de Silvestre y de su restaurante en una ciudad cuyos gobernantes permiten terrazas en casas okupas como Can Vies donde se comercia con dinero B tanto comestibles o bebidas como drogas o no se es tan severo con los Manteros que inundan el Puerto Olímpico o con los menas que causan terror en Las Ramblas de Barcelona. "Siento impotencia yo que he luchado tanto por esta ciudad. No entiendo esta persecución cuando siempre he tratado de ayudar a mis vecinos. Es cierto que en alguna ocasión he puesto alguna mesa de más, pero ya pagué todo lo que debía y pedí perdón. Me duele que Collboni se haya olvidado de la amistad que teníamos", explica Silvestre, un hostelero muy querido no solo en la zona sino en toda España a tenor del museo de la fama en el que ha convertido las paredes de su restaurante.

Silvestre, a pesar de que está cabreado con el presidente del Gobierno como otros tantos españoles, es tan buena persona que le abre las puertas de sus locales. "Yo me debo al público y aquí es bienvenido como cualquier comensal. Aquí tratamos igual a los ricos que a los pobres, a los de izquierdas, que a los de derechas. Cada día me exijo más y siempre le digo al personal que cada vez que saquen un plato de cocina éste debe de estar como si estuviese preparado para su familia".

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